En las últimas asambleas feministas del año aparece un importante desafío: el paro internacional de mujeres del próximo 8 de Marzo. Aparecen algunos debates sobre cómo impulsarlo y se reabren otros sobre la relación entre género y clase.
Paro es paro, no sólo marcha
En el marco de la ola feminista, ya desde 2017 el 8M hay jornada de paro internacional y acciones en más de 60 países. Desde el movimiento de mujeres hicimos nuestro el método de lucha propio de la clase obrera: la huelga.
Antes, en nuestra agenda el 8M era un día de grandes marchas, pero la modalidad de paro internacional evidencia un momento nuevo y superior en la lucha por nuestros derechos: “si nuestras vidas no valen, produzcan sin nosotras”. Y rápidamente el nosotras se convirtió en todes. Por eso debemos reforzar esa posición: el 8M debe ser un día de paro de todo el mundo del trabajo. Por supuesto haremos movilizaciones y todo tipo de iniciativas, para visibilizarnos, ocupar las calles y que la tierra tiemble.
Sobre este tema empiezan a surgir divergencias. Por ejemplo, con distintas excusas, las Mujeres Sindicalistas (Corriente Federal de la CGT) y otros sectores del amplio arco feminista hablan de paro sólo de mujeres, de “paro en los hogares” o de hacer únicamente marchas para no reclamarles el paro total y activo a sus conducciones burocráticas de la CGT y las CTA.
Es un grave error, que dilapida la enorme fuerza acumulada por el movimiento de mujeres en todo este tiempo. Nuestra propuesta es empezar a organizar el 8M y exigírselo a esas conducciones, con pañuelazos si hace falta, para imponer el paro. Comenzar por los gremios que dirigen sectores combativos, como la CICOP, Ademys, la Multicolor docente y otros de mayoría femenina. Impulsar reuniones por sector, asambleas y plenarios de delegados para construir el paro activo en todos lados.
“La revolución será feminista o no será”…
Desde ya, el feminismo debe ser un componente estructural de la nueva sociedad a construir, porque la actual es patriarcal. Pero sin olvidar que vivimos bajo un sistema económico-social concreto, basado en la explotación, el capitalismo, que precisamente sustenta y reproduce la opresión patriarcal porque la aprovecha al beneficiarse del trabajo gratuito reproductivo y de cuidados que nos asignan a las mujeres. La desigualdad de género está determinada por ese modo de producción capitalista, que sostiene la opresión de la mujer en beneficio de la clase dominante. Por eso el patriarcado y el capitalismo son inseparables y por eso la revolución debe ser contra el sistema en su conjunto: el orden patriarcal debe caer junto con el capital. A la vez que asumimos cada batalla parcial en unidad de acción, dentro del movimiento feminista, que es policlasista, impulsamos una política de clase.
El camino a una sociedad feminista, justa e igualitaria, es la revolución anticapitalista y socialista. Y al ser así, al ir contra la burguesía, la debe encabezar la única clase social imprescindible para producir y que puede terminar con la explotación: la clase trabajadora, sus mujeres, varones y demás géneros, en alianza con los sectores populares. Ése es el sujeto social revolucionario, no “las mujeres” en general, incluidas las burguesas, quizás oprimidas pero también explotadoras.
Una revolución es un combate político para barrer del poder a la clase dominante e instaurar otro poder, con gobiernos de las y los trabajadores. Es una lucha profunda y compleja, que requiere construir una dirección política. Esa herramienta, es decir el sujeto político, es un partido revolucionario.
A estos criterios se oponen dos corrientes, en apariencia disímiles, pero cuyas acciones producen similares resultados: 1) El feminismo liberal, sindicalista o reformista, que no quiere cambiar el sistema sino sólo reformarlo. Este sector se limita a buscar reformas puntuales, siempre en el marco del sistema, sin cuestionarlo como tal. 2) El feminismo autonomista, anarquista o “radical”, que al negar la lucha política deja el poder en manos de la burguesía, de hecho siéndole funcional y que a veces ataca más a la izquierda que a los partidos del sistema. Por acción u omisión, ambas corrientes favorecen al patriarcado al no combatir al capitalismo que lo sustenta y retroalimenta.
Por eso ni ser mujer garantiza ser feminista ni todo feminismo da igual. Nuestro feminismo es antipatriarcal, no anti-hombres, porque quien genera los privilegios masculinos es esta sociedad. Es disidente, porque la disidencia es nuestra aliada en la lucha antipatriarcal. Es anticlerical, porque de uno u otro modo todas las instituciones religiosas son enemigas de nuestros derechos. Y ante todo es de clase, anticapitalista, porque no es posible derrotar al patriarcado sin derrotar al capitalismo. Sólo en una perspectiva socialista podremos construir las bases para una sociedad realmente distinta, sin opresión ni explotación.
La ola feminista, nuestra marea verde, ha ido gestando una fuerza gigante que cuestiona la heteronorma, los estereotipos, las instituciones y todo el sistema social. Es una nueva hora y es necesario encontrarnos organizadas. Vení a fortalecer este feminismo consecuente, revolucionario, decidido a dar vuelta todo, sumándote a Juntas y a la Izquierda y al MST. Porque la revolución será feminista o no será, es cierto, pero sin la clase trabajadora ni partido revolucionario al frente no habrá revolución.
Andrea Lanzette