En estos días, los defensores de ese Estado gendarme que es Israel vuelven a difundir sus mentiras. Analizamos aquí el origen de ese enclave sionista, creado como freno a la revolución árabe en una región de importancia geopolítica estratégica.
Escribe: Gustavo Giménez
Mienten al decir que los palestinos de Gaza están secuestrados por Hamas. Mienten al decir que los bombardeos israelíes son la defensa de su Estado democrático. Mienten al acusar de antisemitas a todos los sectores que en el mundo entero repudiamos al sionismo y sus crímenes…
El Estado de Israel surgió sobre la base de la expulsión violenta de la población palestina que habitaba desde muchos siglos atrás ese territorio. Mentira tras mentira, el imperialismo y el estalinismo apoyaron la formación de ese Estado racista y genocida, armado hasta los dientes, alzado como un bastión contra el desarrollo de la revolución en Medio Oriente.
Los orígenes del sionismo
Las comunidades judías han sido perseguidas en distintas épocas y por distintos gobiernos. En la Edad Media, por la Inquisición católica. En Rusia, por los progroms del zar y luego por el estalinismo. En Europa, alcanzó su cúlmine en el Holocausto nazi que cobró la vida de 6 millones de judíos(1). Los socialistas revolucionarios siempre condenamos esa y toda otra forma de persecución étnica, religiosa o de nacionalidades oprimidas. Marx, Trotsky, Zinoviev, Kamenev y Rosa Luxemburgo, entre tantos otros revolucionarios, provienen de familias judías y siempre libraron una lucha implacable contra la persecución antijudía y otras similares de la época.
A finales del siglo XIX, un proceso de radicalización se desarrolló en la comunidad judía europea y dio origen a dos formaciones políticas diferentes. Una fue de origen socialdemócrata: el partido Bund. Surgió en Rusia y otros países del Este europeo. Su base eran los artesanos, semi-proletarios y obreros de pequeños talleres. Pese a reivindicarse marxista, se negaba a unificar a los obreros judíos con el conjunto de la clase obrera del país para enfrentar al capitalismo. En realidad, reflejaba un fenómeno nacionalista burgués en el seno del proletariado judío.
La otra corriente fue el sionismo. Aunque empezó siendo minoritaria, de a poco fue alentada por la gran burguesía judía. Al revés del planteo revolucionario de que la pelea contra la discriminación antijudía debía hermanarse con la lucha de la clase obrera y los pueblos oprimidos contra la explotación capitalista, el sionismo sostenía que, para terminar con esa persecución, debía promover la emigración judía a Palestina para crear allí un Estado judío. Esta política era totalmente funcional al interés de los gobiernos capitalistas, que preocupados por la radicalización de sectores judíos querían sacárselos de encima.
De paso, y como teorizaba el líder burgués Cecil Rhodes ante la crisis social de Inglaterra, para evitar «una guerra civil… nosotros, los políticos coloniales, debemos posicionarnos en nuevos territorios, a ellos enviaremos el exceso de población y en ellos encontraremos nuevos mercados». Era una práctica propia de la etapa de expansión imperialista a partir de 1880 que, como parte de ella, exporta poblaciones de los países centrales a las colonias para generar así una base social de apoyo a la penetración y el pillaje imperial.
En 1897, cuando se fundó el Bund, también se funda la Organización Sionista en Basilea, Suiza. Teodoro Herzl escribe El Estado judío, base del sionismo. Se reúne con varios gobernantes antisemitas: el káiser alemán, los ministros del zar ruso y el sultán turco. Con ellos acordó que la mejor forma de evitar que las comunidades judías perseguidas se acercaran a partidos de izquierda era crear un Estado judío en Palestina.
La falacia de «una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra»
Así mentía el sionismo. Pero Palestina, al inicio de la inmigración judía, estaba habitada por pueblos árabes, tras casi trece siglos de dominación musulmana. Había sólo unas pocas aldeas judías, que convivían en paz con los árabes. Recién a fines del siglo XIX, promovida por el sionismo y luego con apoyo del Mandato Británico, se produce la inmigración: las aliyás, que llevaron contingentes a Palestina, antes gobernada por el Imperio Otomano y desde el fin de la Primera Guerra Mundial por los ingleses.
