Trump parece haberse acomodado en el rol de presidente; está a la ofensiva y rebalsa confianza. Algunos de sus triunfos más importantes de los últimos tiempos se los ha otorgado la Corte Suprema, que aprobó la tercera versión de su ley que prohíbe la entrada al país a las poblaciones enteras de varios países con mayoría musulmana. La Corte también emitió un dictamen profundamente antiobrero en el caso Janus v. AFSCME. Por último, el juez supremo Anthony Kennedy anunció su retiro, lo cual le permite a Trump nominar un reemplazo y asegurar una firme mayoría conservadora en la Corte. Aunque Kennedy era conservador, se posicionaba consistentemente a favor de los derechos de género, por lo cual ahora se abre la posibilidad de que se revierta incluso el fallo Roe v. Wade de 1973, que sostiene la legalidad del aborto en Estados Unidos.
El presidente también se viene mostrado fuerte en el plano internacional, recientemente abandonando la cumbre del G7, encabezando la histórica y mediática reunión con el líder norcoreano Kim Jong-un, y desafiando a los propios servicios de inteligencia yanquis en su reciente visita a Putin.
Tal vez su más atroz muestra de fuerza fue la separación de familias y el encarcelamiento de niños en la frontera con México. Aunque en esta tal vez «se le fue la mano» y recibió duras críticas incluso del establishment republicano, lo cierto es que medidas como esta y las arriba mencionadas, en combinación con la timidez de la oposición demócrata, le han permitido consolidar y fortalecer una base social reaccionaria.
La expresión más cabal de esto es la marcha que sectores fascistas están organizando en Washington D.C. para el aniversario de la protesta en Charlottsville del año pasado en la cual un facho atropelló a un grupo de manifestantes, matando a Heather Heyer.
Sin embargo, esa base social, aunque envalentonada, es minoritaria, por lo cual todo indica que los demócratas recuperarán la mayoría en el Congreso en las elecciones legislativas de noviembre, y, de no cambiar la dinámica, ganarían la Casa Blanca en 2020. Además, cada medida que logra imponer Trump por arriba actúa como revulsivo en millones de personas, incrementando la bronca en amplias franjas de la población y generando una radicalización hacia el otro lado del espectro político.
La primera oleada de huelgas, en largas décadas, sacudió el país, de la mano de los docentes de West Virginia, Kentucky, Oklahoma y Arizona. Organizadas desde abajo, desbordando las oxidadas burocracias sindicales, estas huelgas ganaron importantes conquistas, se fueron contagiando de un estado a otro, le demostraron a millones el poder de la clase trabajadora organizada, y tienen el potencial de provocar un verdadero renacer del movimiento obrero estadounidense.
La masividad de la campaña de denuncias de abusos sexuales #MeToo refleja que la revolución de género que recorre el mundo y que generó la movilización más grande de la historia de Estados Unidos, tiene importantes reservas para enfrentar a Trump y la derecha reaccionaria.
A su vez, el proceso político de ruptura por izquierda del establishment que la campaña de Bernie Sanders reveló, ha continuado su curso y logra nuevos hitos. En junio, Alexandria Ocacio-Cortez, una socialista latina del Bronx, le ganó la primaria demócrata al jefe partidario que estaba destinado a convertirse en presidente de la cámara baja del Congreso. Varias candidaturas socialistas más, dentro y fuera de las primarias demócratas, desafiará el establishment evidenciando los comienzos de un verdadero movimiento socialista, confuso pero dinámico, desarrollándose en el corazón del imperio.
La política estadounidense atraviesa una creciente polarización y va hacia una agudización de las confrontaciones en todos los terrenos de la lucha de clases.
Federico Moreno