El volumen de información que circula es un desafío. La carga de confusión premeditada tiene un propósito: diluir responsabilidades en la crisis planetaria agudizada por la pandemia del COVID-19. Este artículo tiene el objetivo de contribuir a cuestionar el sentido común que construyen los que mandan en el mundo.
Escribe: Mariano Rosa
Entre los siglos XIV y XVIII hubo varias oleadas de «peste negra». En Europa, Asia y África murieron millones de personas. Los barcos estaban obligados a hacer cuarentenas en los puertos durante las pestes para evitar su propagación a las ciudades costeras. Ahora, se prohíben los vuelos desde Italia a España o hacia Estados Unidos desde Europa. La peste negra o bubónica surgió en el desierto de Gobi, hacia 1320, se extendió en pocos años a China, Birmania, Rusia e India y entró en Europa por las rutas comerciales de venecianos y genoveses en el Mediterráneo. Las consecuencias económicas y sociales fueron enormes:
- Paralización de la agricultura y el comercio.
- Inflación.
- Concentración económica y política en la burguesía ascendente.
- Salto en expropiación a campesinos pobres y artesanos.
El escaso nivel de desarrollo de la infraestructura en materia cloacal, la no regulación de la faena de animales vivos en mercados abiertos, el nulo tratamiento de la basura, e incluso, la existencia de cementerios en las iglesias de las concentraciones urbanas, combinada-mente, multiplicaron la pandemia. Y claro: el precario nivel de la ciencia médica y farmacológica aplicada. Vale decir: esas pandemias fueron un altísimo precio social, clasista también, que la sociedad pagó al sub-desarrollo de las fuerzas productivas a escala general. Sin embargo, las consecuencias sirvieron para que en la época de ascenso capitalista de finales del siglo XIX se desarrollaran medidas de salud pública, de planificación urbana e higiene social que aumentaron la expectativa de vida.
Los conspiradores
La ciencia médica avanzó en el siglo XX como nunca antes en la historia de la civilización humana. Sin embargo, la privatización de esas conquistas colectivas de la humanidad (los avances científicos), está dando resultados increíbles, de barbarie parecida a la Edad Media, pero con soluciones bloqueadas por los capitalistas de la industria farmacéutica y sus representantes políticos en los gobiernos de los principales países del mundo. Queremos contar dos historias para graficar lo que decimos:
Bruno Canard es doctor en Microbiología y Bioquímica de la Universidad de París. Estudió en 2002-2003 el virus del SARS y encontró conexiones con el COVID-19. Tuvo que interrumpir el progreso de su investigación y desmantelar su equipo, porque en 2009 le recortaron el presupuesto como parte de las medidas de austeridad para salvar a los bancos.
Peter Hotez también es científico. Es el codirector del Centro de Desarrollo de Vacunas del Hospital Infantil de Texas y decano de la Escuela de Medicina Tropical de la universidad Baylor, en Houston (Texas), instituciones que buscan vacunas que no resultan rentables para las grandes farmacéuticas de EEUU. En 2016, con su equipo obtuvo los primeros resultados satisfactorios en pruebas con animales experimentando una vacuna contra el COVID-19. Solicitaron fondos para iniciar un ensayo clínico con humanos, pero nadie quiso ayudarles y los tubos de ensayo de la posible vacuna fueron almacenados en un congelador, donde permanecieron durante años. Entraron en el recorte del segundo gobierno de Obama.
En ambos casos, los recortes de presupuesto tuvieron dos razones: la primera, redestinar fondos al salvataje de bancos o campañas electorales; la segunda, una fortísima presión de farmacéuticas y laboratorios para bloquear cualquier investigación independiente o bien no apoyar las que no sean rentables en el mercado de las «enfermedades». Antes de la aparición del virus, cuando era necesario para prevenir, los Estados y las empresas, desfinanciaron las investigaciones. Ahora, con la propagación, disputan llegar primeros a patentar una vacuna. Para eso se ocultan información, hay lobbys, y ninguna colaboración internacional a favor de la sociedad que sufre. Manda el mercado, la rentabilidad, la competencia privada. Es decir: la conspiración existe, y se llama lucro capitalista contra la salud de la mayoría de las personas.
El miedo que prepara para aceptar todo
Como las guerras, las enfermedades que escalan como el COVID-19, son utilizadas por el poder de turno. Es el uso político del miedo, del pánico, de la psicosis social que se fomenta y multiplica más rápido que cualquier virus. Y se difunden falsas creencias para construir un sentido común, un imaginario social que inmovilice, disperse, diluya responsabilidades:
La falsa ideología del «cisne negro»: la idea de que la economía capitalista gozaba de excelente salud, y de pronto, una sopa de murciélago propagó un virus que interrumpió esa dinámica positiva. Falso de toda falsedad. Todos los informes del FMI, el Banco Mundial y consultoras como el JP Morgan, anticipaban para el ciclo 2020-21 «desaceleración». No iba todo bien y «pasaron cosas». Venía en declive, y el COVID-19 agudiza la tendencia.
La trampa del «cuidarte es cuidarnos»: el énfasis dominante puesto en la responsabilidad individual frente a la crisis, para diluir la ausencia de medidas de emergencia que necesariamente implican socializar recursos privatizados del 1 % de la sociedad.
El prohibicionismo y la delación social: es lógico que se tomen precauciones, pero recortar libertades, desmovilizar, fomentar la «denuncia» del vecino y no modificar la actividad laboral de millones para no perjudicar la ganancia burguesa, además de una hipocresía, tiene como exclusivo sentido bloquear la acción autoorganizada de la población. Alerta con esto.
Nuestra respuesta
Identificar las causas de la situación actual, pandemia incluida, y los recursos a los que apela el poder capitalista, tiene un propósito revolucionario: estructurar una salida alternativa, con un opuesto contenido de clase.
Hay que poner en «cuarentena» a los capitalistas de la salud: toda la infraestructura sanitaria, farmacológica y los laboratorios, a disposición de un plan centralizado de emergencia social.
Hay que proteger el trabajo de la clase obrera, no subsidiar la plusvalía de los patrones: prohibir despidos, suspensiones y garantizar licencias con la totalidad de los ingresos.
Hay que invertir en equipamiento para detección temprana: producción pública y compra masiva de kits de higiene, socorro y test de detección temprana. Incorporar personal en hospitales y el Malbrán para el análisis de los testeos.
Shock de protección a lxs precarizadxs: ingreso de emergencia equivalente a tres salarios mínimos; exención de pago de alquileres y servicios básicos.
Expropiar a los remarcadores y especuladores: precios máximos a los artículos de consumo masivo y distribución gratuita de todo lo necesario para el cuidado sanitario individual.
Presupuesto especial de salud sin límites, el que haga falta: repudiar la deuda y poner un impuesto especial a bancos y corporaciones, es decisivo en esta coyuntura.
Lógicamente, estas y otras medidas sociales y políticas de emergencia tienen un contenido que sobrepasa los límites de la política tradicional, de este régimen de castas y del capitalismo como sistema. Hay que hacerlo, es en defensa propia de la mayoría.