El inicio del año encontró al mundo con nuevas manifestaciones de la crisis global. En particular el salto en la crisis económica de las llamadas economías emergentes. Abordamos en este artículo su situación, sus causas y posibles consecuencias. Y la necesidad de otro rumbo económico y político frente a la crisis.
Desde que a fines de 2007 comenzaron las primeras manifestaciones de la crisis capitalista, hemos pasado por diferentes momentos de la misma. Arrancamos con la irrupción de la crisis global con la quiebra de Lehman Brothers y otras entidades financieras que desnudaron el derrumbe de la economía de las grandes potencias y colocaron al mundo entero en una nueva recesión y crisis capitalista sistémica, comparable a las de inicios del siglo XX.
De ese momento se pasó a la profundización de la crisis en Europa que se transformó en la región más afectada con sus consecuencias económicas, políticas y sociales. La crisis dio lugar a nuevos fenómenos políticos y sociales en el viejo continente, surgió el protagonismo de la juventud y los indignados. Fenómenos a izquierda como Syriza y polarizaciones con sectores de derecha en Grecia y Francia. Y en el norte de África una oleada de revoluciones democráticas abrió un nuevo momento y la caída de brutales dictaduras. Con idas y vueltas ese proceso todavía continúa.
En Estados Unidos la crisis golpeó muy duro en el inicio; a diferencia de Europa que la profundizó, EEUU comenzó a duras penas a frenar su caída. Hoy transita una relativa y muy endeble recuperación que no cambia el curso de la crisis pero mantiene a la principal potencia por ahora sin recesión, aunque aumentado brutalmente su desigualdad social y el retroceso de su poderosa clase media. Y tomando medidas económicas que afectan al resto del mundo.
Los países emergentes: límites del anunciado desacople
En este contexto durante el 2013 la crisis golpeó las puertas de los países emergentes. En nuestro continente empezó a notarse en la crisis económica de Brasil con las revueltas de junio que cambiaron su situación interna, en México, Argentina, en la Venezuela pos–Chávez que profundizó sus problemas y en Chile. Así, un nuevo sismo económico comenzó a gestarse.
Este año: mientras China –la gran potencia emergente en expansión comercial- bajó su crecimiento de dos dígitos al 7,5% y comenzó a tener problemas en la producción y exportación, empezó a la vez a sucederse una escalada de devaluaciones de las monedas de las principales economías emergentes. Se devaluó el real brasileño, el rublo ruso, la lira turca, el rand surafricano, el won surcoreano y los pesos de México, Colombia, Argentina y Chile. Antes se había devaluado el bolívar venezolano. Como puede verse es un proceso general y no un episodio puntual. Estamos ante un nuevo momento; el capítulo de la crisis de los mercados emergentes que hasta hoy jugaban el papel de relativo sostén frente a la crisis de las potencias. Desde el 2007 se teoriza sobre la capacidad de desacople de los BRIC y otros países emergentes frente a las potencias imperiales. La realidad relativiza al máximo esa posibilidad uniendo a ambos sectores en la crisis global.
Algunas causas previsibles
Los motivos de la crisis de las economías emergentes son varios. El punto central es que la crisis global no deja espacio para desacoples económicos de cierta magnitud, independientemente de que la crisis es un proceso desigual que llega a ritmos dispares. A la larga se dificulta escapar de una crisis proveniente de las principales economías, ya que estas la hacen repercutir con un flujo descontrolado de capitales financieros y especulativos a la búsqueda de ganancias y golpeando con su propia crisis sobre los países que venden materias primas al mercado mundial. Por ejemplo China tiene problemas de sobre acumulación en varias ramas productivas producto de la contracción del mercado mundial.
