1989-2016 De la caída del Muro al fin del “sueño americano”

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El 4 de noviembre se cumplieron 27 años de la caída del Muro de Berlín. Fue la expresión de una gran revolución democrática que estallaba en los países dominados por la burocracia moscovita. La reunificación de Alemania volvió a unir a su clase obrera y su pueblo, divididos artificialmente por el pacto a sus espaldas entre Stalin, Churchill y Roosevelt, que temían que la Europa imperialista destruida por la guerra terminara en revolución.

Dos años después de desaparecida la Unión Soviética caía la losa de la burocracia estalinista y con ella arrastraba a las economías no capitalistas del Este de Europa que había contribuido a destruir. Desaparecía así el mundo bipolar de la “guerra fría”, en realidad de la “coexistencia pacífica” de esa burocracia con el imperialismo. Un modelo diseñado en los acuerdos de Yalta y Postdam para dividir el planeta en zonas de influencia y actuar, desde distintos roles, para sostener el status quo y frenar la revolución.
Ante la caída del Muro y luego la del stalinismo las aguas se dividieron. Propagandistas del imperio, como Fukuyama, anunciaron 500 años de prosperidad capitalista. Auguraban un reverdecer del capitalismo al incorporarse una tercera parte de la humanidad al mercado mundial. Estuvo también la ofensiva neoliberal de los ’90 y la pérdida global de conquistas obreras. Y la confusión en la conciencia de millones, que identificaban al socialismo con esa deformación monstruosa del “socialismo real” estalinista.

Las izquierdas también debatieron

Algunas corrientes, quizás la mayoría, vieron la caída del Muro como una derrota, un triunfo del capitalismo. Y se aferraron a sus ladrillos, defendiendo a regímenes en retirada, responsables de la miseria y falta de libertad de sus pueblos. Justificaban a una burocracia stalinista que en su huida transformaba a gran parte de sus miembros en nuevos “burgueses” con ropaje seudo-democrático y que fue el agente privilegiado del ingreso del gran capital.
En cambio otra izquierda, entre la que se encuentra nuestra corriente, reivindicó la liberación de fuerzas que significó la derrota de la burocracia y la destrucción de su pacto contrarrevolucionario con el imperialismo. En su momento subestimamos quizás algunas de las contradicciones que esa enorme revolución planteó, por la falta de una dirección revolucionaria. Apostamos a que las masas del mundo iban a encontrar su camino despejando las malezas que confundían su conciencia.

El “fin de la historia” capitalista

Apenas 18 años después, en 2007, el “gigante imperial” estalló. La quiebra de la burbuja inmobiliaria arrastró a los principales bancos del mundo y puso al borde de la bancarrota a todo el capitalismo, generando la crisis más profunda de su historia. Esta vez la crisis se desarrolló del centro a la periferia. Los pueblos pagaron los platos rotos y se terminó “el estado de bienestar” y el “sueño americano”. Y poco a poco caían las ilusiones de que la “locomotora china” o los BRICS iban a salvar el derrumbe de la globalización.
La brutal crisis económica expresa una crisis más profunda de todo el sistema. Junto a la economía, la crisis abarca desde la caída de los viejos regímenes políticos y las formas de dominación imperialista, las derrotas militares del imperio y el surgimiento de poderes regionales hasta la debacle ecológica del planeta, cuestionando incluso la permanencia de la especie humana y la vida tal cual la conocemos.
Se abrió una nueva etapa en la lucha de clases mundial. La generación de la burbuja y el estallido no pueden explicarse sin la enorme resistencia de las masas del mundo a los ajustes neoliberales y el aumento desmesurado del capital especulativo (gaseoso o financiero), frente a la imposibilidad de arrancarle a la clase obrera mundial la tasa de plusvalía necesaria para compensar la caída de la tasa de ganancia.
Nahuel Moreno ya había planteado que el imperialismo necesita imponer una contrarrevolución económica permanente, explotando cada vez más a los trabajadores y los pueblos. Pero a diferencia de las épocas del fascismo triunfante, que logró bajar el nivel de vida en forma brutal, los pueblos resisten con todo pese a no tener una dirección combativa al frente. Y en esa resistencia se producen guerras, cracks, revoluciones, arrasando a su paso con las viejas direcciones y regímenes políticos que dominaron durante décadas. La falta de una dirección que coordine esta pelea genera un camino con avances y retrocesos. Pero en la medida en que no se producen derrotas históricas y los pueblos continúan peleando, las oportunidades para construir una dirección revolucionaria se vuelven a colocar una y otra vez.

Polarización creciente

Las crisis y las luchas generan una polarización social y política cada vez mayor. Atrás quedaron los viejos regímenes de tranquila alternancia entre la socialdemocracia europea -o el posibilismo latinoamericano- y la derecha clásica, lo que abre espacio a izquierda y a derecha.
No es que los viejos aparatos hayan desaparecido del todo. Allí donde conservan cierto poder político, como el stalinismo cubano, siguen actuando de freno. Pero son cualitativamente más débiles y su futuro, si las masas no se dejan vencer, va a ser el mismo que ya sufren el PT, el kirchnerismo y la casta burocrática de Maduro.
Frente al hundimiento del bipartidismo tradicional, la falta de un polo revolucionario alternativo permite que se desarrollen fenómenos de derecha con un programa facistoide, como expresión del anti- sistema contra el establishment. Le Pen y otras derechas europeas son un ejemplo. Pero son sólo fenómenos electorales, que no han logrado causar derrotas significativas a los trabajadores y los pueblos. Las peleas decisivas están por darse y serán físicas, en las calles. Como siempre, la última palabra la tiene la lucha de clases.

Dos tareas para los revolucionarios

Al mismo tiempo surgen nuevos fenómenos políticos por izquierda, que despiertan expectativas de cambio en importantes sectores. Allí donde defeccionan frente al ajuste, como lo hizo Syriza en Grecia ante la troika, se retrocede. Lo mismo cuando el Podemos español rebaja su programa para “pescar” algunos votos más. Y lo mismo cuando Sanders capitula a Hillary. Distinto es el curso de formaciones amplias de izquierda, como el PSOL en Brasil, que mantienen su rumbo radical y crecen.
Bajo el fuego de las crisis y las luchas obreras, juveniles y populares, para los socialistas revolucionarios se plantean dos tareas combinadas. Una, si surgen corrientes a izquierda, es la de alentar y ser parte activa de proyectos anticapitalistas de unidad y amplios. La otra, más permanente y estratégica, es la de construir fuertes partidos revolucionarios en cada país y a la vez trabajar por un reagrupamiento internacional de los revolucionarios. A 27 años de la caída del Muro stalinista y a una década del estallido de la crisis de la globalización capitalista, las condiciones son favorables para avanzar en ambos desafíos.

Gustavo Giménez

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