El genocida Al Assad acorralado

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Cuando escribimos estas líneas se está combatiendo en las cercanías del Aeropuerto de Damasco, que lleva varios días cerrado. El Aeropuerto está ubicado en una zona controlada por tropas rebeldes, sobre la que el régimen esta descargando el poderoso poder de fuego de su fuerza aérea.
La guerra civil contra el régimen, que ya cuenta con 40.000 víctimas fatales (Siria tiene 19 millones de habitantes), en su mayoría civiles indefensos, ya no solo se desarrolla en las ciudades del norte como el Alepo, controladas por las fuerzas insurgentes o los combates que se libran en Homs, ahora se pelea también en los suburbios de Damasco.
El terrible genocidio desatado contra el pueblo sirio no ha logrado quebrar la resistencia. Todo lo contrario, esta revolución democrática, típica de la “primavera árabe”, que comenzó con masivas movilizaciones pacíficas contra el régimen dictatorial del partido Bass, devino en una guerra civil abierta, dado la brutalidad asesina con que el régimen reprimió a las primeras manifestaciones de descontento, masacrando, apresando y torturando a manifestantes pacíficos y aldeas y barrios enteros.
La pérdida de terreno constante de la dictadura, el crecimiento en organización y armamento de la oposición armada del llamado Ejercito Libre de Siria, apoyado por los Comités de Organización locales, ha hecho que el régimen de Al Assad redoble la apuesta armada, no solo en la utilización de su mortífera aviación, sino en el peligro de que se utilizado el tremendo arsenal químico que posee. Obama y la OTAN han utilizado esta posibilidad para amenazar con la intervención militar directa, como en su momento lo hicieron con los bombardeos de la OTAN sobre Libia, y que en lo inmediato ha significado la autorización para desplegar baterías de misiles Patriot de la OTAN en la frontera turco-siria. Con la colaboración de los gobiernos de Turquía y Qatar, buscan a toda costa que la dirección de la insurgencia siria no quede en manos de las corrientes más radicales.
Desde el MST, a la par que apoyamos la heroica lucha del pueblo sirio por derribar a la dictadura genocida de Al Assad, nos oponemos a todo tipo de intervención imperialista. El peligro de esta se ha acrecentado en la medida que se debilita el gobierno del dictador. Recientemente la toma de la resistencia de un arsenal de misiles tierra-aire, con la que ya se derribaron dos aviones de combate, es considerada por algunos analistas como un importante avance táctico que podría cambiar la relación de fuerzas en el terreno militar.
Solo una derrota aplastante del movimiento de masas sirio en lucha podría mantener a Al Assad en el poder. Un régimen moribundo que se sostiene gracias al apoyo del régimen iraní, del Hezbolá y a los gobiernos Ruso y Chino, que estarían buscando una salida consensuada, que permita conservar lo esencial del régimen, y aflojarle la mano al dictador ante lo que parece su caída inevitable a manos de la movilización popular.
Algunos compañeros y corrientes de izquierda, que en un principio apoyaron al régimen “anti imperialista” del genocida Al Assad, ahora ante la evidencia del genocidio que está desatando sobre su pueblo, han girado a una posición escéptica, ya que plantean que si gana la resistencia, esta va ha ser prostituida por la intervención imperialista, y sostiene que sea cual sea el resultado de la guerra civil no va ha haber mejoras para el pueblo.
Nos oponemos a esta concepción. La revolución siria es parte de esta oleada revolucionaria de los pueblos del medio oriente y el norte de África. Más allá de las maniobras de los gobiernos de la OTAN y las dictaduras petroleras de la región, el triunfo de los rebeldes y la caída del régimen no hará sino potenciar esta revuelta. Objetivamente irá contra el enclave imperialista de Israel, favorecerá la lucha del pueblo palestino, e impulsará el proceso de revolución permanente en la región.
Proceso que no se detendrá hasta acabar con el hambre y la miseria de las masas, que han detonado la revolución democrática, como lo demuestra el levantamiento contra el gobierno del presidente de Egipto Mursi, que pretende arrogarse poderes especiales, disolviendo la Justicia y manteniendo la disolución del Parlamento, para imponer un fuerte ajuste pactado con el FMI, sobre las espaldas de un pueblo que protagoniza una de las revoluciones más importantes de estos días.


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