Rescate histórico: Los soviets, la ciencia y la ecología

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El estalinismo fue la antítesis de la Revolución de Octubre en todos los terrenos. La distorsión histórica, el oscurecimiento, la tergiversación. Todos fueron recursos de la burocracia secuestradora del poder obrero en la primera experiencia mundial de un país de las mayorías, de verdad. Nuestro rescate como tarea revolucionaria. Pistas de la política científica y socioambiental del gobierno de Lenin y Trotsky.

Las usinas ideológicas del capital le imputan carácter retrógrado, pasado de tiempo, de época. Cierto ecologismo posmoderno le achaca productivismo irracional. Las críticas a la experiencia del bolchevismo vienen por derecha e izquierda en materia científica y ecológica. Atravesados por el desconocimiento, ignoran pruebas inapelables que corroboran que en los primeros años de la Revolución Rusa, en vida de Lenin, en equipo dirigente con Trotsky, el enfoque sobre estos asuntos fue opuesto a ese del que se le acusa. Así, parece increíble, pero Weiner en su recomendable libro “Modelos de la naturaleza. Ecología, conservación y revolución cultural en la Rusia soviética” cuenta que Lenin en persona promovió a través del área educativa del gobierno soviético la creación de una reserva natural de cerca de 40.000 km2 cerca del Volga, destinada a la investigación científica. Con un decreto de septiembre de 1921, todavía bajo el fuego de la Guerra Civil, Lenin impulsa confiar la política conservacionista al Narkompros, el área de Educación soviética, para darle cobertura frente a las dinámicas de cortoplazo, burocráticas y utilitaristas de otros eslabones del estado obrero. Desde allí se garantizaba una gestión guiada ante todo por preocupaciones científicas. Constatar esa preocupación de Lenin en medio de tantas penurias económicas y sociales, la perspectiva estratégica de fomento a la investigación independiente, emociona y reafirma la tarea de recuperación histórica de lo mejor de esa experiencia política.

Gestión racional, metabolismo social

El poder de los soviets fue vanguardia en variados temas y también fue de avanzada en el terreno de la investigación científico-socioambiental. Trotsky formuló la “ley del desarrollo desigual y combinado” para explicar que en razón de su integración a la economía-mundo, un país atrasado puede evidenciar ejemplos de anticipación en la economía. Hay ejemplos impresionantes para señalar, aplicando ese mismo instrumento a la ciencia rusa, anterior inclusive a 1917:

  • El geoquímico Vladimir Vernadsky (que planteó el concepto de biósfera) es el más famoso, pero hubo más.
  •  El zoólogo Kozhevnikov y el botánico Borodin, por poner dos casos, tenían reputación internacional.
  •  El ingeniero agrónomo Podiapolski fue el que le presentó a Lenin por iniciativa del comisario del pueblo para la educación Lunacharski -hombre enorme-, la propuesta de una reserva en Astracán en 1919.

Estos científicos, que en general arrancaron siendo anti-bolcheviques furiosos, no tenían la intención de proteger santuarios naturales, como en los parques americanos: su propósito era comprender el funcionamiento de los ecosistemas. El zarismo medieval y retrógrado los había ignorado, y el gobierno de Lenin y Trotsky -para su sorpresa- los apoyaba creando políticas integrales de conservación científica.
Esos primeros años de impulso revolucionario genuino trazaron coordenadas clave poniendo un signo igual entre socialismo y organización racional planificada de la sociedad sobre pilares científicos. Seguían a Marx y Engels que supieron asimilar críticamente a Ricardo, Smith, Morgan o Darwin, no sin impugnar los presupuestos políticos de los investigadores e incluso denunciando sus concepciones de clase. Con Stalin la ciencia y esta racionalidad democráticamente planificada es suplantada por la usurpación burocrática del poder al servicio de la reformista política del “socialismo nacional” y los pactos con el imperio. Eso fue el estalinismo y su ciencia escolástica, del dogma y la obsecuencia. Antimarxismo puro.

Marxistas en el siglo XXI, ecosocialistas

A 100 años de la experiencia de ese primer país de las masas, del 99 %, las derivas de la sobrevida capitalista plantean nuevos desafíos para la transición a otra forma de organización social, de vida. El sistema de las corporaciones financieras, del agronegocio, de los hidrocarburos o la minería a cielo abierto, a las que nadie elige pero gobiernan, no solo estancó el progreso global sino que desarrolla fuerzas destructivas de la vida planetaria. La necesidad de valorización ininterrumpida a escala global, la integración de todos los países a las cadenas de esa valoración, impone niveles de superexplotación obrera y depredación ambiental nunca vistos. Fuerza de trabajo e insumos de la naturaleza mercantilizada más baratos es la consigna del capital actualmente. Es la lógica que está detrás de la ofensiva desmanteladora de derechos laborales y la profundización del extractivismo en América Latina. Ser anticapitalistas hoy significa inevitablemente ser ecosocialistas, es decir asumir las tareas de una transición hacia otra forma de producción y democracia, basada en la planificación de masas, la autoorganización y la conciencia de los límites naturales, socioambientales y físicos del planeta. En lo inmediato eso no puede significar otra cosa que prohibir transgénicos y agrotóxicos, megaminería y fracking, hacia una reconversión productiva y laboral-profesional orientada por las necesidades mayoritarias de la sociedad y no por la acumulación privada de una minoría explotadora. Eso hoy significa ser continuadores de la experiencia de 1917. Walter Benjamin decía que los derrotados de la historia lo son dos veces: en la lucha de clases y en la historia oficial que los silencia. Este rescate es parte de una revancha, un compromiso y una orientación de seguir intentando cambiar todo lo que haya que cambiar. Hasta ganar.

Mariano Rosa


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