El domingo por la noche, la noticia impactó en los medios de comunicación del mundo; el SI a los acuerdos de paz entre el gobierno y las FARC perdía el plebiscito y ponía en crisis todo un andamiaje de negociaciones que incluía a los EEUU, Cuba, distintos gobiernos regionales, la Unión Europea, el Vaticano y personalidades del mundo. ¿Qué pasó? ¿Por qué esos resultados tras más de cinco décadas de conflicto?
Días previos de actos y festejos anticipados por parte de los impulsores del acuerdo de paz, chocó contra el resultado del plebiscito que se transformó en un balde de agua helada que no encuentra explicación y en un golpe al ya muy desprestigiado gobierno de Santos. Para buscar una explicación partimos de analizar el acuerdo en cuestión, su marco político y relación con la sociedad, temas que ayudan a entender el resultado posterior.
En una nota publicada días atrás, nuestro compañero de Marea Socialista de Venezuela Carlos Carcione adelantaba un problema evidente con tono de pregunta: “¿Mejoran los acuerdos las condiciones de la lucha social? ¿Se ve en los acuerdos rastros de que cambiará para mejor la vida de la gente? ¿Se detendrá realmente la violencia contra los luchadores? ¿Se abre la posibilidad de un cambio del sistema político que facilite la participación de los excluidos o solo se asegura la participación política de las FARC-EP? ¿Se abren espacios para debatir el modelo económico?”.
Las respuestas a todas estas preguntas eran negativas. El acuerdo suscripto no partía de tomar en cuenta las grandes necesidades sociales y democráticas del pueblo, ni se cuestionaba en lo más mínimo un régimen político represivo y un modelo económico hecho al servicio de los Acuerdos de Libre Comercio con EEUU. Como contrapartida sí se habilitaba la impunidad para el paramilitarismo, ubicaciones políticas para las FARC y apertura a los agronegocios. No tuvo nada de casual que Grobocopatel “el rey de la soja” de nuestro país, haya sido parte de las negociaciones con el gobierno y la guerrilla. Quien reveló a la prensa que: “había presentado un proyecto para desarrollar tres millones de hectáreas para producir soja, maíz y arroz en tierras que estaban en conflicto por la guerra con las Farc y ahora entran en zona de paz”. Lo mismo harán seguramente otras corporaciones, hecho que evidencia que “la paz” es para ellos una oportunidad de nuevos negocios.
Acuerdos por arriba, sin apoyo por abajo
Ese carácter cupular del acuerdo es el que puso una distancia enorme con la población. No casualmente y reflejando esta situación el escritor colombiano William Ospina alertaba: “¿Pero por qué la gente está tan escéptica? ¿Por qué no hemos visto el júbilo que debería acompañar a un proceso tan vital para nuestro futuro? Porque nadie siente que este proceso esté cambiando las condiciones que nos llevaron a la guerra y que la hicieron posible durante 50 años. Algo en el corazón de la sociedad presiente que una paz sin grandes cambios históricos, una paz que no siembre esperanzas, es un espejismo, hecho para satisfacer la vanidad de unos políticos y la hegemonía de unos poderes, pero no para abrirle el horizonte a una humanidad acorralada por la necesidad y por el sufrimiento”. Con los resultados a la vista, mucho de esto parece confirmarse. Surge evidente que el acuerdo fue en esencia, visto como algo ajeno por las mayorías populares.
Es en esta realidad que se apoyó Uribe y los más recalcitrantes impulsores del NO; que como expresión de un parte de la gran burguesía actuaron sobre lo más atrasado y conservador de las ciudades, en un país donde es evidente que existen franjas a derecha y sectores altos y medios acomodados, agitando el temor entre estos sectores de un futuro ascenso político de las FARC. Pero esto solo no explica el resultado. Un elemento central es que la enorme cantidad de gente que no fue a votar es también una expresión de que no vieron una paz verdadera, ni tampoco un preanuncio de un cambio positivo para sus vidas. Y ese problema está en la génesis del acuerdo y no en otro lado.
En términos políticos y sociales, el país necesita una asamblea constituyente que cambie de plano el régimen político y económico actual, y eso fue lo primero que las FARC abandonaron en la mesa de negociaciones. A sus métodos muy equivocados usados por años que le hicieron perder apoyo y ganar repudio en grandes franjas del movimiento de masas, le sumó una vaga y equivocada definición política: “Trabajaremos por un nuevo gobierno de construcción de paz y reconciliación nacional a partir de la definición de un programa mínimo” (Declaración política de la X Conferencia de las FARC). A esto se suma que en el acuerdo, el reparto de la tierra quedaba en frases generales y los nuevos negocios privados del gran capital agrario en hechos concretos. En las grandes ciudades del país, quienes cobran bajos salarios lo seguirían haciendo, quienes viven en la indigencia así quedarían y la represión a las luchas sociales continuará. Mientras la paz, ese preciado objetivo y anhelo que quiere la población, no estaba garantizado ni mucho menos, en manos de las castas políticas del régimen y bajo el mismo plan económico de desigualdad y despojo. Por otro lado el acuerdo implicaba impunidad para los paramilitares, asesinos de cientos de miles de campesinos y luchadores.
Ahora se abre un nuevo momento de incertidumbre y de nuevas negociaciones. La Colombia que hace falta, para los trabajadores y mayorías populares, está muy lejos de lograrse con estos actores en escena.
Luis Aguilar