La primera y segunda aliyá llevaron a Palestina unos 75.000 judíos europeos, hasta 1917. Ese año el Imperio Británico emite la Declaración Balfour en favor de crear un «hogar nacional para el pueblo judío» en Palestina, cuyo 90% de la población no era judío.
Al fin de la Primera Guerra, las potencias ganadoras, sobre todo Gran Bretaña y Francia, firman el tratado de Sykes-Picot para repartirse la región que gobernaba el derrotado Imperio Otomano. Así le tocó a Gran Bretaña el Protectorado sobre Palestina, que la Sociedad de las Naciones -la actual ONU- convirtió en Mandato Británico. En ese reparto, las potencias centrales traicionaron pactos previos con jeques y burguesías árabes, a los que utilizaron contra los otomanos para luego cederles pequeñas zonas sin mucha resistencia de su parte. Las fronteras así creadas respondían a los intereses imperiales, no a los de los pueblos de la región.
El Mandato Británico siguió promoviendo las aliyás (ascenso, en hebreo), que lograron poblar una parte minoritaria del territorio palestino. Con métodos de guerra civil desplazaron a las poblaciones árabes originarias, con la complicidad de las fuerzas británicas. La opresión de la población palestina generó numerosas luchas. La principal fue la insurrección ocurrida entre 1936 y 1939, que comenzó con una gran huelga general de seis meses pero fue finalmente derrotada.
Luego la conducción sionista rompe con los británicos, que no terminaban de abandonar su dominación colonial para dar paso al prometido nuevo Estado judío. Gran Bretaña salió muy golpeada de la Segunda Guerra Mundial, el sionismo cambió de amo y se refugió en el nuevo imperialismo emergente: los Estados Unidos.
En 1947, la Asamblea General de la ONU aprueba la creación de un Estado judío y otro árabe en los territorios del ex Mandato Británico de Palestina. Según esa partición, 500.000 judíos se quedarían con el 55% del territorio, contra un 44% para 1.100.000 palestinos. En ese momento, los judíos controlaban apenas un 7% del territorio en disputa.
Cuando el 14 de mayo de 1948 se declara la independencia del Estado de Israel, ya 300.000 palestinos habían sido expulsados de sus hogares por los militares sionistas, en lo que se conoce como la Nakba. La URSS stalinista apoyó la creación del Estado de Israel, considerando al sionismo como un «movimiento de liberación antiimperialista» y criticando la «ceguera» de los países árabes que se oponían a su fundación.
El retiro de las tropas británicas dio origen a un conflicto armado entre los países árabes (Transjordania, Egipto, Siria e Irak) y el Estado de Israel. Con el apoyo de armas rusas éste gana y expulsa en total a 700.000 palestinos, que nunca pudieron volver y se refugiaron en países vecinos. Con las siguientes expulsiones, se estima que los refugiados palestinos suman más de 5 millones. En este conflicto el rol de los gobiernos árabes fue lamentable. Intervinieron tarde, tras meses de lucha en el territorio palestino y con apenas 25.000 hombres. El rey Abdullah de Transjordania -luego Jordania- pactó con la dirigente israelí Golda Meyr quedarse con Cisjordania y Jerusalén Este, y el rey Faruk de Egipto se quedó con la Franja de Gaza. El Estado palestino nunca llegó a formarse.
Así, durante años la ocupación sionista aplicó todo tipo de maniobras para desplazar a los palestinos de sus territorios: compras fraudulentas, ahogo económico impidiendo comerciar productos árabes en las prósperas comunidades judías, desmembramiento de comunidades, expulsión con métodos de guerra civil y masacres contra poblaciones indefensas.
