El martes 24 de septiembre se realizó una charla-debate sobre Palestina, Israel y el papel del imperialismo, con el embajador palestino Husni Abdel Wahed, Jorge Elbaum (del Llamamiento Argentino Judío) y Alejandro Bodart (coordinador de la Liga Internacional Socialista). Extractamos aquí la primera intervención de Bodart, que abrió un profundo debate.
Hay pocos hechos tan tergiversados como la historia del Estado de Israel. Las mentiras y mitos que se han ido creando se siguen repitiendo para bancar un Estado que se creó artificialmente sobre el territorio de otro pueblo, expulsándolo y haciendo limpieza étnica.
Israel se creó en 1948 por un pacto político entre el movimiento sionista y el gobierno británico que dominaba a Palestina como protectorado. Muchas de las burguesías árabes, lejos de combatir consecuentemente contra el establecimiento de Israel, terminaron siendo parte de ese pacto. Así como también la Unión Soviética, que jugó un rol nefasto, porque lo apoyó también. A las confusiones que se generaron por las mentiras del imperialismo se les sumó que la URSS, con el enorme prestigio que tenía de haber derrotado a los nazis, llegó a decir que el sionismo tenía “elementos de liberación nacional”. Esto generó una gran confusión, sobre todo en la izquierda mundial y sectores de la vanguardia.
En el marco de los pactos de Yalta y Potsdam, se permitió que se instale ese enclave que actúa a favor de los intereses del imperialismo, en una zona fundamental por su ubicación geopolítica y riqueza petrolífera.
La colonización de Palestina se planificó desde mucho antes por el movimiento sionista. Incluso se barajaron distintos lugares, como Uganda o la Patagonia, para establecer un Estado judío. Una vez que se decidieron por Palestina y obtuvieron el apoyo del imperialismo inglés, comenzaron a trasladad gente hacia allí para dar el asalto final en 1948.
El sionismo es una corriente política e ideológica que surge en el siglo XIX como respuesta consciente a la izquierdización de la comunidad judía. Porque el pueblo judío, que ha sufrido las peores consecuencias de las crisis sociales, económicas y políticas, era muy proclive a la izquierda y a solidarizarse con las luchas de los trabajadores y los pueblos. Jugaron un rol fundamental en la Revolución Rusa, por ejemplo. Por eso el sionismo buscó arrastrar a las masas judías a un proyecto colonialista, racista y de derecha con la promesa de la tierra prometida.
El mito más famoso sobre la fundación de Israel es que había una “tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra”. Entonces no le iban a hacer daño a nadie, porque se suponía que los árabes eran gente que no se sabe porqué habían abandonado las zonas más ricas de la región para vivir en el desierto.
La población palestina según un censo otomano de 1878 era de 500.000 habitantes: el 87% era árabe, el 10% era cristiano y el 3% era judío. Entonces era mentira que no había nadie. Para que sea realidad que no hubiera nadie desarrollaron una política de limpieza étnica. Había mil aldeas en la Palestina histórica. Los sionistas, amparados por el imperialismo británico, llegaban a las aldeas armados hasta los dientes, juntaban a la población y los obligaban a que se vayan. Si no se querían ir, juntaban a ancianos, niños y mujeres en una plaza púbica y los liquidaban, para generar terror y que el resto de la población huyera. De esa forma expulsaron a cerca de 800.000 palestinos en 1948. Muchos terminaron en los campos de refugiados en los países vecinos, como ciudadanos de segunda. El resto se confinó en las zonas de Cisjordania y Gaza.
Y no terminó ahí, porque esta política se ha seguido aplicando de manera sistemática desde la creación de Israel hasta la fecha. Cada gobierno le ha garantizado a los colonos judíos que sigan quedándose con los pocos territorios que le quedan a los palestinos en una situación de apartheid, guetos y semicampos de concentración, llegando al colmo que han declarado que es un Estado judío y que por lo tanto ningún otro tiene derechos.
Sin embargo, el pueblo palestino no ha dejado de luchar nunca, y ese es uno de los problemas que han tenido el imperialismo y la derecha israelí para consolidar su poder. Porque sin armas, sin poder económico, sin nada, hemos visto en las intifadas como generación tras generación siguen peleando contra la ocupación.
