En un fallo histórico, la multinacional fue condenada a pagar una indemnización de 289 millones de dólares. Concretamente, se comprobó que el jardinero estadounidense Dewayne Johnson contrajo cáncer tras efectuar durante años pulverizaciones con el glifosato RoundUp desarrollado por Monsanto. Frente a esta noticia de hace pocos días, el Ministerio de Agroindustria primero y el SENASA después, se pronunciaron en medios de prensa con un relato calcado: esta comprobación legal por la justicia del país de origen de Monsanto no cambia en absoluto la etiqueta de “inocuo” que el Gobierno le asigna al herbicida. Cabe recordar que el SENASA es el organismo con competencia en las aprobaciones y los criterios de uso que rigen sobre los plaguicidas se utilizan en el país para producir alimentos (y que depende de Agroindustria).
Argentina: país fumigado
El glifosato es un componente crucial del modelo de producción de soja transgénica en Argentina. En paralelo, también es clave en otros cultivos como maíz, algodón y alfalfa manipuladas genéticamente para resistir al agrotóxico. Las estimaciones más serias calculan en 400 millones los litros de plaguicidas que se aplican anualmente en la actividad del agronegocio del país y unos 320/330 millones consisten en glifosato. Lo llamativo e interesante de la sentencia en San Francisco, es que respalda de hecho el dictamen de 2015 de la Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer (IARC), vinculada a la OMS, el cual defendió en ese momento que existe evidencia suficiente para relacionar ese agroquímico con el crecimiento del cáncer. El glifosato es un herbicida que comenzó a usarse de forma legal en Estados Unidos en 1974. Su fórmula combinada de elementos químicos diversos, tiene la propiedad de inhibir el trabajo de enzimas que permiten a las plantas llevar a cabo procesos esenciales para la supervivencia. Una de las particularidades de este químico es que no actúa de manera selectiva: elimina toda la vegetación. Por eso hubo que modificar genéticamente las semillas para introducirles un gen capaz de resistir la acción letal de este agrotóxico. Así operan glifosato y semillas transgénicas en el agronegocio.
Es la ganancia capitalista, estúpido
Las pruebas de toxicidad son abrumadoras. Los estudios en Francia de Séralini fueron ratificados por las investigaciones en laboratorio del embriólogo argentino, Andrés Carrasco. Más recientemente en 2016, Alicia Ronco y Damián Marino, investigadores del CONICET confirmaron que la cuenca del río Paraná, considerada la segunda más importante de Sudamérica detrás de la que comprende al Amazonas, tiene una altísima carga de contaminación con glifosato. De fondo, lo que ocurre, es que la necesidad capitalista de producir a gran escala para bajar costos globales y aumentar los márgenes de rentabilidad, subordina todo en el modelo económico predominante. Por lo tanto, la apelación a la manipulación genética sin contemplar los tiempos de prueba en laboratorio, o el uso masivo de veneno, si amplía la tasa de ganancia, se utiliza sin contradicción alguna. La lógica capitalista es así. Sin embargo, crece la resistencia socioambiental, la denuncia fundamentada de científicos honestos y el debate sobre las alternativas. En esto, no tenemos dudas: para garantizar el derecho social básico a comida suficiente, saludable y accesible, no solo es posible sino sanitariamente fundamental, apelar a la planificación productiva basada en técnicas agroecológicas y prohibir el uso del glifosato. Hay experiencia de campo muy sólidas que dan cuenta de los rindes productivos superiores por hectárea con esa modalidad compatible con la salud de las personas y las necesidades. Somos ecosocialistas y luchamos por esa orientación productiva, que priorice derechos sociales, no ganancia privada.
Mariano Rosa, Red Ecosocialista