Una emblemática fue la masacre de Deir Yassin. Allí el 9 de abril de 1948 unidades especiales del ejército israelí, tras vencer una débil resistencia, dejaron actuar a formaciones paramilitares que casa por casa eliminaron a todos sus habitantes, la mayoría mujeres, niños y ancianos. Con granadas, degüellos y ametrallamientos mataron a 250 habitantes. Luego subieron a 25 hombres en camiones y los pasearon por toda la aldea para finalmente matarlos a sangre fría en una cantera. En base al terror racista, con los mismos repudiables métodos que años antes los nazis utilizaron contra los judíos, se consolidó el Estado de Israel.
Israel, gendarme imperialista
Armado y financiado por los EE.UU., el ejército israelí es uno de los más poderosos del mundo y tiene un arsenal nuclear importante. Es una verdadera espada imperial contra la revolución árabe.
.En 1956 invadió Egipto, junto a ingleses y franceses, para castigar al gobierno de Nasser por nacionalizar el Canal de Suez. Miles de árabes fueron masacrados por los bombardeos en Port Said, Suez e Ismailía.
.En 1967 derrota a la coalición árabe en la Guerra de los Seis Días. Por la guerra se produce un nuevo éxodo de 500.000 palestinos e Israel le quita a Egipto la Franja de Gaza y la península del Sinaí, a Siria las Alturas del Golán y a Jordania la Cisjordania y Jerusalén.
.En 1970 bombardea, en acuerdo con el rey Hussein de Jordania, los campamentos palestinos en ese país. Mata a 20.000 palestinos, entre ellos muchos combatientes, en lo que se conoció como Septiembre negro.
.En 1973, con un gran refuerzo de armamento provisto por EE.UU., rechaza rápidamente la avanzada de los ejércitos de Egipto y Siria, así como la huelga general organizada por la OLP en territorio israelí, en la llamada Guerra de Yom Kippur.
.En 1982 invade el Líbano para volcar en favor de la derecha libanesa la guerra civil en ese país. La intervención israelí incluyó las masacres en los campos de refugiados palestinos de Sabra y Chatila, con 2.400 muertos según la Cruz Roja.
Estas son algunas de las permanentes intervenciones armadas del Estado de Israel que confirman su rol como gendarme del imperialismo en Medio Oriente. Ante ellas, los defensores de Israel sólo pueden argumentar insostenibles excusas de «autodefensa».
La OLP, surgimiento y traición
La Organización para la Liberación de Palestina (OLP), fundada en 1969, fue la organización que nucleó a todas las fracciones en lucha del pueblo palestino. Su conducción fue Al Fatah, la fracción dirigida por el legendario dirigente Yasser Arafat. Se fundó como representación de una nación sin territorio, Palestina, unificando a quienes viven en los territorios ocupados y en los campos de refugiados. Desde su nacimiento levantó como consigna la reivindicación de una Palestina democrática, laica y no racista, tarea que sólo se puede concretar si se destruye el Estado sionista y colonialista de Israel.
Lamentablemente, luego de años de encabezar la resistencia al gendarme sionista, Arafat fue girando su posición inicial hasta aceptar la Resolución 242 de la ONU, que reconoce la existencia del Estado de Israel, y luego negociar los Acuerdos de Oslo. En esos acuerdos, firmados en 1993 con la presencia de Arafat, el primer ministro israelí Yitzhak Rabin, el presidente yanqui Bill Clinton y el canciller ruso Andréi Kozyrev, se pactó la creación de un «Estado palestino» acotado a Cisjordania y la Franja de Gaza, reconociendo así al Estado de Israel.
El futuro Estado palestino nunca se concretó: apenas existe una limitada administración de la actual Autoridad Nacional Palestina (ANP), en una Cisjordania ocupada por las tropas sionistas y sus colonias ilegales. La política de dos Estados fue la tapadera de la verdadera política israelí: seguir con el proceso de desplazamiento forzado del pueblo palestino y tratar de ocupar todo el territorio de la Palestina histórica.
