Nunca se dejó de luchar por un país distinto
El 30 de octubre de 1983 se realizaban elecciones generales luego de 7 años de cruenta Dictadura Militar y Raúl Alfonsín asumía como el primer presidente constitucional del periodo más largo del régimen democrático de la historia Argentina. El verdadero punto de inflexión en la historia de aquella época debemos buscarlo en Junio de 1982, cuando los militares pierden la Guerra de Malvinas y la crisis política y la movilización popular de repudio hace que su régimen genocida estalle por los aires.
La derrota de los militares fue el resultado de una enorme movilización popular anti- imperialista desatada con la guerra contra los ingleses, que se los llevo puestos cuando la traición y entrega de Galtieri y compañía quedaron expuestas ante millones, con la rendición bendecida por el Papa, Alfonsín y el conjunto de la burguesía argentina y mundial. Fue el resultado de ese proceso, el que derrumbó los intentos de una larga transición ordenada al estilo chileno, para un régimen militar que ya sufría serios signos de desgaste.
Nuestro pueblo no paró de exigir que los genocidas vayan presos y logró con su movilización juicios y condenas que superan en profundidad a los que se realizaron en Núremberg contra los nazis, pese a todos los intentos de los gobiernos «democráticos» de frenar (Punto final, Obediencia Debida, Indultos, extensión innecesaria y todo tipo de demoras en los juicios buscando a que muchos genocidas envejezcan y mueran, etc.).
Los triunfos democráticos obtenidos han sido tan profundos que los gobiernos posteriores han pagado un alto costo cada vez que desarrollaron medidas represivas, como le sucedió a De la Rua y su Estado de Sitio o a Duhalde y los asesinatos de Dario Y Maxi. Por eso los K son tan cuestionados cuando criminalizan la protesta social o dictan una represiva ley anti terrorista.
Nuestra corriente defiende, como lo expreso Nahuel Moreno en su momento, que la caída de la Dictadura se dio por una verdadera «revolución democrática». Este debate histórico que sostenemos con las corrientes que, como el PO y el PTS que encabezan el FIT, niegan este concepto, tiene para nosotros una importante actualidad, no sólo por el curso del régimen político de la Argentina, sino por las enormes revoluciones democráticas que cruzan el mundo derrumbando viejos regímenes totalitarios y conquistando libertades democráticas fundamentales para desarrollar su proceso de movilización anticapitalista.
Las revoluciones que cambian radicalmente el régimen político son una parte, un momento, del proceso revolucionario más general de lucha de los pueblos contra el capitalismo. Y lo son, porque es su etapa de decadencia, el capitalismo tiende a medidas represivas, guerras, regímenes fascistas o bonapartistas para enfrentar a la lucha de los pueblos. Las conquistas y libertades democráticas son por ello una conquista de la lucha.
Alfonsín, Menem, De la Rúa y la experiencia del pueblo
El «régimen democrático representativo» actual, es también la respuesta de la patronal argentina y el imperialismo para intentar contener una movilización popular que nunca se agotó en los reclamos democráticos, sino que cuestionó desde un principio las bases de la dominación capitalista imperialista en nuestro país y su modelo colonial y extractivista. Por eso el recordado lema de Alfonsín: «con la democracia se come, se cura y se educa».
Era imprescindible que millones creyeran que votando entre los dirigentes de los partidos tradicionales de la patronal argentina (el PJ y la UCR) cada dos años, respetando las decisiones de una Justicia al servicio de este modelo económico, todos los problemas graves y necesidades del pueblo se iban a ir solucionando. Y podemos afirmar que con periodos de crisis, y con la inestimable colaboración de los dirigentes burocráticos del movimiento obrero, durante años lograron este objetivo.
Con triunfos y también derrotas parciales, la lucha de los trabajadores y el pueblo argentino, hizo una rica experiencia durante este primer periodo tanto con los dirigentes y los partidos dominantes, la UCR, el PJ como con el FREPASO y la Alianza. Lo hizo también con la burocracia sindical y sus distintos reagrupamientos.
Los paros generales y luego los levantamientos y saqueos a los supermercados de Rosario y Gran Buenos Aires que le costaron la retirada anticipada a Alfonsín. Las luchas, trágicamente traicionadas por la burocracia, contra el plan privatista y neo liberal de Menem. El enfrentamiento a la continuidad de ese modelo económico realizado por la Alianza del Chacho Álvarez y De la Rua, y su superministro Cavallo, terminaron con el estallido del 19 y 20 de diciembre del 2001.
