Debate: Pensar la Argentina hacia el siglo XXI – ¿Extractivismo semicolonial o desarrollo ecosocialista?

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Se transita el final del kirchnerismo. Este dato no escapa a los sectores hegemónicos del capitalismo local. Los partidos tradicionales piensan la gestión pos-Cristina y una transición sin sobresaltos. Por otro lado, los “intelectuales orgánicos” del capital van trazando una estrategia de mediano plazo. Sobre la orientación central en este último plano nos queremos detener para aportar una visión polémica y alternativa. El punto de partida son dos libros publicitados entusiastamente por Clarín: “Claves para repensar el agro argentino” del profesor Roberto Bisang; y “El desarrollismo del siglo XXI” de Jorge Castro.

Tanto Bisang como Castro convergen en un punto: Argentina está frente a una oportunidad histórica comparable al escenario que le tocó a la generación del 80´ del siglo XIX. Otro vez el campo como salvación. Una vez más la integración del país al “ciclo de expansión mundial” como proveedor de materias primas. Del “granero del mundo” de hace 130 años a la “revolución de la pampa con la biotecnología como motor”. La propuesta de Bisang y Castro es categórica:

  • Hay que ampliar la producción de soja y otros eventos transgénicos –los que demande el mercado mundial de los países emergentes.
  • Hay que generalizar la exploración de petróleo y gas no convencional.
  • El futuro está atado a China y los BRICS que demandan nuestra soja, biocombustible y derivados.

El siglo XXI tiene que ser entonces el de la afirmación de un modelo “desarrollista”, dice Castro, con inversión de capitales multinacionales, sin trabas legales a esa expansión –leáse, nueva ley de semillas- y con el “empresario innovador” como factor de creciente productividad. El modelo de referencia de innovación sería Gustavo Grobocopatel, CEO del pool de siembra más grande del país.
Así se resumen las coordenadas básicas del desarrollo capitalista en el que todas las fracciones de la burguesía local –y sus partidos- coinciden: desde los K hasta la UCR, desde Binner hasta Macri y Massa o Scioli.

“La década extractiva”

Con esta feliz expresión titula el periodista Darío Aranda un informe sobre las consecuencias ambientales del modelo capitalista del kirchnerismo:

El monocultivo de soja abarcaba 12 millones de hectáreas en 2003. Hoy pasó a 20 millones. La soja transgénica, con uso de glifosato, se aprobó en 1996 en base a informes de las propias agroempresas. El Plan Estratégico Alimentario 2020 que impulsa el gobierno nacional se propone aumentar el 60 % el cultivo de soja y otros cultivos transgénicos.
La megaminería contaminante se consolidó: de 40 proyectos se pasó a 600. Más de 50 asambleas socioambientales en Argentina cuestionan estos emprendimientos por su secuela de muerte y saqueo.
El acuerdo YPF con Chevron es la punta de lanza de la introducción a gran escala del método de extracción por fractura hidraúlica de gas y petróleo.
La cementación urbana avanza sin límites. En Buenos Aires y las principales ciudades de Argentina se multiplicaron las construcciones de lujo como refugio especulativo de capital. La reducción de espacios verdes y la creciente presencia de cemento en las ciudades provoca en términos sociales la profundización de la crisis habitacional a gran escala y por otra parte, afecta el medioambiente por doble vía: aumenta la temperatura ambiente y colapsa la capacidad de absorción de agua ante lluvias intensas por encima de los valores históricos –ahora recurrentes– como resultado de la alteración climática planetaria.
En síntesis: las corporaciones como Monsanto, Barrick, Chevron o IRSA son la expresión de los ganadores de la “década extractiva”. Los sectores populares pagan el costo de la desigualdad, la concentración monopólica, la destrucción de las economías regionales y un salto en la degradación medioambiental.

