Escribe: Luis Meiners
Biden asumió en una ciudad preparada como zona de guerra en la coyuntura marcada por el asalto al capitolio. Tanto la ceremonia como sus primeros días de gobierno se presentaron como una “vuelta de página”, un momento de “unidad nacional”. Tal fue el eje central del discurso inaugural. Los medios destacan la ruptura con Trump, y destacan una “agenda progresista”. ¿Qué tareas tiene por delante el nuevo gobierno y en qué condiciones se encuentra? ¿Qué desafíos y debates presenta para la izquierda? Este artículo intenta abordar algunos de estos elementos.
Estabilidad en casa
La siguiente cita al CEO de una importante corporación en un artículo reciente del New York Times sintetiza lo que ven como la tarea del momento: “Necesitamos estabilizar. Necesitamos certeza. Si no logramos unirnos, si no logramos estabilizar, o si las cosas empeoran, no sería bueno para los negocios.” Estas palabras reflejan el cansancio de la burguesía con la inestabilidad asociada a la presidencia de Trump, al que habían tolerado a pesar de no ser su candidato en 2016 y cuyos recortes impositivos habían celebrado. Pero el asalto al capitolio fue demasiado. La Asociación Nacional de Manufactureros, la Cámara de Comercio, y otras representaciones del empresariado condenaron los sucesos. Fue un momento de quiebre.
Biden buscará recuperar la estabilidad, y restaurar la legitimidad de las instituciones de la democracia burguesa. La ceremonia de asunción ha estado al servicio de proyectar esa imagen. Hacia adelante, buscará construir un consenso bipartidista, trabajando de cerca con los sectores del partido republicano que se han alejado de Trump. Las recientes declaraciones de Mitch McConnel, presidente republicano del Senado, responsabilizando a Trump por los sucesos del Capitolio, muestran que hay apertura en sectores de un Partido Republicano dividido para esta estrategia bipartidista de “unidad nacional”.
Recuperar “liderazgo”
La otra tarea clave para Biden es la de reafirmar la hegemonía imperialista de Estados Unidos. Al declive de las últimas décadas, con el empantanamiento en guerras interminables en medio oriente, y el ascenso sostenido de China, se sumó una política internacional de Trump que debilitó las relaciones con aliados y las instituciones multilaterales a través de las cuales EEUU ejerce su hegemonía. Como escribió el propio Biden en la influyente revista Foreign Policy: “El próximo presidente tendrá que salvar nuestra reputación, reconstruir confianza en nuestro liderazgo, y movilizar a nuestro país y nuestros aliados rápidamente para enfrentar nuevos desafíos.”
La promesa de Biden de restaurar el liderazgo de Estados Unidos en el mundo está totalmente en sintonía con las preocupaciones expresadas por el aparato de Seguridad Nacional. Refleja claramente tanto el entendimiento de que Estados Unidos debe enfrentar un mundo de mayor inestabilidad y competencia interimperialista como la conciencia de que su relativa debilidad significa que no puede hacerlo solo. Por eso, busca dejar atrás el enfoque unilateral de «Estados Unidos primero», recuperar su posición con sus aliados tradicionales para formar una base sólida para «ponerse duros» con los nuevos y viejos rivales en el escenario mundial.
Las condiciones
Sintetizando, podemos decir que las principales tareas que tiene por delante el nuevo gobierno son la restauración de la estabilidad, los “negocios como de costumbre” para el capital, y la legitimidad de las instituciones, y, en el plano internacional, la reafirmación de la hegemonía imperialista. En un sentido se trata de hacer retroceder el reloj cuatro años y retomar el hilo de la presidencia de Obama. Pero difícilmente sea suficiente con eso.
En primer lugar, porque las propias condiciones de 2016 contenían los elementos fundamentales que se desplegaron durante los cuatro años siguientes. Trump no fue un “cisne negro”, un evento impredecible. Su presidencia fue producto de una creciente polarización política y social que hunde sus raíces en la crisis de 2008 que, a su vez, expresó el agotamiento de un modelo de acumulación, de una hegemonía imperial y un orden institucional. Estas crisis combinadas no desaparecerán con la salida de Trump de la Casa Blanca.
En segundo lugar, porque a estas condiciones se han sumado nuevos elementos y se han agudizado tendencias anteriores. La pandemia fue el disparador de una crisis económica y sanitaria que ha tenido un particular impacto en Estados Unidos, donde ya se ha superado la marca de las 400 mil muertes. La economía sufrió una fuerte caída y la recuperación vista en el tercer trimestre de 2020 se ha frenado. En diciembre el desempleo volvió a subir, y los datos revelaron una caída en el consumo. En este marco, se agudiza la competencia con rivales como China, que han salido relativamente fortalecidos del último año.