Viva la resistencia palestina
El pueblo palestino no ha dejado nunca de luchar. Pese a muchos golpes y matanzas, se levanta una y otra vez protagonizando capítulos heroicos como las Intifadas (agitación, en árabe), con que desde 1987 sus jóvenes enfrentan al terrorismo militar israelí. Israel ya no tiene un ejército invencible, basta recordar que sus incursiones al Líbano fueron derrotadas por las milicias de Hezbollah. Al ascenso de las luchas de los pueblos árabes de la región en el período pre-pandémico, con la Primavera Árabe y otros procesos de lucha, se suma ahora el resurgir palestino ante la reciente ofensiva israelí. Aparte de la respuesta de misiles gazatíes, hubo grandes movilizaciones palestinas, una huelga general y enfrentamientos entre árabes e israelíes sionistas en ciudades compartidas en territorio de Israel.
A la decepción ante la traición de la OLP y su heredera, la desprestigiada ANP, le han sucedido organizaciones nacionalistas y musulmanas radicalizadas como Hamas y la Yihad islámica en la Franja de Gaza. En este contexto, resurge una numerosa vanguardia juvenil dispuesta a enfrentarse con la represión israelí. Todo el cuadro indica que lejos de acercarse la «solución final» que pretenden los sionistas se avecinan nuevas crisis, disputas e intifadas.
Por eso, frente a los pesimistas y posibilistas que al ver el fracaso de la ilusoria alternativa de dos Estados retroceden a aceptar un solo Estado israelí que «contemple» los derechos de palestinos y árabes, la lucha por la destrucción del gendarme sionista y lograr la liberación de Palestina sigue vigente. Las viejas corrientes nacionalistas burguesas la han abandonado. Sólo el pueblo palestino pobre, sus trabajadores y su juventud combativa la podrán llevar a cabo, junto a la lucha de los pueblos árabes de la región contra el capitalismo imperialista y los gobiernos árabes traidores, para establecer gobiernos de trabajadores y una federación socialista de Medio Oriente. La situación política pone al orden del día la necesidad de construir herramientas revolucionarias capaces de llevar hasta el final esta pelea, una tarea que desde el MST y la LIS apoyamos con todas nuestras fuerzas.
¿Qué es el Estado de Israel?
Es un enclave imperialista. Los Estados-enclave son aquellos impuestos artificialmente por la colonización imperialista, trasladando población desde los países centrales para «colonizar» países cuya población nativa es explotada, oprimida y desplazada con métodos como el apartheid, la segregación racial sudafricana.
En dichos Estados la población originaria que no fue expulsada carece de derechos básicos: son ciudadanos de segunda o de tercera clase dentro de su propio país. Ejemplos como el Estado racista bóer de los colonizadores holandeses que rigió en Sudáfrica hasta 1992 o el enclave imperialista británico que aún ocupa nuestras Islas Malvinas sirven para comprender el carácter opresor de la población sionista implantada por la fuerza en el territorio palestino.
A su vez, el Estado de Israel no tiene nada de democrático. Su «democracia» es sólo para los ciudadanos israelíes de primera: los judíos. Los refugiados palestinos que fueron desplazados y sus descendientes no tienen derecho a volver. Y los palestinos del territorio ocupado no tienen derecho a casi nada, ni siquiera a la vacuna contra el Covid. Son perseguidos, encarcelados, expulsados o asesinados por las balas sionistas.
En las cárceles de Israel hay unos 4.500 presos políticos palestinos y la ley permite castigarlos con «aislamiento» y «presión física moderada», o sea torturas. Tampoco tienen plenos derechos los árabes que han sido admitidos como ciudadanos israelíes: las leyes los consideran de segunda. Detrás de una pantalla pseudo-democrática, el Estado sionista de Israel aplica una permanente persecución y métodos de guerra civil contra la población originaria palestina, al mejor estilo de los regímenes nazi-fascistas.
1 Los nazis también asesinaron a un millón de gitanos, más de 300.000 socialistas y comunistas, 200.000 homosexuales, prisioneros de guerra, discapacitados, testigos de Jehová y de otros sectores a quienes consideraban enemigos y/o inferiores.