La magnitud de la crisis en el terreno ambiental es enorme. De hecho, conceptos tales como «cambio climático», «calentamiento global», «efecto invernadero» ya no son categorías limitadas al ámbito académico. La prensa de masas lo discute y no es para menos. Eventos extremos como las olas de calor, lluvias torrenciales, inundaciones o tormentas eléctricas que matan, hacen de estos fenómenos parte de la discusión pública. También las luchas socioambientales contra la megaminería, el fracking, los agrotóxicos y transgénicos imponen la necesidad de discutir ¿qué hacer?
Casi no hay controversia en un punto con el activismo ambiental y es un punto de partida: el capitalismo es la causa de las alteraciones del ecosistema. Es un anclaje positivo. Sin embargo, ni bien profundizamos un poco nos encontramos con divergencias que empiezan a derivar en posiciones políticas, orientaciones y formas de organización distintas. Existe una tendencia a identificar capitalismo con «cultura del consumismo desenfrenado». Por eso, como el sistema funciona en base al consumo de masas, la modificación individual de los patrones de consumo iría evolucionando en una acumulación gradual progresiva en cambios sociales a escala «micro». Vale decir: experiencias positivas de «consumo responsable» o «redes de comercio justo y agroecológico» son elevadas a la categoría de estrategias últimas de acción ambiental. Sumado a esto se completaría la orientación con campañas de boicot económico a empresas contaminantes y especialmente dañinas en términos socioambientales como Monsanto y otras. Además habría que tender a reducir el consumo como una estrategia «anticapitalista» de decrecimiento, ya que el crecimiento productivo es sinónimo de capitalismo y por lo tanto, afectación ambiental.
Sobreconsumo y superproducción
La tesis anterior define el sistema capitalista por el «desenfreno consumista» que alienta. Por lo tanto, actuando en esa órbita -la del consumo- se podría combatir eficazmente el sistema y sus consecuencias ecológicas. En realidad el capitalismo se define por la amplificada producción de valores de cambio -es decir, «cosas» para ser vendidas- ya que su objetivo es realizar ganancia en el mercado. Cada vez produce más «cosas» vendibles aunque su «utilidad» social sea muy relativa. La publicidad alienta esa dinámica fomentando necesidades artificiales. La raíz del capital está en la producción de valores de cambio o mercancías para ser vendidas. Producción que requiere fuentes de energía siempre crecientes. Por eso explota la naturaleza y explota como mercancía que «compra» en el mercado fuerza de trabajo humana. Para producir con rentabilidad creciente tiene que abaratar costos: baja salarios, aumenta la explotación y sobreexplota a la naturaleza utilizando fuentes de energía baratas aunque sean contaminantes – combustibles de origen fósil. En concreto: la raíz del sistema está en el tipo de producción de «cosas» vendibles y la propiedad privada capitalista de todos los medios de producción – fábricas, máquinas, tierra y trabajadores. Por lo tanto, una estrategia radical supone expropiar los medios para producir socialmente y pasar de producir valores de cambio a valores de uso. En síntesis: producir lo socialmente necesario democráticamente definido por las mayorías que trabajan.
¿Anti-extractivismo «ético» o ecosocialismo?
Otra corriente de ideas bastante influyente es la representada por autores como Eduardo Gudynas o Boaventura de Sousa Santos que critican desde una posición de izquierda el extractivismo tanto en su versión «descarnada» –tipo Jorge Castro, tal como lo desarrollamos la edición pasada- o en su versión «progre-extractivista» representada por Evo Morales o Correa. En este último caso, la crítica de ambos es categórica: es insuficiente como salida independiente para nuestros pueblos «capturar» parte de la renta del extractivismo –el gas boliviano o la megaminería de Ecuador. Por esa vía se consolidan estados rentistas de commodities que profundizan la dependencia de nuestros países respecto a las potencias imperialistas. ¿Cuál es el problema de esta crítica? Que no propone ninguna salida concreta de reorganización social. Se menciona el «concepto del buen vivir» de origen ancestral y raíces originarias que remite a la armonía con la naturaleza, pero más bien se plantea como una especie de «valor ético» y no como proyecto social alternativo.