Sobre esa base es evidente que los países emergentes tuvieron estos años el ingreso de capitales que se iban de los países centrales en busca de nuevos negocios, tanto especulativos como a través de la explotación de minerales, petróleo y otras riquezas. La caída de las ventas y de los precios internacionales debilitan las economías emergentes haciendo caer su producción y el nivel de oportunidades, y comienza un proceso inverso de salida de capitales en busca de otros horizontes dónde hacer más ganancias. Actúa además con fuerza ahora la baja en EEUU de los estímulos a su economía que succiona a sectores del capital financiero. Mientras emite mensualmente millones de dólares, ocasionando así la baja del valor del dólar golpeando a China y Japón que tienen sus reservas en bonos del Tesoro de EEUU. Es un círculo donde quedan afectados todos los países.
Las devaluaciones pedidas por los grandes exportadores y por el capital financiero para tratar de mejorar sus ganancias en el mercado mundial fueron otorgadas por distintos gobiernos, son una expresión de la crisis actual y un golpe a cientos de millones de personas. Y se complementan con los pedidos de nuevos y brutales ajustes, de una presión del capital externo que pide más desregulación de la economía, mejores condiciones fiscales y grandes cambios en los costos laborales, en perjuicio de los trabajadores. Será la lucha de clases quien marque la perspectiva.
Las consecuencias: ¿Quién evita ahora una crisis mayor?
Por todo esto tenemos que precisar si así como años anteriores se le daba a China y a los países emergentes el rol de contener y evitar que la crisis sea peor debido a su constante crecimiento económico, si ahora que cambia esta tendencia no estamos entrando al inicio de una situación más delicada de la crisis global, que pudiera a mediano plazo llevar nuevos problemas como un boomerang hacia los países centrales. La tendencia más probable es que así sea, por eso nos preparamos para que en estos años haya una mayor crisis y duros ataques a los trabajadores y el pueblo en países centrales y emergentes, combinados con nuevos fenómenos políticos y oportunidades.
En resumen, hoy el principal cambio no es por región sino de la situación de conjunto de los países emergentes, que son desiguales en su peso económico entre sí, pero que de conjunto ponen a la crisis global ante una perspectiva incierta afectando la vida de cientos de millones de personas. En ese contexto Europa y Latinoamérica seguirán siendo un motor del desarrollo de la lucha de clases. Combinado con los procesos de la revolución árabe que más allá de las desigualdades no han terminado.
Una salida desde la izquierda frente a la política de los gobiernos
La política devaluatoria en los países emergentes no es una consecuencia inevitable sino una decisión político-económica. Tampoco sucede solo por la presión del capital financiero y exportador -cuestión que lógicamente existe- sino por el acuerdo entre éstos y los gobiernos que la llevan adelante. Son golpes directos al bolsillo de millones, se devalúan los salarios y cae el poder adquisitivo de las mayorías populares. Donde hay devaluación hay una decisión de favorecer al poder económico.
Frente a esta política económica que encabezan CFK en Argentina o Dilma en Brasil por tomar dos ejemplos, hace falta pelear por un rumbo distinto que es necesario y posible. En lugar de favorecerlos con la devaluación hace falta cortar el dominio del capital sobre el sistema bancario y el comercio. Frente a presiones, corridas, giros de divisas al exterior y especulaciones, es la hora de la nacionalización de la banca. Que el estado, con un profundo control social establezca las pautas de la política económica, que prohíba la fuga de divisas y las bicicletas financieras. Que el crédito sea política de los bancos centrales y no negocios de la banca privada.
Además hay que garantizar mediante los controles del comercio exterior las prioridades: primero, que la producción alimentaria y energética cubra las necesidades internas, luego el excedente a la exportación con sus ganancias volcadas a cubrir cuestiones de vivienda, planes de obras públicas, salud o educación de las mayorías populares. Para eso, fuertes impuestos a las empresas exportadoras como paso previo a la expropiación y estatización de las mismas. El producto de nuestros recursos estratégicos debe ser controlado por el pueblo y no por corporaciones.
Éstas y otras medidas pueden tomarse. Requiere tener grandes alternativas políticas de izquierda que la lleven adelante apoyadas en la movilización obrera y popular. Nadie dice que es fácil. Pero es el único camino posible frente a la crisis y no está dicho de ante mano que no pueda lograrse. Hay que luchar por esa perspectiva.
Sergio García