El panorama de la política en el mundo está cruzado de fuertes tensiones. Trump, Bolsonaro, Macron, Erdogan, Macri en una trinchera. La ola feminista internacional, los chalecos amarillos, el movimiento Ele Não y la intensa escalada de luchas en Argentina, expresan otro polo, rival. Hay debates en la izquierda y el activismo. Perfume a cruce de caminos. Nuestra contribución en el campo de las ideas y la reafirmación de una identidad vigente: nuestro trotskismo en el siglo XXI. La necesidad urgente de militar y hacer política revolucionaria.
El capitalismo tiene ciclos. No son resultado del puro automatismo de la economía. Están condicionados por la lucha de clases. Después de la Segunda Guerra en el siglo pasado, el capital experimentó un doble movimiento:
Por un lado, ganó oxígeno en base a la destrucción de Europa y la masacre de millones de personas. Eso, en clave capitalista y su ley inexorable –y exclusivo motor- la ganancia, significó destrucción de fuerzas productivas y reinicio de una etapa económica con tasas de rentabilidad crecientes. Fueron 20 años de “boom económico”.
En otro orden, la poderosa acción revolucionaria democrática que derrotó al fascismo, el fortalecimiento de la URSS con el estalinismo, obligó a la burguesía a hacer concesiones económicas, sociales y políticas a las masas ante la sombra acuciante de la revolución.
Así, ganó vitalidad el capitalismo en sus epicentros, desplazó las contradicciones a la periferia y para estabilizar la lucha de clases, hizo concesiones que fortalecieron a la clase obrera y el movimiento de masas de las metrópolis, aunque por sus direcciones, controladas en los marcos del sistema y la coexistencia pacífica del estalinismo con el imperialismo.
Sin embargo, ya a finales de los 60´ y principios de los 70´ la tendencia al declive de la ganancia burguesa se consolidó y devino en crisis crónica, global y orgánica, que todavía no se resuelve. La ofensiva desplegada por los mandamases del mundo para revertir esa tendencia aumentando la explotación obrera y el saqueo de los pueblos, agudizó contradicciones, provocó revoluciones, impuso golpes fascistas y afirmó el carácter de toda la época: crisis, guerras y revoluciones. En 1989-90 la caída del Muro de Berlín cierra una etapa y abre otra. Los apologistas del capital se enamoraron de sus propios pronósticos: ahora sí, incorporando todos los países de la órbita socialista a la economía-mundo de la burguesía, se resolvería positivamente el ciclo de inestabilidad provocando un salto en las tasas de rentabilidad y un nuevo boom económico se preparaba. Lejos de eso, los 90 con su lógica de ajuste, privatizaciones y ofensiva para desmantelar las concesiones del Estado de Bienestar, prepararon un nuevo ciclo de luchas que desde el 2000 en adelante tendría a América Latina como escenario central. Caen gobiernos por la acción de masas, la crisis licúa bipartidismos y se inaugura el período de los progresismos continentales con su relato antiimperialista y emancipador. Después de la crisis del 2008 el impacto en el continente pone a prueba los límites de esos proyectos. El resultado es conocido: son desalojados del gobierno y emergen expresiones a derecha.
Progresismos “picaporte” y derechas emergentes
Hay una relación dialéctica entre las expresiones derechistas y los progresismos del ciclo anterior. Primero, porque no acceden al gobierno sobre la base de triunfos en la lucha de clases, en derrotas de las masas. Son intentos por actuar desde el poder para infligir esas derrotas. Pero son luchas de final abierto y en curso. Entonces, ¿por qué surgen? En esto, somos taxativos: la desilusión –no la derrota- de masas con las promesas incumplidas de los progresismos es la explicación central. No se trata de una batalla cultural perdida como dicen Atilio Borón o Emir Sader, es decir, que las masas no hayan “comprendido” a los progresismos. Es más concreto: prometieron antiimperialismo y terminaron ajustando hacia abajo. Inflación, impuestazos y derechos confiscados. Frente a eso, el resultado fue volatilidad y voto castigo. ¿No pudieron cumplir lo prometido? En realidad, no quisieron. Relaciones de fuerza sobraron a escala nacional y continental. El pico fue la derrota al ALCA de Bush. Sin embargo, en la crisis capitalista, eligieron arriesgar la lealtad de masas, pero no pasar la frontera del capital. Ese fue su límite. Por eso su condición de “picaportes políticos” que les abren la puerta a las derechas.