Recuperar sin dogmas a Marx: anticapitalismo ecosocialista en el siglo XXI
Contra la falsa acusación que se hace al marxismo de «productivista» la realidad es que Marx en «El Capital» explicaba que para los pueblos «la libertad sólo puede consistir en que el hombre socializado, los productores asociados, regulen racionalmente ese metabolismo suyo con la naturaleza poniéndolo bajo su control colectivo [y] que lo lleven a cabo con el mínimo empleo de fuerza y bajo las condiciones más dignas y adecuadas». El marxismo –salvo su distorsión burocrática con el estalinismo- entiende las fuerzas productivas como «una relación integral de naturaleza, técnicas y herramientas y fuerza de trabajo humana» donde su avance no se mide por el «PBI» o el desarrollo unilateral de la tecnología sino por el aumento del bienestar social de la mayoría de humanidad y hoy agregamos «compatible con los bienes comunes». Por eso, para superar el capitalismo en todos sus «versiones» y garantizar sustentabilidad ambiental hay que tomar medidas radicales de ruptura con el sistema: expropiar a las petroleras y empresas de electricidad; reconvertir el sistema energéticoa a matrices renovables y limpias –energía solar y eólica-; garantizar la reconversión laboral de los trabajadores; fomentar el transporte público, estatal, bajo control de trabajadores y usuarios; reducir la jornada laboral con igual salario para fomentar la participación social en la planificación democrática de la producción y el consumo; expropiar a los latifundistas para concretar una reforma agraria que avance con un modelo de agricultura sin agrotóxicos ni transgénicos; prohibir todas las industrias contaminantes sin aval social; suspender el pago de la deuda externa y nacionalizar el comercio exterior y el sistema financiero. Es decir: reorganizar la vida social sobre bases anticapitalistas a escala nacional, continental y mundial. En las próximas ediciones de esta sección queremos discutir qué fuerzas sociales y qué sujetos políticos son indispensables para una estrategia revolucionaria ecológicamente sostenible.
Mariano Rosa
Monsanto contra las cuerdas
El pasado lunes 10 de Febrero el gobierno de la provincia rechazó el Estudio de Impacto Ambiental (EIA) presentado por Monsanto para destrabar la construcción de su planta en Malvinas Argentinas, Córdoba.
Anteriormente, el 8 de Enero, una cámara laboral había fallado a favor de la Asamblea Malvinas Lucha por la Vida, en un amparo que solicitaba la suspensión de la obra hasta que se realizara el EIA, como parte de los requisitos de la ley Nacional de Ambiente. La Justicia terminó de corroborar que todo lo actuado por la empresa había sido ilegal, sobre la base de autorizaciones anticonstitucionales otorgadas por el municipio de Malvinas Argentinas.
Estos dos terribles golpes sufridos con un mes de diferencia terminan de poner a Monsanto contra las cuerdas, en la mas absoluta soledad. El dictamen de rechazo al EIA lo acusa de «poca profundidad técnica», de no informar sobre cuestiones clave como la gestión de los residuos y de ser «reiterativo» en algunos datos e «insuficiente» en otros: 2200 fojas del EIA tirados a la basura.
Pero esta resolución no cae de sorpresa, como un rayo del cielo sereno. La provincia de Córdoba viene sumergida en una profunda crisis política que tuvo, a fines del año pasado, un salto cualitativo con el acuartelamiento de la policía. Así, los conflictos interminables en la salud pública y el terrible golpe que significó la protesta policial, se sumaron al enorme conflicto en Malvinas Argentinas, que ya venía desgastando fuertemente al gobierno. La asfixia política llevó al gobernador De la Sota a barajar y dar de nuevo, eliminando al jefe de gabinete y cambiando varios ministros, especialmente los que llevaban asuntos complicados (salud, ambiente, seguridad y comunicación, entre otros).
El replanteo de De la Sota fue una señal de que la situación se le estaba yendo de las manos; reacción tardía, ya que todas las encuestas señalaban desde hace meses que el 80% de la población rechazaba la instalación de la multinacional y apoyaba el desarrollo de la lucha que llevaba adelante la Asamblea de Malvinas. Por eso el gobierno, que tanto había apoyado a Monsanto y al mismo intendente Arzani, comenzó a despegarse de ambos, usando excusas técnicas para ocultar su debilidad política.
La situación no está cerrada: se acercan las paritarias docentes y del resto de los sectores del movimiento obrero, en el marco de una provincia con rojos por la deuda en dólares que ha pegado un salto con la última devaluación, el teléfono cortado a la rosada y escándalos de tinte mafioso con empresarios ligados al poder y financistas que aparecen muertos, terminan de configurar una situación de profunda crisis y ayuda a comprender por qué el gobierno provincial ha definido quitar el respaldo político a Monsanto, por el momento.
Al día de hoy, el único que sostiene a la empresa es el intendente de Malvinas Argentinas, el radical Daniel Arzani quien golpeado ha salido a desdecirse, responsabi-lizando a la empresa de lo ocurrido. Por ello el jueves 20 de febrero marchamos a la Municipalidad para exigir rotundamente que se firme el decreto necesario y que la empresa se vaya definitivamente. Al mismo tiempo que intensificamos todas las medidas de lucha, ante cualquier intento de maniobra por parte de los gobiernos y la empresa.
La Asamblea Malvinas Lucha por la Vida marca el camino que deben seguir los pueblos para derrotar al saqueo y la contaminación.
Vicente Linares