La «final más grande del mundo» volvió a poner sobre el tapete la relación profusa que existe entre barras, poder político y dirigencia.
No hace falta ser Sherlock Holmes para detectar los patrones y nexos que conectan este verdadero triángulo criminal. El debate pasa por entender el porqué, pese a ser un secreto a voces, no se avanza en resolver este tema.
¿Amor por la camiseta?
Si nos remontamos al origen de lo que hoy conocemos como «barras bravas» vamos a encontrar, como en tantos otros rubros dentro del capitalismo, un grupo de hinchas que destacados por su amor a la camiseta y su acompañamiento permanente a su equipo, dirigentes de las tribunas en las canciones y el aliento. ¿Cómo llegamos de ese punto a la actualidad, donde la barrabrava es un grupo mafioso, que utiliza el fútbol como una excusa para sus negocios y que incluso es patota para otros rubros? La respuesta no se explica sólo por características internas de estos grupos, sino por el proceso de mercantilización y venta del fútbol como espectáculo que mueve miles de millones de dólares. Los viejos clubes fueron creados por grupos de trabajadores, muchos de ellos ligados al ferrocarril que recorría la geografía, o los clubes de barrio, donde los vecinos se reunían luego de la jornada a compartir la vida social. Estos viejos clubes de los que solo va quedando el nombre se transformaron en mega- empresas, cuya principal actividad es vender alguna estrella a Europa. Las camisetas se llenaron de marcas, la televisión empezó a poner los precios y los «kiosquitos» anexos (estacionamientos, venta de comidas y bebidas, entradas, tours turísticos y varios más) requirieron de encargados. Los barras mutaron entonces, al calor de los cambios más globales en el mundo del fútbol, de hinchas fervorosos a delincuentes organizados. Quien busque romance o amor en esta historia está perdido: esta es una historia de negocios al mejor estilo Al Capone. Una historia donde las camisetas son apenas una anécdota.
Relaciones carnales
Casi en paralelo con el progresivo declive de los partidos del régimen, fundamentalmente el PJ y la UCR, que contaban con una base de acción real y convencida para actuar en la vida política y social. Las barras fueron comenzando a «relacionarse» con estos aparatos, a actuar a su servicio y conseguir de esa manera una estructura que fortalecía sus posiciones, les daba amparo «político» e incluso les permitía avanzar en el terreno de los negocios, saliendo del mundo estrictamente futbolístico aunque sin nunca perder esa base, que por cierto en nuestro país, no es para nada despreciable.
De la misma forma que controlaban los estadios empezaron a ser requeridos para controlar actos políticos, manifestaciones, elecciones gremiales e incluso estudiantiles. Esos «favores» eran retribuidos con protección, puestos de «trabajo», dinero y especias varias y así el mundo barra confiado de sus propias fuerzas fue ganando terreno imbricándose con la casta gremial y política.
No hace falta leer esta nota para enterarse que el fútbol tiene un lugar muy importante en nuestro país, como en otros del mundo. No hace falta hablar de Maradona, Messi o River y Boca. Lo que sí es importante entender es que el control sobre este espectáculo brinda un acceso muy grande al control de vastos sectores de la sociedad.
Como lo demuestra el propio Macri, la «carrera política» en Argentina incluye, en algún lugar del camino, el control directo o por testaferros del mundo del fútbol. El tercer vértice de esa tríada está formado entonces por la dirigencia del fútbol, que muchas veces es coincidente con la casta política o la burocracia sindical. Los casos de Moyano y Cristian Ritondo en Independiente, Santilli en River, Angelici en Boca o Aníbal Fernández en Quilmes en su momento, sirven para ilustrar a qué nos referimos, podemos mencionar también a Gabriel Favale, barra del «Halcón» de Varela, quien para asegurarse su ingreso al ferrocarril de la mano de la Lista Verde, asesinó a balazos al joven militante Mariano Ferreyra, en un reclamo de los trabajadores tercerizados.
Esta comunidad de negocios y poder, de legalidad e ilegalidad, de sangre y dinero es la que hermana a políticos del régimen, dirigentes y barras. Esta hermandad es la que explica la imposibilidad del actual régimen para controlar una maquinaria que, aunque a veces se descontrole y patee en contra, es al mismo tiempo su sostén.
El show debe continuar
El escándalo en la final y el traslado del partido Boca – River a España no puede entenderse por fuera de ese marco. Quien crea que el problema es una piedra, un escupitajo o «un grupo de energúmenos» lo que busca es esconder esa trama y por lo tanto es estéril para terminarla.
Las internas entre la barra, la policía y los actores de la política existen y poco tienen que ver con los miles de hinchas que un día tras otro llenaron el Monumental haciendo enormes esfuerzos económicos y familiares para ver a su equipo. Cualquiera de esas internas pudo haber terminado en las piedras que impactaron en el micro de Boca, cualquiera de esas internas puede explicar por qué no había vallas donde debía haber, por qué el colectivo pasó por donde no debía pasar y tantos otros interrogantes sin respuesta certera.
El fusible que saltó fue el de Ocampo, Ministro de Seguridad y Justicia de la Ciudad que de todas maneras será ahora el responsable, en su rol de procurador general, de investigar el operativo que él mismo dirigía ese día. Pero todos sabemos para qué sirven los fusibles, justamente para evitar que se quemen todos los circuitos de un sistema, para evitar que alguna descarga reviente el mecanismo.
Así es como después del escándalo vino el humo, las promesas de legislaciones más duras (propuestas por los mismos que son cómplices de los barras) y la exaltación del show a niveles planetarios. ¡A jugar a España que el show debe continuar! También la recaudación y los negocios.
Que ganas de pisar la pelota y encarar
Encarar el desafío de romper la rueda de la impunidad y los negociados, y para eso, no alcanzan las medidas cosméticas y las legislaciones punitivas en general. Lo que necesitamos es poner de nuevo a los clubes en poder de sus socios, democratizarlos y barrer a los barras. Como se cantaba en el Monumental el último partido: «que se vayan todos, que no quede ni uno solo».
Como es imposible hacer esto sin reventar las ligazones que mencionábamos antes, hay que depurar todas las fuerzas de seguridad que amparan a los violentos y delincuentes, elegir los comisarios y jueces por voto directo y someter las políticas públicas de seguridad a un control social férreo.
Necesitamos que los clubes vuelvan a ser entes independientes, donde no se pueda ser funcionario político y dirigente al mismo tiempo, donde los negocios que generan los clubes sean controlados por los socios y empleados de manera democrática y rotativa, con informes regulares de ingresos y destino de los fondos.
Necesitamos que todos los funcionarios involucrados con delincuentes sean investigados, juzgados y separados de sus cargos. Para esto pueden ponerse en pie comisiones investigadoras independientes que reúnan información y las expongan públicamente.
Necesitamos arrancar al fútbol de las manos del capital, del imperio del dinero y los negocios, para volver a ser 11 contra 11 en una cancha, soñando con hacer un gol.
Martín Carcione