«Si no sabemos cuidar el dinero que se ve, cómo vamos a cuidar las almas de los fieles que no se ven…», palabras del Papa, en su jerga católica. Toda una definición para exponer la gran polémica que rodea la discusión sobre los bienes terrenales de la Iglesia, la cual estalló en los últimos días con inusitado furor.
Los hechos: entre otras «reformas» emprendidas por el Papa argentino está la de «regularizar» las finanzas eclesiásticas. Menudo tema, ante los intereses materiales que se juegan en esto, mucho más grandes que la «doctrina» eclesiástica, en una institución internacional milenaria, en crisis y viciada por la corrupción.
Bergoglio organizó una «comisión investigadora», la Cosea, y en ella designó, entre otros, al cura español Lucío Vallejo Balda, integrante del Opus Dei (secta laica, de derecha, fascista, que cogobierna la Iglesia Católica) y la «publicista» Francesca Chaouqui, personera de la multinacional italiana Ernest Young. Ambos habrían actuado como agentes dobles que terminaron engañando a Bergoglio. Le sustrajeron documentos que probaban los malos manejos financieros del Vaticano, en su seno, en sus bancos y en las inversiones mundiales que realizaban y además grabaron conversaciones confidenciales del Papa al respecto.
Los «infieles» terminaron presos, como antes lo fue el mayordomo del anterior Papa. La información hurtada terminó en manos de dos periodistas que la utilizaron para escribir sendos libros de investigación sobre el tema: «Vía Crucis» de Gianluigi Nuzzi (que ya había escrito otro, «Las Cartas Secretas de Benedicto XVI» que llevaron a éste a la renuncia) y «Avarizia» de Emilio Fittipaldi. Estos libros han salido ya a la venta, con el consiguiente escándalo al «destaparse semejante olla».
¿Qué es lo que sale a la luz? El «agujero negro» de los sueldos fabulosos de los jerarcas religiosos que alcanzan entre 700 y 800 millones de euros; el empleo del dinero recaudado para obras de caridad (Óbolo de San Pedro) del que se emplea para éstas 14 millones, y 28 millones para los «gastos» de la curia; que el Banco del Vaticano tiene guardados más de 30 millones de euros en lingotes de oro; que el dinero se emplea en la especulación o inversiones nacionales e internacionales, muchas de ellas fallidas; que hay cardenales que se sirven de dinero de la «limosna» para arreglar sus mansiones de 500 m2; que existe «una fábrica de santos» que es una mina de oro, donde se pagan sumas fabulosas para canonizar gente y se otorgan grandes emolumentos a los «electores», etc., etc.
En principio, esta «cruzada» del Papa Francisco es una manera de evitar que la Iglesia toque fondo en cuanto a su «prestigio moral» en su misión alienadora del hombre, para consolarlo de los sufrimientos de este mundo, disminuyendo su capacidad revolucionaria, falseando la auténtica causa del sufrimiento y legitimando la opresión.
Pero al llevar a cabo este propósito, necesariamente termina chocando con el Opus Dei que agrupa a muchos «príncipes» de la Iglesia, élite enriquecida del Vaticano. Vallejo Balda y Francesca Chaouqui no actuaron solos. La guerra está desatada en las finanzas y en la doctrina. Esta contienda ha tenido otros sucesos parecidos en la historia, los más cercanos: El asesinato de Roberto Calvi, el «banquero de Dios», titular del Banco Ambrosiano, ahorcado en Londres, y el robo de correspondencia del ex Papa Ratzinger. La realidad y la lucha de clases son más fuertes que las doctrinas religiosas.
Héctor A. Palacios