Ni a Macri, ni a los Fernández, les interesa la reforma agraria

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Mientras Alberto se reunía con la Mesa de Enlace y les aseguraba que “no había espacio para volver al pasado” y la necesidad de “trabajar juntos”, el dirigente social kirchnerista Juan Grabois habló de reforma agraria.

Las reacciones fueron muy diversas. El gobierno y la Sociedad Rural salieron a cruzarlo. Alberto aprovechó el Día de la Agricultura para elogiar “el espíritu emprendedor de los productores argentinos” y Cristina habría llamado a silencio al imprudente referente papal. Grabois cambio de tema. Pero el debate sobre la necesidad de una profunda reforma agraria se instaló.

No es para menos, cuando gran parte de la población argentina no puede comprar los alimentos básicos para darle de comer a su familia dado el aumento desmesurado de los mismos a partir de sucesivas devaluaciones, en particular de la última, pos PASO. Hambre y desnutrición en un país lleno de comida que le da de comer a 300 millones de habitantes en el mundo.

Fernández navega en un lenguaje ambiguo, típico de la campaña electoral y, para no perder ningún voto a izquierda o derecha, no enfrenta abiertamente a Grabois, como le exigen más de un funcionario, periodista oficialista, u oligarca del campo. Pero su mensaje a la Mesa de Enlace y los grandes capitalistas del campo es muy claro: “vamos a trabajar juntos”.

Y si contradicciones faltaran, a las buenas nuevas como “la cosecha record” o la apertura de exportaciones de harina de soja a China, surgen algunas no tan nuevas, como la disputa entre cerealeras exportadoras y productores sobre quién tiene la culpa de que no se liquiden las exportaciones agrícolas con la premura que quisiera el gobierno para cubrir la malaria de dólares y evitar otra corrida. Que, como todas las corridas, constituye fuertísimas ganancias para un grupo de especuladores y mucho más hambre y miseria para la población trabajadora.

Campo argentino: desierto verde y concentración capitalista

La estructura terrateniente tradicional del campo argentino ha sufrido importantes cambios desde la llamada “revolución verde” con la introducción de las semillas transgénicas, más los agrotóxicos y la siembra directa en la década del 90. Estos avances de la tecnología alimenticia capitalista provocaron un salto muy grande en la producción agrícola, que combinada luego con el salto en el precio de los comodities, durante la primera década del 2000, cambió el negocio del agro en beneficio de los grandes capitalistas, pooles de siembra y fondos fiduciarios, y provocó la expulsión de agricultores, tanto por la mecanización de la producción, como por la ruina de miles de pequeños productores que no podían competir con la producción a gran escala o que debieron reconvertirse y arrendar sus propiedades a los grandes pulpos.

Si tomamos el cultivo insignia de los últimos años, la soja, tenemos que, mientras la tonelada se cotizaba a 160 dólares en los años de De la Rúa, durante los gobiernos K llegó a cotizarse arriba de los 600 dólares. En torno a su producción: “La investigadora del Conicet y la Universidad Nacional de Quilmes, Noemí Girbal Blacha, publicó un estudio en el que detalló que en 1970 la superficie plantada con soja en todo el país era de 30.470 hectáreas y en 2012 alcanzó las 18.902.259, y la producción en toneladas creció cuatro veces.” (1)

Este fuerte desarrollo capitalista desplazó el predominio de las viejas familias terratenientes como los Braun Peña, los Anchorena o los Blanco Villegas (familiares de Macri), como parte de un núcleo de 35 familias que poseen más de 20.000 hectáreas(2), por grandes empresas que como Los Grobo, se basan en el arriendo y la tercerización. La familia Grobocopatel tiene 120.000 hectáreas de producción con una mínima propiedad. Empresas como Cargill, Bunge, Dreyfus, Aceitera General Deheza y Vicentin hoy concentran la producción de soja y sus subproductos.

