La historia de la economía mundial registrará la crisis del año 2020, al menos al mismo nivel que las ocurridas en 1929 o 2008. Y el mes de marzo será reconocido como el inicio de ese colapso de pronóstico reservado.
Escribe: Carlos Carcione
El pánico que viven por estas horas los mercados de bonos y acciones que en apenas tres ruedas, las del lunes 9, el jueves 12 y lunes 16 de marzo, en Wall Street por ejemplo, perdieron todas las ganancias obtenidas desde el 2016; la guerra por los mercados del petróleo que redujo a menos de la mitad los precios que el barril tenía a principios de año; el terror que se está instalando en los bancos centrales de los países más desarrollados y de instituciones como el FMI, y el horizonte de profunda recesión global que todos los pronósticos dan por hecho, son los elementos de la tormenta perfecta que se ha disparado, a pesar de las caídas y recuperaciones de las bolsas que sucederán, difícilmente pueda ser detenida en el corto plazo.
La asociación directa, de relación causa efecto, de esta crisis con la pandemia del COVID-19 muestra la superficialidad, el cinismo y la incomprensión de los economistas de la corriente oficial. Que el virus haya funcionado como disparador del pánico de los mercados, lo que en realidad prueba, es que el sistema está profundamente enfermo.
Devela que la crisis es sistémica, del capitalismo como modo de producción, estructura de organización social y superestructura política, pero esta crisis venía incubándose desde antes. El estallido del crack que se está desarrollando, podría haber ocurrido eventualmente por cualquier otra razón. Para mencionar solo alguna de ellas, podemos decir que estuvo a punto de suceder los primeros días de enero cuando en un ataque brutal Estados Unidos asesinó al general Soleimani de la Guardia Revolucionaria de Irán, planteando una situación pre-bélica. Analizado desde otro punto de vista, tampoco el aparente control de la circulación del virus en China y su supuesta vuelta gradual a la normalidad económica frenará el desarrollo de la crisis global. Lo que se está derrumbando es el endeble equilibrio del sistema posterior a 2008, y no es por el virus. Por el contrario, la propia aparición del virus tiene que ver con esta crisis sistémica y puede ser explicada por ella. El extractivismo feroz con la minería que ataca todas las fuentes de agua dulce y contamina y envenena, la liquidación de los delicados equilibrios ambientales por el cambio climático y por la depredación cruel de la naturaleza por la irracional desforestación, la agricultura que envenena ríos, tierras y personas por el uso de agro tóxicos, la mercantilización vertiginosa y despiadada de toda la vida silvestre, todos estos hechos crearon las condiciones propicias para la aparición de estos nuevos virus.
El combo de medidas ensayadas por los bancos centrales del G7 repite las recetas que se probaron durante la crisis del 2008, pero si entonces no lograron dar a inicio a un ciclo sostenido de crecimiento vigoroso, en esta oportunidad, usada de manera preventiva, no pudieron evitar el crack. Por otra parte los anuncios de gobiernos como por ejemplo los de Francia e Italia y España entre otros, de nacionalizar las grandes empresas que quiebren, o el apoyo social parcial para encubrir el socorro a los grandes capitales y los bancos, pueden resultar medidas ineficaces o tardías siguiendo el mismo rumbo que las monetarias que están tomando los bancos centrales.
Economía real, deuda corporativa y sobreacumulación de capital ficticio
Cuál es la razón que explica que puedan evaporarse en apenas días 22 billones (22 seguido de doce ceros) de dólares, una cifra algo superior a toda la riqueza creada en Estados Unidos en un año, el mayor PBI mundial. Por qué la caída de los precios del petróleo al contrario de estimular la reactivación de la economía, como ocurrió durante la mini recesión global de 2014-2015, ayudó al crack financiero en curso. La respuesta a estas preguntas se encuentra en la evolución de la economía real.
Desde la salida la Gran Recesión del 2008, al contrario que luego de crisis anteriores, no se inició un nuevo ciclo de crecimiento económico vigoroso en los países desarrollados. Si tomamos Estados Unidos, es cierto que ha tenido un crecimiento económico prolongado pero no es menos cierto que ese crecimiento ha sido débil y asentado, sobre todo, en el sector servicios y el financiero, y ya en los últimos trimestres de 2019 la economía de producción de mercancías estaba ingresando en el terreno de la recesión, o de un crecimiento negativo que amenazaba al conjunto de la economía. Pero esto no ocurría sólo en Estados Unidos, la tendencia también se estaba desarrollando al menos en otras tres economías del G7. Si tomamos los últimos dos trimestres del año 2019, Alemania, Italia y Japón presentaban un panorama más grave que el propio Estados Unidos y la perspectiva era que Reino Unido siguiera ese camino impulsado por el Brexit. Este fenómeno se provoca por una caída secular, es decir histórica de la inversión productiva y de la productividad del trabajo, asentado en la caída de la tasa de ganancia.
Así mientras el crecimiento, la inversión y el rendimiento del trabajo no impulsaban la economía global, el capital fue buscando su valorización en sector financiero, pero el crecimiento de los precios de bonos y acciones no reflejan la realidad de la economía productiva. Por otra parte, las medidas de estímulo tomadas por los bancos centrales o los gobiernos como las bajas tasas de interés e incluso la rebaja de impuestos más grande de las últimas décadas, por ejemplo en Estados Unidos, tampoco se volcaron a la producción y continuaron inflando las burbujas especulativas del capital ficticio y aumentaron a niveles superiores a la gran crisis de 2008, las deudas corporativas, las soberanas y de los ciudadanos que en este marco se vuelven impagables. Es en este contexto que se fue formando la actual tormenta perfecta que provoca la liquidación de la sobreacumulación de capital financiero y empuja a una nueva gran recesión global.
Petróleo y guerras comerciales y final de la globalización
El otro dato por el cual se puede afirmar que este crack es parte de la crisis sistémica del capitalismo y tiene puntos de contacto con las grandes crisis de los últimos 150 años, es la diputa abierta por los mercados y en algunos casos por el desarrollo tecnológico.
La llamada guerra del petróleo, provocada por la ruptura del acuerdo de Arabia Saudita y Rusia que limitaba la producción petrolera pactada para sostener los precios del barril es claramente una disputa por la obtención de nuevos o la consolidación del control de los mercados. Pero al caer los precios a la mitad de lo que estaban a principio de año ubicándose a alrededor de 30 dólares el barril, el primer damnificado de esta guerra es la producción de petróleo y gas de esquisto, cuyo principal productor es Estados Unidos ya que su costo de producción está por sobre los 50 dólares. Provocando el estado de bancarrota de varias de las petroleras más pequeñas. Y entonces la disputa entre Arabia Saudita y Rusia alcanza también una dimensión global al golpear duramente la producción petrolera de Norteamérica.
Por otra parte la tregua en la guerra comercial de Estados Unidos con China y la búsqueda yanqui de frenar el desarrollo de la tecnología 5G de ese país, ha sido superada ampliamente por los fuertes roses provocados por la epidemia y por la disputa para ver quién llega primero a la vacuna contra el virus y quitándole sentido a acuerdos que la propia crisis desbaratará.
Al inicio del actual crack y cuando la infección que había comenzado en China desplegaba velocidad de pandemia global, un connotado columnista del Financial Times afirmaba que el virus había logrado lo que no había conseguido hasta ahora la guerra comercial y de mercados: el final de la globalización. Si esto es cierto, tiene sentido afirmar que el crack financiero global y la guerra del petróleo son las primeras manifestaciones lo que viene. Esto es apenas el principio.