En el siglo XXI contra el capitalismo extractivista
Como siempre que se aproxima una fecha que recuerda un proceso histórico importante se establece una disputa –desigual, pero importante- con el poder político y económico por su interpretación definitiva. La Revolución de Mayo es paradigmática en ese sentido. Un proceso de ruptura antiimperialista con España, convulsivo, violento, contradictorio y cruzado por durísimas polémicas estratégicas en torno a la orientación de esa lucha, termina presentado por la burguesía dominante como la justificación de su conducta política actual. Nuestra tarea es proponer una visión desde la izquierda de esta fecha y destacar conclusiones que tengan utilidad para el presente.
El hecho histórico es conocido. España y su estructura virreinal decadente se habían transformado en una traba para el desarrollo productivo de los sectores más dinámicos del comercio criollo. La burguesía local pretendía vincularse al mercado mundial capitalista sin el escollo del proteccionismo retardatario del imperio español. Por eso, el alcance de la revolución fue continental ya que las mismas fuerzas motrices que actuaron en el Río de la Plata definían la naturaleza económica contradictoria de toda América Latina. Era una necesidad histórica la revolución para superar esas trabas objetivas que la España feudal le ponía al naciente país. Al frente de la confrontación estuvieron liderazgos jacobinos, americanistas y con visión de desarrollo independiente como Castelli, Belgrano, Moreno o Monteagudo. Sin embargo, en la relación de fuerzas terminaron imponiéndose los sectores conservadores de la burguesía local que utilizaron la fuerza de la revolución para negociar un nuevo statu quo de un territorio integrado de forma dependiente al imperio inglés. Ni modernización capitalista, ni democratización política, ni desarrollo económico con iniciativa propia. Asimilación al mercado mundial como proveedores de materias primas. La llamada “Generación del 80” con los Mitre y Roca como emblemas completan el perfil de esa decisión.
Argentina siglo XXI: las corporaciones y el programa para una nueva revolución
El monocultivo de soja abarcaba 400 mil hectáreas en 1996. Hoy orilla los 20 millones. El Plan Estratégico Alimentario 2020 que impulsa el gobierno nacional se propone aumentar el 40 % el cultivo de soja y otros cereales transgénicos.
La megaminería contaminante se consolidó: de 40 proyectos se pasó a 600 en la última década. Más de 50 asambleas socioambientales en Argentina cuestionan estos emprendimientos por su secuela de muerte y saqueo.
El acuerdo de YPF con Chevron es la punta de lanza de la introducción a gran escala del método de extracción por fractura hidráulica de gas y petróleo.
La cementación urbana avanza sin límites. En Buenos Aires y las principales ciudades de Argentina se multiplicaron las construcciones de lujo como refugio especulativo de capital. La reducción de espacios verdes y la creciente presencia de cemento en las ciudades provoca en términos sociales la profundización de la crisis habitacional a gran escala y por otra parte, afecta el medioambiente por doble vía: aumenta la temperatura ambiente y colapsa la capacidad de absorción de agua ante lluvias intensas por encima de los valores históricos –ahora recurrentes– como resultado de la alteración climática planetaria. Todas estas corporaciones secuestradoras de nuestro país por aval de toda la política tradicional, imponen una modalidad de despojo que sacrifica bienes comunes –los mercantiliza- y descarta población a la que reemplaza con alta tecnificación. Los trabajadores ocupados, a su vez, son precarizados y superexplotados a niveles increíbles. En esto la vieja burocracia sindical colabora también. Por eso, es imprescindible como necesidad social para los trabajador@s, la juventud y los sectores populares y medios del campo y la ciudad impulsar un cambio revolucionario de fondo que reemplace este esquema de despojo transnacional por un proyecto independiente de las corporaciones y en dinámica anticapitalista. Expulsar a Monsanto y prohibir los transgénicos hacia una reforma agraria integral; prohibir el fracking y expropiar todas las petroleras hacia una reconversión global de la matriz energética; parar la cementación urbana y planificar un esquema inmobiliario con sentido social a partir de las necesidades habitacionales populares. Romper todos los acuerdos con la barbarie megaminera. Confiscar recursos de la nacionalización del comercio exterior, la estatización del sistema bancario, la supensión del pago de la deuda externa y una nueva ecuación impositiva. Garantizar trabajo y salarios a la altura de las necesidades. Estas podrían ser las primeras medidas de una transición hacia otro modelo de país. La izquierda tiene el programa para eso. El MST propone sumar fuerza política y social a partir de una abarcativa unidad de todas las vertientes de ese campo ideológico para ser alternativa de gobierno. Es necesario y cuando se trata de los intereses populares, lo necesario define lo posible.
Este 25 mayo planteamos a toda nuestra militancia y simpatizantes en las fábricas, en empresas, oficinas estatales, escuelas, universidades y en los barrios más humildes reunirnos con locro y empanadas mediante para discutir estos planteos y organizar la fuerza colectiva que hace falta para tener la sartén por el mango.
Mariano Rosa