A 99 años de la Revolución Rusa. Más anticapitalistas que nunca

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El 7 de noviembre de 1917, los obreros, campesinos y soldados rusos, organizados en los soviets y dirigidos por el Partido Bolchevique de Lenin y Trotsky realizaron la primera revolución socialista triunfante. Una ola de simpatía se extendía por toda la vanguardia mundial. La revolución daba origen a otra gran conquista: la III Internacional.

Lenin y Trotsky veían muy difícil que la revolución rusa se sostuviera si no triunfaba también en los centros de la clase obrera europea, sobre todo en Alemania. La guerra civil que debieron afrontar, y en la que derrotaron a 14 ejércitos invasores extranjeros, logró que la revolución se afirmara pero a un costo muy alto.
En medio de las penurias del pueblo ruso surgió la casta burocrática estalinista, que a la muerte de Lenin en 1924 desplazó a la vanguardia revolucionaria del PC de la URSS, liderada por Trotsky, y a sangre y fuego logró burocratizarlo así como a la Internacional, a la que disolvió en 1935.
La traición estalinista le permitió al sistema capitalista imperialista una sobrevida de casi un siglo. Nunca fue tan grande la brecha entre ricos y pobres. Con un progreso científico y tecnológico sin precedentes, un tercio de la humanidad pasa hambre o tiene sus necesidades básicas insatisfechas. El planeta está al borde de un colapso ecológico que pone en riesgo la existencia misma de la especie humana. Como nunca, la salida está íntimamente ligada a la derrota del sistema capitalista.

Anticapitalismo o posibilismo

Cuando Lenin llegó a Rusia en abril del ’17, el partido bolchevique era una minoría en la conducción de los soviets (consejos o coordinadoras), que estaban dirigidos mayoritariamente por mencheviques y social-revolucionarios (SR). A su vez éstos eran parte del gobierno provisional de Kerensky y sus ministros burgueses.
La revolución, que había comenzado con la insurrección de febrero que derrotó a la dictadura del zar Romanoff y los nobles, estaba en una encrucijada. El gobierno provisional de Kerensky, con un doble discurso sobre revolución y democracia, seguía desangrando al pueblo ruso en la guerra de pillaje imperialista. No había tocado las propiedades de la vieja nobleza feudal. Y prometía una Asamblea Constituyente para reorganizar el país, pero sin ponerle fecha.
Lenin dio una importante pelea contra los «menches» y SR que habían convertido a los soviets en meros fiscalizadores del gobierno burgués de Kerensky, delegando en él el poder revolucionario que ellos expresaban. También tuvo que chocar con la mayoría del Comité Central bolchevique, que mantenía un apoyo crítico de izquierda al gobierno provisional y opinaba que la línea de Lenin de preparar al partido para la toma del poder por los soviets era una locura. El ingreso de Trotsky al partido, que empezó a trabajar codo a codo con Lenin desde mayo del ’17, fue parte de esa batalla. Así, la más grande revolución obrera y popular de la historia se ganó enfrentando a los posibilistas de la época.
Para Lenin y Trotsky, en el país más atrasado de Europa, con mayoría campesina, se podía «saltar» por encima de las tareas democráticas que la burguesía debía realizar y avanzar a un modelo anticapitalista. Lenin era el primero en confrontar con sus viejos camaradas atados a fórmulas del pasado. Es que la burguesía rusa era una casta servil, que por sus lazos y compromisos con el capital internacional y la nobleza terrateniente era incapaz de realizar ninguna de las tareas democráticas estructurales: su rol era contener y ahogar la revolución obrera en curso.

El estalinismo perfeccionó el posibilismo

Los estalinistas denostaban a Trotsky y su teoría de la revolución permanente, de profundizar la revolución a nivel nacional e internacional. Según ellos, con sus enormes riquezas naturales Rusia debía dedicarse a construir «el socialismo en un solo país», utopía nacionalista en un mundo capitalista imperialista.
En este esquema la III Internacional ya no tenía sentido como herramienta revolucionaria para pelear por tomar el poder en todos los países: les era más útil como mera agencia de relaciones exteriores de la burocracia soviética.

El debate en la actualidad

La crisis mundial abierta en el 2007 plantea una situación nueva. La enorme resistencia de los pueblos al salvaje ajuste capitalista está derribando a las formaciones políticas tradicionales, como la derecha clásica y la socialdemocracia (1). Eso libera fuerzas, polariza y genera nuevos fenómenos políticos a izquierda y a derecha.
Por fuera de los viejos aparatos surgen nuevas alternativas de izquierda y es un deber de los revolucionarios acompañar esos procesos. Si esas nuevas direcciones ablandan su programa para buscar más votos, se estancan. Así le pasó a Podemos en España. O como Syriza, terminan sometiéndose a los ajustes de Merkel y la troika europea.
A su vez aparecen nuevas formaciones más de derecha, estilo Trump. Pero están lejos de ser el fascismo: aún son fenómenos electorales que no han derrotado físicamente al movimiento de masas, que cada vez pelea con más fuerza.
En Latinoamérica muchos honestos militantes que simpatizan con el gobierno de Maduro, el PT de Brasil o el kichnerismo justifican la bancarrota de sus conducciones con el argumento de que hicieron «lo posible» en un mundo dominado por la derecha y el imperio.
Nosotros lo vemos distinto. Nunca el pueblo brasileño peleó tanto como desde el 2013 contra el ajuste que inició el propio PT y ahora continúa Temer. Sus luchas van a chocar inevitablemente contra las formaciones de derecha (algunos viejos aliados del PT) que ahora gobiernan el país, las gobernaciones e intendencias. Espacios con un programa anticapitalista como el PSOL seguirán creciendo.
En la Argentina el gobierno de Macri, lejos de estabilizarse, enfrenta una andanada de luchas que empiezan a desbordar la traición de los burócratas de la CGT y en las que se afirman nuevas conducciones. La izquierda tendría la oportunidad histórica de construir una alternativa para millones, pero las prácticas sectarias y autoproclamarias del FIT son un obstáculo. A quienes compartan la necesidad de una alternativa anticapitalista amplia los invitamos a fortalecer esa perspectiva sumándose al MST-Nueva Izquierda.

No van más las medias tintas

Los Kerensky actuales, los gobiernos posibilistas latinoamericanos, han fracasado. Cuando la crisis mundial entró en sus países, con distintas excusas se convirtieron en agentes del ajuste capitalista. Por eso millones, que en su momento los llevaron al gobierno, los abandonan buscando otra alternativa.
Para poder dar respuesta a los reclamos económicos más elementales y democráticos de los pueblos, la agudeza de la crisis pone cada vez más al orden del día las tareas anticapitalistas. Miles y miles empiezan a sacar la conclusión de la necesidad de ir hasta el final en la lucha contra el capitalismo.
Junto a ellos y sin ningún sectarismo, empujando la democracia de los de abajo, de los que luchan, hay que construir la herramienta política para que triunfen. Y para eso hay que tomar las mejores experiencias de Lenin y los revolucionarios rusos, que nada tienen que ver -como los difamadores han pretendido- con la monstruosa deformación estalinista.

Gustavo Giménez

1 Así se suman a la bancarrota de los PC y sus variantes tras la caída del Muro de Berlín.

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