1940/2016: A 76 años del asesinato de León Trotsky. Más vigente que nunca

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El asesinato de Trotsky no fue el simple producto de una venganza personal, sino de un frío cálculo político: la Segunda Guerra Mundial, al igual que la Primera, abriría una grave crisis política y Stalin no quería correr el riesgo de que existiera una alternativa revolucionaria de dirección para las masas.

Murió como había vivido… peleando. Forcejeando contra el agente stalinista Ramón Mercader que acababa de hundirle una pica en su cráneo, aquel fatídico 20 de agosto de 1940. Asilado en México, Trotsky concentraba la experiencia de la pelea por el socialismo, el legado de Lenin, la Revolución Rusa de 1917 y la fundación de la III Internacional.

Los aciertos de León

Su experiencia militante tiene innumerables logros que es muy difícil desarrollar en pocas líneas. Su rol como teórico, escritor, ensayista, lo llevaron a desarrollar dos elementos clave del análisis marxista: la ley del desarrollo desigual y combinado, y la teoría de la revolución permanente. También escribió junto a André Breton el Manifiesto por un arte revolucionario independiente. Fue un agitador y dirigente de masas al encabezar el Soviet de Petrogrado en la primera y la segunda revolución rusa. Se destacó junto a Lenin en el triunfo de la Revolución de Octubre. Casi de la nada levantó un Ejército Rojo con cinco millones de combatientes y derrotó a 21 ejércitos invasores. Su rol en la III Internacional. Su heroica resistencia a la degeneración estalinista…
El producto de todas estas peleas fue la fundación de la IV Internacional en 1938. Contemporáneos y simpatizantes de su causa vieron en esa fundación un acto prematuro. Dominaba el mundo el ascenso del fascismo, la persecución y derrota de los revolucionarios, tanto a manos de los fascistas como del monstruo estalinista. Y sin embargo Trotsky puso una enorme energía para crear ese núcleo internacional, que aun precario, era imprescindible para enfrentar los desafíos que la crisis y la guerra plantearían a los revolucionarios.
“En el próximo período histórico, de no realizar la revolución socialista, toda la civilización humana se verá amenazada por una catástrofe. Es la hora del proletariado, es decir, ante todo de su vanguardia revolucionaria. La crisis histórica de la Humanidad se reduce a la crisis de su dirección revolucionaria.” (Programa de Transición, 1938).
Hay que cotejar aquel pronóstico con la crisis capitalista que atravesamos, sus secuelas de pillaje, miseria de los pueblos, guerras, crisis y barbarie, depredación de los bienes comunes y riesgo cierto de una crisis ecológica a escala planetaria. Detenerse en la heroica resistencia de los pueblos ante los planes de hambre y opresión del imperialismo, que con enormes rebeliones y revoluciones provocan la caída de viejos aparatos y regímenes políticos. Y corroborar las grandes oportunidades y también las dificultades para que maduren nuevas direcciones dispuestas a pelear hasta el final. Así es posible comprender la enorme vigencia de ese pronóstico y de la tarea planteada por ese “grande” del siglo XX que, junto a Lenin, fue León Trotsky.
A Trotsky le tocó la dura misión de mantener vivos los principios del marxismo-leninismo en medio de la noche fascista y estalinista. Gracias a esa pelea desigual se mantuvo la memoria y la acción revolucionaria que el estalinismo pretendió liquidar. Por eso las nuevas generaciones que redescubren a Marx, ven en el trotskismo un continuador de su obra y la de Lenin. No es casual que un escritor cubano, que no tiene origen en el marxismo, como Leonardo Padura, al que pudimos entrevistar en La Habana en julio de 2012, haya escrito esa hermosa novela llamada El hombre que amaba los perros en que la que popularizo la epopeya de Trotsky.

Lo que Trotsky no previó

Trotsky tuvo equivocaciones. Y señalarlas no menoscaba sus aportes o su estatura como líder revolucionario, sino que hace honor al método marxista, que es el contrario a cualquier dogma sectario o autoproclamatorio.
Algunas logró superar, por ejemplo con su ingreso al Partido Bolchevique, al que había enfrentado durante más de una década. A otras no le alcanzó la vida para corregirlas. Como tampoco pudo adelantar Marx, en su momento, que la revolución iba a desplazarse del centro de Europa y estallar en la “atrasada” Rusia.
Trotsky erró en la caracterización de la Segunda Guerra Mundial. La que equiparó con la Primera, como una guerra centralmente de pillaje imperialista, sin advertir que la misma llevaría a un ataque contrarrevolucionario contra el Estado obrero ruso y que detrás de las potencias del Eje (Alemania, Italia y Japón) existía un proyecto para extender los regímenes fascistas a todo el globo.
Siguiendo este razonamiento lineal, Trotsky preparó a la IV Internacional para una resolución rápida de la crisis de dirección, subestimando el peso del aparato estalinista y descartando revoluciones que no siguieran el modelo clásico signado por la Revolución Rusa. No obstante, en el Programa de Transición previó una excepción a sus pronósticos centrales: “no puede negarse de antemano la posibilidad de que, en circunstancias excepcionales (guerra, derrota, quiebra financiera, ofensiva revolucionaria de las masas, etcétera), los partidos pequeñoburgueses, estalinistas incluidos, puedan ser empujados más allá de lo que desearían por la vía de la ruptura con la burguesía». La excepción fue la regla de las revoluciones triunfantes en la segunda parte del siglo XX. Luego, al no lograrse construir una dirección revolucionaria, el terreno conquistado finalmente se perdió.

El legado revolucionario de Trotsky

Algunos de sus críticos señalan que Trotsky cometió estos y otros errores porque su pelea final la dio en una etapa defensiva y propagandística. A mi entender, esto es una simplificación de su rol en esa etapa. A pesar de las adversas circunstancias, nunca dejó de esforzarse por participar en las revoluciones de esa época con una política revolucionaria audaz. En la revolución española del ’36, les planteó a sus partidarios la necesidad de empalmar con corrientes de masas que se desprendían de los viejos aparatos y giraban hacia posiciones revolucionarias, como la juventud del Partido Socialista y del anarquismo de Durruti. Lejos del actual sectarismo de algunas organizaciones que se reivindican trotskistas, «El Viejo” León pensaba que la IV Internacional iba a ganar influencia de masas con los trotskistas siendo una minoría en ella.
Esa obsesión por empalmar con los fenómenos más dinámicos que surgen de los procesos revolucionarios para disputar el movimiento de masas está en el corazón del legado revolucionario que Trotsky nos dejó.

Gustavo Giménez

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