Chile: la mecha sigue prendida

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El miércoles 7 llegamos a Santiago. Algunos habíamos participado de la rebelión de los pingüinos (secundarios) del 2006 y a medida que recorríamos las calles, universidades y colegios tomados notamos algo distinto: no estábamos sólo ante un reclamo estudiantil, sino a un conflicto transversal a toda la sociedad, que cuestiona la base misma del régimen político chileno.

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Luciana Echevarría,enviada especial

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Cuando Piñera ganó las elecciones en enero de 2010, la derecha chilena se ilusionó con una vuelta al pasado. No fue así. Hoy se ve con claridad que su triunfo, lejos del mérito propio, se debió al rechazo a 20 años de gobiernos de la Concertación -Partido Socialista, Democracia Cristiana y otros, durante los cuales mantuvo los pilares de la dictadura pinochetista, entre ellos el modelo de educación privada.

La rebelión desatada por el reclamo de educación gratuita es el conflicto más profundo que ha debido enfrentar Piñera en este año y medio de gobierno. Pero no es la primera crisis política desde que asumió. Las denuncias de negociados por la reconstrucción luego del tsunami, la pelea del pueblo mapuche, la pueblada de Magallanes contra el tarifazo del gas y la lucha de los mineros del cobre, entre otras, tonificaron el ascenso que dio lugar al actual proceso.

Y va a caer, y va a caer… la educación de Pinochet

Para entender la política del gobierno chileno para la educación basta comparar el 0.5% del PBI que invierte en ella contra el 15% que destina a las Fuerzas Armadas. Esa relación de 30 a 1 explica la postración de la enseñanza y a la vez desnuda la necesidad del régimen de fortalecer el aparato represivo, garante de la profunda desigualdad social reinante.

Chile es una de las economías más extranjerizadas del planeta. El 70% de su PBI está en manos extranjeras, frente al 30% de promedio mundial. Y sólo las empresas que explotan el cobre se llevan 30.000 millones de dólares al año.

Las reglas del sistema educativo son un callejón sin salida. Sólo endeudándose se puede financiar una carrera universitaria. Las más baratas, por cuatro años, cuestan unos 20.000 dólares. Considerando que el salario medio del 60% de la población es de 650 dólares y que el arancel mensual de una carrera va de 400 a mil dólares, la trampa salta a la vista. El 85% de los estudiantes que inician sus estudios deben abandonarlos antes de recibirse y encima quedan endeudados con créditos a 20 años.

Los bancos son los más beneficiados, pero no los únicos. Los dirigentes de la Concertación y hasta del Partido Comunista han aprovechado muy bien la privatización de la educación que impuso la dictadura de Pinochet. Entre la Concertación y la Iglesia Católica son dueños del 73% de los colegios. Esa mercantilización la fomenta el Estado mediante los subsidios por estudiante (vouchers) otorgados a las instituciones educativas según la cantidad de estudiantes que matriculan. Aprovechando esa impunidad, una recordada ministra de Educación del partido de la ex presidenta “socialista” Bachelet llegó a ser dueña, durante su gestión… ¡de 70 colegios!

Malos tiempos para los viejos aparatos

El conflicto llegó a los mil establecimientos tomados y ya va a cumplir 100 días. El año lectivo está casi perdido, y la represión y el hostigamiento a los estudiantes continúa. No obstante, la pelea sigue firme en sus reivindicaciones.

La adhesión al reclamo se extendió al 80% de la sociedad. Eso se expresó en las inmensas movilizaciones, las más grandes desde la dictadura militar, que llegaron a reunir cerca de un millón de personas a lo largo del país entre marchas y cacerolazos de apoyo. Nuestro parido harmano, el MST de Chile es parte activa de este proceso.

Con la crisis económica como telón de fondo, el terror de Piñera es el efecto contagio. La reforma de la Constitución y la nacionalización total del cobre, antes temas tabú, pasan a ser debatidos masivamente e incluidos en los pliegos de reclamo.

Es imposible entender este conflicto si no es en los marcos de la nueva etapa que viven los pueblos del mundo y que genera grandes cambios como los de Europa y el norte de África. La rebelión de los jóvenes y trabajadores chilenos tiene vasos comunicantes con aquellas otras: el fuerte rechazo a los viejos aparatos políticos y la pelea por libertades democráticas y derechos sociales básicos, como la educación.

Ese cuestionamiento lo sufren en carne propia los aparatos más sólidos del régimen: la derecha y la Concertación. El gobierno de Piñera cayó a un mínimo histórico de aprobación, un 27%, y la Concertación hoy es rechazada por el 78% de la población.

Pero no sólo están preocupados ellos: al PS y al PC, viejas direcciones del estudiantado y de la clase trabajadora, se les fue de las manos el timón con el que domesticaban las luchas. Hoy miran pasmados cómo los jóvenes desoyen la prohibición de marchar por La Alameda y hacen retroceder a los carabineros, símbolos y guardianes del viejo régimen chileno.

Una nueva generación, que va por más

La esperanza de que este movimiento logre cambios profundos se asienta en un hecho distintivo en relación a luchas pasadas: la protagonista es una nueva generación, nacida después de la dictadura, que no sufrió la derrota del golpe fascista, no carga sobre sus espaldas ese peso y ha comprendido que la única posibilidad de tener un futuro será si lo conquista en las calles.

El gobierno de Piñera se muestra inflexible, pero la decisión de los estudiantes de pelear hasta el final amenaza con profundizar el camino de cambios de fondo que exige la sociedad chilena. No podemos menos que redoblar nuestra campaña de solidaridad.

 


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