En torno a la pequeña producción, los datos del Censo Nacional Agropecuario del 2002 (el último con datos confiables) muestran que: “las 218.868 explotaciones de pequeños productores representan un 65,6% del total de instalaciones agropecuarias del país, y ocupan 23.519.642 hectáreas”. Si comparamos estos datos con los del CNA de 1988 se muestra la disminución de las explotaciones agropecuarias de los pequeños productores por los efectos de la concentración:” una disminución de 21% (88.000 EAPs menos). La disminución de las EAPs tuvo un mayor peso en la región Pampeana o Zona Núcleo, llegando al 29%. Sólo la reducción de esta región explica el 66% de la correspondiente al total del país.” (3)

Lo que muestran estas cifras, es que un país con serios problemas de alimentación para su población, destina sus mejores tierras a la producción para exportar al mercado mundial, utilizando un modelo de agricultura que empobrece los suelos y los envenena utilizando agroquímicos que producen cáncer y por los cuales Bayer, la empresa que compró a Monsanto, está pagando juicios millonarios perdidos en EEUU. La marea sojera avanza además sobre áreas marginales no aptas para el cultivo, desmontando bosques y alterando el equilibrio ecológico natural. Así es como el capital concentrado explota una de las zonas agrícolas más ricas del planeta, nuestra llamada “zona núcleo”.

Por una reforma agraria integral

Es necesario que el campo argentino este al servicio, en primer lugar, de desarrollar nuestra soberanía alimentaria. Hay que terminar con el “desierto verde” y cambiar la estructura poblacional del país, que hoy tiene enormes anillos de villas de emergencia alrededor de las ciudades, promoviendo un modelo agropecuario que permita la instalación de millones de personas en las grandes extensiones de tierra de nuestro país. Rompiendo con el modelo “productivista” que envenena nuestro suelo y nuestras vidas y desarrollando una producción ecológica planificada sin agrotóxicos ni monocultivo, con apoyo estatal, al servicio de las necesidades de nuestro pueblo.

Para ello es necesario un programa de transición para el campo que, arrancando de movilizar por un sistema impositivo progresivo, de retenciones segmentadas, mucho más fuertes para los pooles y grandes productores y muy bajas para los chacareros más pobres, termine con una reforma agraria que expropie a las familias terratenientes, a los grandes pooles de siembra y los monopolios cerealeros, aceiteros, lecheros y frigoríficos. Una reforma cuyo modelo de propiedad combine la nacionalización de la tierra y su control estatal, con la adjudicación de chacras de explotación mixta que fomenten la radicación de las nuevas familias en la tierra, apoyando a estas y a los pequeños productores existentes, con viviendas, maquinarias, insumos y asesoramiento técnico. Que aliente la producción colectiva mediante cooperativas y emprendimientos estatales donde las necesidades técnicas lo requieran.

La distribución de la tierra debe acompañarse con la ruptura con el FMI, al que destinamos gran parte de los excedentes de la producción agropecuaria, la nacionalización del comercio exterior para evitar las maniobras especulativas, como el que hacen las grandes cerealeras exportadoras y la nacionalización del sistema bancario.

El recule de Grabois

Salió a proponer algunas medidas parciales y limitadas sobre el reparto de la tierra con el rimbombante título de “reforma agraria” y tuvo que retroceder. Rápidamente, la conducción del PJ, Cristina, le hicieron notar la inconveniencia de sus declaraciones, cuando el “moderado” Alberto acababa de reunirse con la Mesa de Enlace. Se calló. Sólo lo salió a defender Emilio Pérsico.
Luego su organización, la CTEP, salió a hacer ruido en el Patio Bullrich exigiéndole viviendas a Larreta. Dijo que él no había organizado nada y habría ofrecido retirarse un tiempo al Vaticano.
En fin… pretender que Alberto o Cristina que cuando fueron gobierno favorecieron con todo el agronegocio capitalista y la concentración, hagan la reforma agraria, es pedirle peras al olmo. Una verdadera revolución en la propiedad de la tierra solo puede venir de un gobierno de los trabadores y el pueblo, que aplique el modelo de país que el MST y el FIT Unidad proponen.

Gustavo Giménez

1. Artículo “De los terratenientes a la hegemonía contratista” publicado en Perfil del 29 de diciembre de 2018.
2. “Los gordos de 20.000 hectáreas”, David Cufré, Página 12 13/07/2008
3. “Las PYMES del campo y la agricultura concentrada: dos modelos en pugna”, Revista Acción, segunda quincena de junio de 2012.

 


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