Por eso la consigna «Que se vayan todos, que no quede ni uno solo», surgió como producto de la experiencia de casi dos décadas, con los representantes del régimen democrático patronal, con su partidos fundamentales, la UCR y el PJ, con el Parlamento de brazos enyesados para votar exactamente en contra de lo prometido, con la Justicia corrupta y cómplice de esta forma de gobernar, y con los «buenos muchachos» de la burocracia sindical, aguateros imprescindibles cuando las papas queman y los trabajadores y el pueblo ganan las calles.
Del 2001 al fin de ciclo K
El kirchnerismo justamente contrabandeo gran parte de los argumentos del Argentinazo en su discurso público: contra la vieja política, en defensa de los derechos humanos, de la soberanía del país, por los derechos de los trabajadores y los pobres, por la democratización de los medios y la justicia, la solidaridad latinoamericana, etc. Discurso imprescindible para reconquistar, aunque sea parcialmente, gran parte de la confianza perdida en los gobernantes e instituciones.
Kirchner contó para ello, con la ayuda de una muy favorable situación económica internacional, que Duhalde y su devaluación asimétrica ya habían hecho una parte del trabajo sucio provocando una enorme transferencia de ingresos, que la burocracia sindical no hizo ninguna medida importante en el momento de más crisis, miseria y luchas en Argentina, y con la incapacidad de la izquierda política y social para dar una respuesta correcta para intentar llenar el enorme vacío político de esos años.
Se pudo así retomar la gobernabilidad, pero fundamentalmente sobre la base de reconstituir la imagen presidencial, ya que el Parlamento y la Justicia, así como las fuerzas represivas y la burocracia obrera siguieron teniendo un enorme desprestigio y cuestionamiento.
El tradicional bipartidismo, pieza clave del viejo régimen no levantó cabeza, dado la enorme crisis de la UCR y el PJ, pese a todos los esfuerzos por reconstituirlo, como la última y antidemocrática reforma electoral.
Con el «fin de ciclo K» expresado como nunca en la enorme paliza del pasado domingo 27, se están descongelando todos los elementos de crisis del régimen político. Los «logros» electorales de un Massa, un Macri o la variante socialdemócrata de Binner y la UCR, no pueden confundir con que una supuesta recomposición de la oposición patronal, hasta ayer en la lona, ya sienta las bases para un recambio ordenado. O que como sostienen otros, el peronismo se recicla y se hace del poder bajo otra forma, como si la realidad girara en círculo.
Lo cierto es que frente a la caída K, ni Massa ni ninguno de los que se asoman como candidatos de recambio tienen extendido un cheque en blanco. Al contrario han tenido que disimular lo que toda la gran patronal argentina está discutiendo con ellos y el gobierno, que es «quién y cómo hacen un ajuste». Los primeros discursos y actos del kirchnerismo parecen indicar que van a seguir para adelante con su política sin mayores acuerdos y esto va a significar si se confirmara este curso, en un momento en que se cae la corriente que aseguró la gobernabilidad durante estos años, más grietas y crisis política en las alturas y muchas luchas que se van a colar por esas grietas en forma fluida.
Democratizar la Democracia
Entre la gente se han hecho populares formulas tales como «democratizar la democracia», control directo del pueblo de las decisiones, que los funcionarios ganen lo mismo que una maestra y vayan con su familia al hospital, la escuela o el transporte público, que los trabajadores y usuarios controlen los servicios y empresas estatales, que los políticos deban responder por sus promesas electorales, revocabilidad de los mandatos, elección de todos los jueces por el pueblo, etc. Todas estas consignas o expresiones apuntan a una necesidad: un profundo cambio en el régimen político, para que sea el pueblo a través de todas las formas posibles de democracia directa y control el que decida. Poniendo al orden del día una de las tareas ya planteada en su momento por Moreno, la convocatoria a una Asamblea Constituyente Libre y Soberana, que reorganice el país sobre nuevas bases.
Como lo expresó el importante voto a izquierda de las últimas elecciones, o el surgimiento de nuevas direcciones gremiales en sindicatos, empresas y reparticiones, o el paro general y los cacerolazos del años pasado, el pueblo argentino al cumplirse 30 años de aquella votación histórica, no se encuentra en un giro conservador sino al contrario, está retomando los senderos que dejo abiertos el Argentinazo. Es una gran responsabilidad de la izquierda construir una herramienta lo suficiente amplia y poderosa como para poder encabezar el proceso de enormes oportunidades que se abre.
Gustavo Giménez