El Estado de Israel es un Estado inventado. Es un enclave colonial, un enclave fascista, porque aplica métodos de guerra civil contra la población. Es teocrático y aliado completamente al imperialismo yanqui.
¿Cuál es el debate actual? ¿Qué hacemos con ese Estado? Durante mucho tiempo la Organización por la Liberación Palestina (OLP), la principal dirección del pueblo palestino, desconoció al Estado de Israel y llamaba a luchar por la destrucción del enclave colonial. No para crear un Estado teocrático y racista palestino, sino para retrotraerse a los tiempos donde árabes, cristianos y judíos vivían en paz como de hecho viven en otros Estados, donde está el barrio judío, el barrio musulmán y la gente no se vive matando.
En 1993 la OLP firmó los Acuerdos de Oslo, aceptando la existencia del Estado de Israel y un plan de crear un Estado Palestino en las zonas de Cisjordania y Gaza. La ONU recién reconoció a Palestina en el 2012, pero como Estado observador, porque las distintas instituciones ligadas al imperialismo han jugado permanentemente para defender el enclave israelí, que es fundamental para sus intereses en la región. Permanentemente hay conflictos que amenazan los intereses de las grandes corporaciones que son dueñas del petróleo. El imperialismo necesita ese enclave y lo apoya con uñas y dientes.
¿Son posibles dos Estados? Nosotros hemos sido muy críticos del abandono de la consigna de la destrucción del Estado de Israel. Siempre opinamos que los Acuerdos de Oslo eran ilusorios, porque estamos convencidos de que Israel no puede convivir con otro Estado porque la esencia del enclave es seguir expandiéndose y que haya una zona de apartheid cada vez más reducida. Lamentablemente, la realidad nos está dando la razón, porque los distintos gobiernos israelíes se encargan permanentemente de incumplir todo acuerdo, facilitando nuevos asentamientos coloniales y ahora decretando a Jerusalén como capital de Israel, haciendo volar por los aires los acuerdos de convivencia pacífica que había sobre la ciudad.
¿Es posible destruir el Estado de Israel? Porque es una potencia económica, política, militar, se han armado hasta los dientes. Ha derrotado al conjunto de los ejércitos árabes, aunque éstos tampoco hicieron mucho. Porque las burguesías árabes le tienen terror a la derrota revolucionaria del estado de Israel, que posiblemente motorizaría a los pueblos que se quieren sacar de encima a los jeques y la oligarquía árabes que viven en la opulencia mientras sus pueblos son pobres. Por eso nunca llevaron adelante una pelea hasta el final contra el Estado de Israel y han abandonado a Palestina.
Nosotros creemos que hoy la salida pasa por la movilización. Hoy en día el mundo árabe está conmocionado por revolución tras revolución. La primavera árabe, que intentaron liquidar con una serie de golpes de Estado, no ha muerto. En Egipto vuelve la movilización, en Sudán, Yemen y Argelia hay procesos impresionantes; toda la región esta conmovida.
Creemos que la salida es apostar a la unidad con los procesos revolucionarios que se están dando. No es fácil, pero hay que preguntarse si existe otro camino, porque la política de negociar con el monstruo solo ha permitido fortalecerlo cada vez más. No se puede negociar con gente que ha construido sobre la base del exterminio y la limpieza étnica. Es como creer que se podía negociar con el Estado nazi: la única posibilidad que hubo fue destruirlo y crear a partir de ahí una situación completamente distinta.
Nosotros defendemos la perspectiva socialista, pero en el camino al socialismo un paso fundamental es destruir ese monstruo y que surja una Palestina libre, democrática y laica. Nuestra corriente va a estar ahí como ha estado todos estos años combatiendo las falsas ideologías, apoyando al pueblo palestino contra cada una de las barbaridades que se cometen. Desde esa ubicación, creemos de que llegó la hora de patear el tablero y volver a izar la única bandera que puede lograr la paz: destruir a la bestia. Porque la paz sobre la base de una bestia que crece no es sino la paz de los cementerios.
En la próxima edición publicaremos la segunda parte, con el debate entre la defensa de un único Estado palestino versus la adaptación a Israel hasta incluso retroceder de la postura de «dos Estados».