Sistema y revolución permanente
El capitalismo es incompatible con derechos básicos. Son polos que se repelen. Pleno empleo, estable y con salario suficiente. Salud y educación públicas de calidad. La información pública, la democracia. Entonces, garantizar trabajo supone tomar medidas tales como reparto de las horas en jornadas más cortas entre toda la clase obrera en condiciones de trabajo. Eso y salario equivalente al costo de vida. Ambas medidas cuestionan la plusvalía. Eso ya es anticapitalismo, puro y duro. Hospitales con insumos, personal, infraestructura necesarios; educación en el mismo sentido, todo eso requiere plata, recursos. ¿Y de dónde se puede sacar? La fuente principal de gasto estatal es la deuda externa. Hay que defoltear, investigar y reorientar divisas. Eso y estatizar los depósitos de origen especulativo. Eso otra vez, es anticapitalismo. Nadie votó a Lagarde y el FMI, pero gobiernan. Es antidemocrático. Y Macri aplica medidas opuestas a las que prometió. Es decir, quebró el contrato electoral de la democracia de su clase. Es autoritarismo. La democracia real debería consistir en revocar a Macri y desalojar al FMI. Es decir: recuperar soberanía política. Eso, abre dinámicas de confrontación antisistema contra toda la casta política que administra el poder de la burguesía. El capital cuestiona lo básico para el 99 %. En su supervivencia histórica conduce a la humanidad a una involución, a la decadencia y confisca derechos. Su ley esencial, la ganancia privada, se opone a las personas, a la mayoría social. Amenaza la naturaleza. Los derechos más elementales y el sistema capitalista como modelo social, no pueden coexistir. Pero las personas, las masas, luchan incesantemente. Claro, a escala mundial ese movimiento ininterrumpido se expresa de forma desigual, fragmentado. La razón es que no hay dirección política que concentre y unifique toda esa energía. Pero la vitalidad se sostiene, no para. Esta lógica que supone la lucha de las masas por sus derechos básicos que lleva a cuestionar el capital, es la tesis que fundamenta la Teoría de la Revolución Permanente. En síntesis: ser trotskista es asumir que la lucha por derechos básicos cuestiona las bases del sistema y plantea superar, romper, quebrar los límites del capital. Pero que ese proceso objetivo, independiente de nuestra voluntad, hay que organizarlo y conducirlo conscientemente.
Anticapitalistas y revolucionarixs en defensa propia
En su libro sobre el postmodernismo, Fredric Jameson dice que “es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”. Es un sentido común falso, construido por los que mandan. La burguesía, sus partidos, burócratas y periodistas, lo usan para desestimar el socialismo como alternativa. Y entonces, la deslegitimación del capital crece, pero las ideas socialistas se presumen irrealizables, abstractas. Sin embargo, cualquier gobierno de cambio debería tomar medidas básicas de emergencia que implican como decíamos más arriba, cuestionar el capitalismo, su democracia, su poder centralizado y represor. ¿Y cómo respaldar entonces esas medidas? No hay otro camino que no sea la movilización social. Eso lleva a imponer relaciones de fuerza a favor y definir el poder en las calles. Esta es nuestra hipótesis estratégica. Así razonamos y nos preparamos en consecuencia. Por eso, nuestra concepción no subestima ningún terreno de lucha, pero asume estratégicamente el campo de la insurrección de masas como el definitivo más allá de la democracia burguesa y superando todo frontera nacional. Un proyecto de reorganización social que no planifique su orientación con perspectiva internacional, para unificar fuerza movilizada con otros pueblos, y complementar potencialidades, está condenado a retroceder y burocratizarse irreversiblemente. Es la experiencia histórica del siglo XX. Nuestra apuesta es a construir organización militante en la fábricas, universidades, colegios, profesorados y barrios, para la lucha por desmantelar el poder capitalista y cambiar todas las reglas. Rechazamos la posición reformista del “mal menor” que se resigna y propone “reparar los efectos del neoliberalismo” o “domesticar a las corporaciones”. Utopía condenada a fracasar y volver a abrirle la puerta a las derechas. Y planteamos unir la izquierda anticapitalista política y social para ser un polo alternativo, un factor de desequilibrio y opción de masas que quiebre la falsa polarización entre derechas y “malmenorismo”. Las revoluciones como el 2001 son episodios transitorios, multitudinarios y abruptos. Intervenir para darles un curso transformador y positivo requiere anticipación. No esperes más: si coincidís con estas causas, militá con nosotrxs. Ese es el significado profundo de ser trotskista del MST.
Mariano Rosa