El gobierno que asumió el poder en Rusia tras la revolución de octubre erigió el régimen más democrático que la humanidad haya visto. Sus primeras medidas fueron pioneras mundiales en la conquista de derechos sociales.
El 7 de noviembre (25 de octubre según el calendario juliano) el Comité Militar Revolucionario del Soviet de Diputados Obreros y Soldados de Petrogrado, dirigido por el Partido Bolchevique, depuso al gobierno provisional ruso. La mañana siguiente comenzó el congreso nacional de soviets con mayoría bolchevique. Tenían 390 de los 650 delegados. Los social-revolucionarios eran la segunda fuerza con menos de 200 delegados, y la mayoría de esos pertenecían a su ala izquierda que apoyó la insurrección. Los mencheviques tuvieron menos de 80 delegados.
La primera moción que votó el congreso fue el traspaso del poder estatal a los soviets. En los siguientes días, el nuevo gobierno soviético hizo todo lo que el Gobierno Provisional no había podido o no habia querido hacer en meses, y superó en conquistas democráticas y sociales al mundo entero.
La demanda central de la revolución de febrero que había volteado al zar era que se acabara con la carnicería de la Primera Guerra Mundial, y la hambruna que provocaba. El gobierno provisional, lejos de cumplir esto, intentó reforzar el frente y lanzar nuevas ofensivas contra el ejército alemán. El nuevo gobierno soviético, en cambio, decretó exigir a todos los paises beligarantes una inmediata paz democrática sin anexiones.
Ninguno aceptó, por supuesto, y se iniciaron negociaciones de paz con Alemania, en las que los bolcheviques osaron abolir el secreto diplomático. Todo lo que se iba negociando, y las opiniones encontradas de distintos dirigentes soviéticos, se publicaban en los medios de comunicación, generando un debate en el que participó la sociedad de conjunto, antes de terminar firmando, meses después, el Tratado de Brest-Litovsk. La recién nacida Unión Soviética cedió a los alemanes un extenso territorio, pero la inspiración que generó más allá de Rusia el hecho que un pueblo pudiera terminar con la guerra de sus explotadores dio sus frutos un año después, cuando los trabajadores alemanes se sublevaron.
Los millones de campesinos rusos que llevavan siglos trabajando las tierras de la aristocracia, fueron desilusionados por el gobierno provisional. Incluso cuando el Partido Social-revolucionario, que se asentaba en el campesinado y tenía la reforma agraría como punto central de su programa, presidió el gobierno, este postergó indefinidamente al reclamo de tierras. El gobierno bolchevique abolió los títulos aristocráticos y decretó la distribución de tierras.
El nuevo gobierno también decretó el control obrero de las empresas de más de cinco trabajadores, mediante comités de fábrica que votarían los trabajadores; estatizó los bancos y anuló la deuda del Estado. Se llegó a vislumbrar la planificación democrática de la economía.
Se abolió el imperio colonial, otorgando a los pueblos oprimidos por el mismo una verdadera auto-determinación, incluyendo la facultad de decidir su forma de gobierno y si integrarse o no a la Unión Soviética.
Mientras en las «democracias» de occidente las mujeres aún no tenían el derecho al voto, el congreso de los soviets decretó el sufragio universal, el derecho igualitario al divorcio, el acceso a anticonceptivos y el aborto legal, garantizados por el Estado. Esto fue seguido por un plan para implementar guarderías, cocinas y lavanderías comunales, con el objetivo de que las mujeres puedan participar de la vida social y política en condiciones de igualdad. Se anularon las leyes que penalizaban la homosexualidad y se separó a la Iglesia del Estado, garantizando, a su vez, la libertad de culto para todas las creencias.
La experiencia del poder obrero en Rusia duró poco. Fue abatida por la intervención imperialista y la guerra civil, aislada tras el fracazo de las revoluciones europeas y finalmente derrotada por la contrarrevolución stalinista.
Sin embargo, su legado perdura hasta nuestros días porque demostró que los trabajadores del mundo podemos arrebatarle el volante de la sociedad a nuestros explotadores, podemos auto-gobernarnos democráticamente y podemos construir un mundo mejor que éste, un mundo que valga la pena ser vivido. Demostró también que los cambios profundos que hasta hoy nos quieren hacer creer que son imposibles o muy lejanos de poderse lograr, se pueden implementar de inmediato, cuando alcanzan el poder quienes tienen la voluntad política de hacerlo.
Federico Moreno