En 2002 el sociólogo John Holloway escribió un libro llamado “Cómo cambiar el mundo sin tomar el poder”. Ese texto se transformó en el punto de referencia de la teoría anti-poder. En Argentina tuvo sus predicadores. Pasado el tiempo la mayoría renunció al poder … y a cambiar el mundo. Varios terminaron reportando a la coalición que hoy gobierna la Argentina. En la actualidad hay debates en el movimiento socioambiental que retrotraen algo de ese “perfume”. Nos toca entonces, volver a polemizar.
Escribe: Mariano Rosa
Hace poco nos tocó participar de un ciclo de encuentros denominado “Narrativas Emergentes”. Nuestro colectivo y otros (XR, Voicot), expusimos nuestros planteos, finalmente sintetizados en un punto: cómo transformar la dramática situación socioambiental. Cuando llegó nuestro turno, después de seguir con atención las ponencias de las otras organizaciones y referentes, que impugnaban la concepción de la lucha política por el poder, nos surgieron varias reflexiones que queremos sistematizar. La primera, es que, tomando la historia social de la humanidad de conjunto, uno encuentra un fenómeno muy típico de los períodos de transición y crisis. Esos interregnos donde el viejo modelo social agoniza sin morir, y todavía no hay un sólido camino de reemplazo. Y entonces junto con los monstruos de los que hablaba Gramsci (aludiendo al fascismo), se multiplican también las concepciones escépticas, las perspectivas que le dan justificación ideológica con variación de matices al “no se puede”. En particular, sobresalen dos: la corriente de la “desobediencia civil” como estrategia y la que denominaría “el poder te toma”. Ambas tienen un punto en común: rechazan la lucha por el poder político en todas sus formas. Desarrollamos entonces nuestra postura.
Sí, pero no: sobre la causa básica de la crisis
Nuestro punto de partida es diagnosticar el porqué del desastre socioambiental en curso. Y en esto, donde parece que estamos de acuerdo todos los colectivos, al final, no es tan así. Nuestra posición es nítida, sin ambigüedades. Lo que decimos es que la distorsión que atraviesa todo lo que se produce, consume, las relaciones sociales, políticas e internacionales, es la ley elemental del capitalismo: la rentabilidad privada que se realiza a partir de sobre-producir y fomentar el hiper-consumo. Este mecanismo es el condicionante general que estructura la matriz productiva que depreda, contamina y mata. No estamos hablando de consecuencias accidentales de una etapa de mal funcionamiento del capitalismo, sino que afirmamos que su condición congénita, estructural, tiene como derivación resultados socioambientales ecocidas en esta fase de decadencia histórica del sistema. Lo que decimos es que su supervivencia basada en la acumulación de ganancia privada en base a sobre-producir e incentivar el hiper-consumo no es compatible con una humanidad relacionada de forma armónica y amigable con el resto de la naturaleza. La única relación posible es de violencia extractiva, porque los ecosistemas naturales bajo el capitalismo entran en la ecuación de cómo bajar costos de producción. Por eso, más hidrocarburos –incluso con el método del fracking; más agronegocio para bajar costos de reproducción del salario obrero en China, ante todo; más megaminería de oro y plata; y más desarrollismo urbano especulativo, con fines de reserva de valor de capital. Así las cosas, entonces, si el capitalismo es incompatible con la vida y la naturaleza, en defensa propia hay que reemplazar el sistema. Estamos de acuerdo parece, pero no.