La polarización y radicalización de la última década ha tenido en el último periodo un marcado protagonismo. La inmensa rebelión contra el racismo y la violencia policial movilizó a millones durante meses en 2020. Sus efectos seguirán sintiéndose, como lo hicieron en la derrota electoral de Trump. Biden asumirá con un movimiento de masas que no ha sido derrotado, y que constituye un fuerte condicionante sobre su margen de maniobra. Del otro lado, la extrema derecha se ha vuelto más audaz durante la presidencia de Trump. Desde Charlottesville en 2017 hasta el asalto al capitolio, aparece como un actor en el escenario nacional que permanecerá relevante en el próximo periodo.
Todos estos elementos se combinan y actúan como condicionantes de la presidencia de Biden y explican las debilidades estructurales que tendrá para llevar adelante su programa. Aun cuando en la coyuntura pueda verse fortalecido por la “unidad nacional” y el cierre de filas del establishment detrás de su figura para dar vuelta de página. Estas debilidades estructurales marcarán el ritmo del próximo periodo y se harán cada vez más visibles en la medida en que se disipe la cortina de humo de la transición.
Desafíos, oportunidades y debates en la izquierda
El escenario político, por todo lo dicho anteriormente, está marcado por una serie de crisis combinadas y un gobierno y un régimen con debilidades estructurales para enfrentarlas. Esto significa que, más allá de la coyuntura, la inestabilidad política, la polarización y la radicalización continuarán siendo elementos fundamentales en el periodo que viene. Esto abre importantes oportunidades y desafíos para la izquierda.
Como hemos visto en las últimas semanas, la extrema derecha seguirá siendo un actor relevante. Aunque pequeños numéricamente, tienen la capacidad de realizar acciones con visibilidad nacional. En la coyuntura, el asalto al capitolio los ha puesto a la defensiva y los ha aislado, pero también se transforma en un hecho de propaganda que los envalentona y fortalece su capacidad de reclutamiento. Frente a un gobierno que no resolverá las causas estructurales que alimentan su desarrollo, la extrema derecha seguirá creciendo.
Esto plantea un desafío para la izquierda. Existen condiciones para el desarrollo de una alternativa socialista independiente, la rebelión antiracista da sobradas muestras de ello. Pero una parte sustancial de la izquierda va en sentido contrario. Tras el asalto al capitolio, Bernie Sanders y Alexandria Ocasio Cortez aparecieron como defensores de la institucionalidad. Se alinean detrás del gobierno de Biden y el Partido Demócrata para “defender la democracia”. La izquierda podía jugar un papel fundamental en la coyuntura, llamando a movilizaciones masivas contra Trump, la extrema derecha y los protofascistas, desde una posición independiente a la “institucionalidad” y el Partido Demócrata. Existen condiciones para ello.
Ante la presidencia de Biden, es urgente que la izquierda aparezca como una alternativa independiente en el escenario nacional, enfrentando tanto a la extrema derecha como al gobierno de Biden. De no hacerlo, contribuirá a que el escenario político se polarice entre el gobierno y las iniciativas de la derecha. El peligro es grande, pero las oportunidades también. Sin dudas serán momentos fundamentales para el desarrollo de la izquierda en EEUU.
Las primeras medidas del nuevo gobierno
Los primeros días del nuevo gobierno buscaron proyectar la imagen de intensa actividad para revertir el legado de la presidencia de Trump. En pocas horas Biden firmó una serie de decretos para revertir algunas de las medidas más irritantes del gobierno anterior. Al mismo tiempo, promete dar prioridad legislativa a una respuesta a la pandemia y la crisis económica. Los medios de comunicación han celebrado la “vuelta de página”, destacando la diversidad del nuevo gabinete y la agenda política “progresista” del gobierno.
Lamentablemente, parte de la izquierda ha repetido variantes de este argumento. Sin embargo, una mirada más cercana a las primeras medidas muestra otra realidad.
Entre los 30 decretos firmados por Biden se destacan temáticas como inmigración, la respuesta a la pandemia, el ambiente y la economía. Así, frenó la construcción del muro físico en la frontera, revierte los límites al ingreso de personas provenientes de países de mayoría musulmana, reingresa a la OMS y al Acuerdo de París, frena la construcción de un controvertido oleoducto y revierte desregulaciones ambientales de la administración anterior, extiende la moratoria de desalojos, etc. Tomados de conjunto, reflejan esencialmente un retorno a la “normalidad” pre-Trump. En algunos casos, se ha quedado por detrás de sus promesas de campaña. Por ejemplo, prometió revertir en su primer día la política de obligar a las personas que buscan asilo a esperar respuesta fuera de EEUU, pero no cumplió.
Responder a la pandemia
En momentos en que EEUU ha superado las 400 mil muertes y los 25 millones de casos de Covid19, la pandemia es un tema central de la agenda. En este aspecto Biden busca marcar un claro contraste con la administración anterior, tarea no particularmente difícil si recordamos el negacionismo criminal de Trump. Catorce de los 30 decretos presidenciales de los primeros días de gobierno apuntan a esto. En síntesis, buscan dar cierta coordinación federal a la respuesta sanitaria frente al virus, que Trump había dejado en mano de los gobernadores. En este sentido, se instaura la obligatoriedad del uso de mascarillas en todos los espacios alcanzados por la regulación federal y medios de transporte interestatal; obliga a los viajeros internacionales a presentar un test negativo; busca expandir la capacidad de testeo y vacunación, etc. En definitiva, se trata en su mayor parte de medidas elementales que han sido adoptadas internacionalmente. Mientras tanto, sigue avanzando hacia la reapertura total de la economía.