Ante el productivismo capitalista hay una salida: un programa ecosocialista para el siglo XXI 

La realidad es que por el camino del capitalismo decadente no hay salida para las mayorías populares. La lógica del sistema es implacable: tiene que producir más de lo que sea para realizar ganancia y alimentar el ciclo de la acumulación permanente. Se trata de producir lo que haga falta para acumular ganancia capitalista. No importa si tiene utilidad social real o no. Para eso está la publicidad del consumo ilimitado como recurso. La base energética de esa producción son los combustibles de origen fósil, sobre todo el petróleo. La dinámica contaminante de ese recurso está científicamente probada. Por otra parte, el reemplazo –también intrínseco al capital– de trabajador@s por máquinas, para aumentar la productividad, provoca crisis social, miseria, desocupación. Para los países de continentes como el nuestro el modelo ya lo definimos más arriba: privatizar todos los bienes comunes, mercantilizar todo lo vivo, sea la cordillera, el campo, el espacio público urbano o el agua. Esta lógica antisocial, inhumana y sin salida en los marcos del sistema es la clave. Por eso, una salida con eje en las necesidades colectivas de la mayoría trabajadora requiere implementar varias medidas en simultáneo o –dicho en clave política- un programa de transformación pos-capitalista y socialista: reconversión energética pasando de la matriz fósil a energías renovables y limpias al costo económico que sea; transformación de la base productiva partiendo de las reales necesidades sociales y no de la ganancia; expropiación de las privatizadas de la energía y el petróleo poniendo todo bajo control social de trabajadores y consumidores; suspensión del pago de la deuda externa, nacionalización del sistema financiero y el comercio exterior para disponer de recursos para encarar todas las transformaciones económico-sociales necesarias. Es fundamental pensar en reducir la producción de todo lo inútil y contaminante que impulsa el capitalismo. También es imprescindible una medida económica pero con consecuencias políticas: reducir la jornada laboral con igual salario para garantizar pleno empleo y además para generar condiciones de tiempo libre y fomentar la intervención social democrática de trabajadores y sectores populares en la planificación de la producción y gestión de toda la economía. Inmediatamente prohibir la megaminería, los agrotóxicos, la cementación irracional y el fracking. Incorporar mecanismos de consulta popular directa y vinculante como base de una democracia popular real. Finalmente: estos cambios revolucionarios pueden ser llevados hasta el final si los trabajadores como sujeto central de una alianza social con todos los sectores populares asumen esta estrategia a escala nacional, regional e internacional.

Movilización social y una nueva izquierda para avanzar en cambios de fondo 

Un programa pos-capitalista tiene que contar con protagonismo de trabajadores y mayorías populares. Sin embargo, hay dos condiciones más para esa dura pelea abierta y de resultado incierto: la movilización independiente y autoorganizada de las mayorías que trabajan, y la construcción de una organización política de izquierda que exprese y luche por estas ideas en las fábricas, universidades, colegios, barrios, en el campo intelectual, en el movimiento de mujeres y en el terreno ambiental. Ser de izquierda en el siglo XXI requiere asumir todos los desafíos de un balance crítico –y autocrítico- de los errores cometidos en el siglo pasado. Asumir la necesaria renovación programática –incorporando por ejemplo, el encuadre socioambiental y de género- pero sin renunciar a lo mejor de la tradición de izquierda: la defensa de los derechos sociales de la clase obrera. A la vez supone incorporar una revolución interna en la forma de construir fuerza política con eje en el debate democrático, el libre choque de ideas, las decisiones construidas desde abajo hacia arriba sin renunciar a actuar de forma centralizada como producto de la elaboración colectiva. Y también implica una búsqueda de unidad con otras expresiones políticas también de izquierda para vertebrar una nueva mayoría política. Con unidad y respeto a la diversidad de identidades. Este es el difícil desafío. Pero posible. Desde el MST estamos luchando por esta propuesta. Si estás de acuerdo peleemos juntos, la nuestra es una organización abierta.

Mariano Rosa


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