La desobediencia como instinto, no necesita consejeros
Posiblemente junto al movimiento de mujeres y las disidencias, la ola verde socioambiental sea el otro proceso mundial masivo más importante de los últimos años. De hecho, es un movimiento “desobediente” contra la matriz de producción, contra los poderes fácticos, los gobiernos y todo lo que se le opone. La protesta tiene en sí una vitalidad enorme. La pandemia la mediatiza, lógicamente, pero conserva su punto alto de acumulación de conciencia a escala planetaria. Por lo tanto, militar la “desobediencia” como si se tratara de un punto ciego o déficit del movimiento que habría que instalar, es casi una redundancia política. Ya que por su propia naturaleza la “ola” cuestiona, desobedece, se rebela. Es decir: no tiene razón de ser un colectivo que se organiza para activar lo que ya está conquistado. En todo caso, lo que hace falta en contribuir a lo que todavía no se consigue, lo que falta. En este punto, pensamos que el movimiento tiene dos limitaciones:
Por un lado, que no tiene anclaje en el movimiento obrero. Este punto es crucial, ya que, por su posición estratégica en la producción, sin ganar a un sector significativo de la clase trabajadora, reorganizar la economía sobre bases nuevas y democráticas es directamente imposible.
Por otro lado, la protesta como estrategia, la desobediencia como horizonte tiene un techo que es exigir al poder de los contaminadores. Vale decir: una protesta muy fuerte, puede lograr imponer relaciones de fuerza transitorias que obliguen al poder a dar alguna concesión, pero en la medida en que la matriz se mantiene, al cambiar el equilibrio de fuerzas otra vez la conquista está en riesgo.
Resumiendo: sin clase obrera aliada no hay apropiación colectiva de los resortes básicos de la producción y, además, si el poder sigue en las mismas manos, toda conquista es efímera.
Sobre transiciones, riesgos y espíritu deportivo
El sentido común dominante, deteriorado, igualmente es mayoritario y obedece a los intereses sociales de la clase privilegiada de cada sociedad. Cuando cuestionamos los pilares del sistema y hacemos diagnóstico, es recurrente que se nos impute “utopismo” en nuestros planteos. Por eso, ya estamos aprendiendo a cómo invertir la carga de la prueba: discutamos qué derechos coincidmos en asegurar de forma permanente y qué medidas para cristalizarlos. Por ejemplo:
Pleno empleo como derecho, ¿cómo se asegura? Bueno, reducir la jornada laboral con salario equivalente a la canasta, y repartirlo entre toda la fuerza de trabajo disponible. ¿Cómo se financia? Simple: aboliendo la ganancia del patrón. Es decir: suprimiendo el privilegio de vivir del trabajo ajeno.
Comida suficiente, accesible y saludable, ¿cómo se garantiza? Pensamos que prohibiendo el agronegocio, planificando la producción, interviniendo la comercialización desde el Estado para desalojar la intermediación. ¿Y entonces? Hace falta una reforma agraria integral. Es decir: suprimir el privilegio aberrante de la gran propiedad terrateniente.
Democracia real de los que trabajamos, sin castas ¿cómo se logra? Reorganizando todo el sistema político, estableciendo revocabilidad de mandatos, salarios para cargos electivos equivalentes al de una directora de escuela y la obligatoriedad de usar lo público. Otra vez: hay que suprimir el régimen de la partidocracia privilegiada, corrupta e impune.
Volvamos al principio: ¿todo esto como parte de una transición hacia otro modelo económico, social y político se puede hacer “convenciendo al poder capitalista”? De ninguna manera: el poder de los bancos, corporaciones y sus partidos y burocracias sindicales no se destaca por el “espíritu deportivo”. Quiero decir que no acepta pacíficamente ninguna derrota. Por eso, no hay que convencerlos, hay que echarlos con una fuerza social y política preparada de antemano para desmantelar ese poder y construir otro, democrático y transitorio. Democrático para decidir sobre todo contrarrestando las tendencias a que “el poder te tome” y seguir proyectando el proceso de cambio regional e internacionalmente, ya que no hay “islas nacionales” sin capitalismo por mucho tiempo. Y transitorio porque nuestro propósito último es abolir todo poder, ya sin minorías explotadoras, opresoras y ecocidas a escala planetaria. Esta hoja de ruta es la que justifica la impostergable y urgente necesidad de activar conscientemente construyendo organización política nacional e internacional. Bueno, en eso andamos luchando por esa compleja y contradictoria transición riesgosa, pero apasionantemente humana.