Biden ha anunciado que enviará al congreso un paquete de rescate de 1.9 billones de dólares. Sería el tercer paquete de estímulo de la economía desde que comenzó la pandemia, luego del CARES act de 2.2 billones aprobado a finales de marzo de 2020 con consenso bipartidista, y un segundo paquete de 900 mil millones aprobado en diciembre luego de meses de negociaciones entre ambos partidos. La nueva propuesta ha sido presentada como un quiebre con décadas de políticas de austeridad, llegando incluso a compararlo con el “New Deal” de Roosevelt. Sin embargo, tiene más elementos de continuidad con los dos paquetes anteriores de lo que sugieren estas miradas.
En materia de asistencia directa la propuesta de Biden propone enviar cheques de 1400 dólares por adulto, cifra que se reduce a partir de un umbral de ingresos anuales, y 600 dólares por cada dependiente. Esto supera los $1200 y $500 respectivamente del CARES Act, y, los $600 por adulto y $600 por dependiente menor de 16 años aprobados en diciembre. También plantea extender la población que recibiría estos cheques para incluir a dependientes mayores de 17 y familias con estatus migrante “mixto”, aunque los detalles de esto aún están por verse. En cuanto al seguro de desempleo, plantea un adicional de $400 dólares semanales, superando los $300 dólares semanales establecidos en el paquete de diciembre pero por debajo de los $600 semanales del CARES act.
La propuesta de Biden incluye además asistencia para las pequeñas y medianas empresas, fondos para la reapertura de escuelas, vacunación masiva y asistencia a los estados y municipios, fondos de asistencia para inquilinos, expansión de programas contra el hambre, etc. Muchos de estos elementos ya se encontraban presentes en los paquetes anteriores. Biden también ha llamado a que se establezca un salario mínimo federal de $15 dólares la hora, aunque no está claro cómo sería su implementación efectiva.
En síntesis, el paquete no representa un “quiebre histórico” con lo hecho hasta el momento, aun cuando incluya algunos elementos nuevos y por el momento no contenga recortes impositivos a los ricos y subsidios a las grandes empresas, al menos en lo anunciado públicamente. Además, el gobierno ya ha expresado la voluntad de arribar a una propuesta de consenso en el Congreso que seguramente limitará aún más su alcance. Refleja la existencia de un consenso entre la clase dominante y el establishment de que salir de la crisis requerirá expandir el gasto y permitir déficit. Pero esto no significa que no habrá medidas de austeridad. El incremento del déficit en los distintos niveles del estado, sin ninguna reforma que altere un sistema impositivo extremadamente favorable a los ricos, implica más temprano que tarde fuertes recortes. Algunos ya están desarrollándose a nivel local y estadual.
Debates
Las primeras medidas muestran lo equivocado de depositar expectativas en el nuevo gobierno. Esta actitud puede llevar a una “luna de miel” que deje la iniciativa política en manos de la derecha. Sobredimensionar el “quiebre” que estas medidas representan y las potencialidades “progresistas” del nuevo gobierno contribuye a esto. Tiende a reducir las tareas de la izquierda, el movimiento obrero y los movimientos sociales a “presionar” a Biden para que gire a la izquierda.
Así, un artículo reciente en Jacobin1 plantea que algunas de las primeras medidas “representan un distanciamiento más decisivo de lo que hubiéramos esperado con respecto a la reaganomics2 bipartidista”, y luego llama a la izquierda a “no ignorar al nuevo Biden ni decir que el viejo se ha ido para siempre”. Otros van más lejos, sosteniendo que Biden está en la disyuntiva de seguir los pasos de Obama y apostar al compromiso, o los de Roosevelt y enfrentar a la oligarquía3.
Así, más allá de los matices, estas posiciones tienden a subordinar a la izquierda frente al nuevo gobierno, apelando a una estrategia basada en la presión para “mover” a Biden. Frente a esto, es fundamental evitar el peligro de una “luna de miel”, dando el debate por una alternativa socialista independiente, que pueda organizar la pelea contra el gobierno y la derecha.
1. “If Joe Biden moves left, you can thank the Left” (Si Joe Biden gira a izquierda, puedes agradecerle a la Izquierda) de Liza Featherstone en Jacobin.
2. Término que designa las políticas económicas neoliberales que prevalecieron a partir de la presidencia de Ronald Reagan.
3. “To achieve a real legacy, Biden will have to be more radical – and ready to fight” (Para lograr un verdadero legado, Biden tendrá que ser más radical – y prepararse para pelear”). David Sirota en The Guardian.