Esta segunda nota a 52 años del Cordobazo está dedicada a reflejar el surgimiento del clasismo como experiencia y parte del esfuerzo por construir una nueva dirección en el movimiento obrero, a desentrañar las claves, las disputas y las enseñanzas en esta tarea todavía pendiente.
Escribe: Carlos Carcione
El Cordobazo abre el camino para el intento de superación de la dirección burocrática peronista del movimiento obrero argentino. El paro general nacional del día 30 de mayo de 1969, que en Córdoba fue adelantado para las 11 del 29 y de manera activa, fue lo que desencadenó el levantamiento obrero, estudiantil, popular que impulsó el proceso que llevó a la caída de la dictadura de Onganía. Pero también aceleró la visibilidad de un sector de la dirigencia obrera emergente y más relacionada con la base de los trabajadores, crítica de la burocracia peronista. La figura más conocida de esta experiencia que cruzó la escena de los años siguientes fue Agustín Tosco, protagonista indiscutible de las jornadas de mayo del 69 y dirigente del sindicato de Luz y Fuerza de Córdoba. Pero el proceso además da pie para el surgimiento del clasismo. Mientras que el «Gringo» Tosco expresaba una corriente conocida como sindicalismo de liberación y en relación a los gremios de Córdoba integraba el grupo de los «independientes» para diferenciarse de los dos sectores en que estaba dividido el sindicalismo peronista (ortodoxos y legalistas), por otra parte emergía el verdadero clasismo. En él destacaban dirigentes de grandes fábricas políticamente relacionados y en algunos casos militantes de la izquierda revolucionaria, un ejemplo de esta corriente dentro del clasismo la representaba José Francisco «El Petizo» Páez, dirigente del Sitrac-Sitam y uno de los más destacados cuadros obreros del Vivorazo, más conocido como segundo Cordobazo y referente del clasismo que se extendería por todo el país.
El golpe gorila y la crisis del sindicalismo peronista
El Cordobazo no solo abre paso a la caída de la dictadura de Onganía, también liquida el sistema político que se instala con la Libertadora. En el movimiento obrero toma impulso un proceso que se venía desarrollando en la década anterior. El golpe gorila del 55 contra el gobierno de Perón casi inmediatamente interviene los sindicatos y la CGT y en un sentido libera fuerzas en la base de los trabajadores y en sus organizaciones de empresa.
Una de las principales tareas de Perón desde la Secretaría de Trabajo, incluso antes de ser presidente, es construir una relación con las cúpulas sindicales para integrarlas al Estado. Así una vez en la presidencia, se apropia del Partido Laborista un partido construido sobre la base de los sindicatos que fueron protagonistas del 17 de Octubre y mete preso a Cipriano Reyes, el dirigente sindical de la carne que conducía ese partido y fue parte esencial de aquella histórica movilización. Las prebendas, una ley de asociaciones profesionales que reduce drásticamente la democracia obrera y asegura una organización vertical de los sindicatos, la perpetuación sin límite de los dirigentes al frente de las organizaciones, y la cooptación de los mismos por parte de las instituciones del Estado, fueron las herramientas de Perón para intentar controlar al movimiento obrero.
Pero la «Libertadora» (después de las vacilaciones iniciales de Leonardi y una vez destituido por Aramburu) interviene la CGT y gran parte de los sindicatos, provocando la división de la dirigencia sindical entre Legalistas y Ortodoxos y abriendo espacio en las empresas para la aparición de una nueva generación de dirigentes más pegados a su base, que fueron los que encabezaron las huelgas contra la dictadura y las acciones de la llamada Resistencia.
En Córdoba entre los legalistas se encontraban Atilio López y Elpidio Torres, El primero se hizo cargo de la CGT cordobesa a finales de los 50, y el segundo fue junto a Tosco uno de los dirigentes de la huelga general activa que derivó en el Cordobazo. Mientras que por la base iba madurando el sector que se convertiría en el clasismo cordobés.
Pero al mismo tiempo una experiencia impulsada por necesidad de los empresarios de multinacionales que buscaban instalarse en la provincia, y amparados por los gobiernos locales que respondían a la Libertadora creó sindicatos de fábrica. Estos aunque inicialmente fueron conducidos por un sindicalismo amarillo burocrático y traidor, al calor de las luchas fueron suplantados por una nueva dirección que daría origen al clasismo.
El clasismo
Entre tanto el sindicalismo de liberación, cuya figura más relevante fue Agustín Tosco, se limitaba desde el punto de vista sindical a defender su lugar en las propias organizaciones y desde su posición política alentaba la conciliación de clases. Esto último se expresó con claridad en el apoyo de Tosco, que conducía la CGT Cordobesa, a la formula Obregón Cano y Atilio López. El clasismo, por su parte, se transformó en un fenómeno nuevo que al contrario de conciliar con el sindicalismo peronista se presentaba como una posibilidad concreta de reemplazar a la vieja burocracia peronista tanto los ex legalistas como los ortodoxos.
El clasismo, que se hace visible con fuerza en el Vivorazo, muestra su fuerza a partir de dirigir los sindicatos de las grandes fábricas de Fiat en la provincia, el SiTraM (Fiat Materfer) y el SiTraC (Fiat Concord). Esta corriente contuvo a sindicatos, agrupaciones y comisiones internas que coincidían con su disputa antiburocrática y la democracia obrera como método.
Pero al mismo tiempo incluían en su programa la lucha contra la patronal y su Estado.
Gran parte de estas nuevas direcciones no solo eran clasistas sino que sostenían una mirada socialista. Se diferenciaban tanto del sindicalismo de liberación como de las izquierdas peronistas. Fundamentalmente porque además de su método y programa, no renunciaban, aunque con contradicciones y diferencias, a la lucha por la independencia política de la clase obrera.
Y mostraron desde el principio su determinación de lucha. Incluso inaugurando en esta etapa abierta con el Cordobazo las ocupaciones de fábrica, cuestionando no solo el control de la empresa sino su propiedad. Las del SiTraC y el SiTraM del clasismo cordobés fueron, tal vez, las experiencias más cercanas a sindicatos revolucionarios que conoció la historia de nuestra clase. En los 70 contribuyeron enormemente a que Córdoba fuera conocida por toda la vanguardia obrera mundial como la Turín Argentina (en alusión a las ocupaciones obreras y los comités obreros de fábrica en esa ciudad italiana en la década del 1920).
Las pruebas de fuego bajo el último gobierno de Perón
En enero de 1971 la contraofensiva patronal contra los dirigentes del clasismo cordobés se expresó en el despido del Petiso Páez, de Gregorio Flores y dos delegados de base. La respuesta fue una nueva ocupación y el triunfo de la reincorporación de los despedidos. Fue un verano de lucha y movilizaciones que culminó en el segundo Cordobazo. Este se produjo en respuesta a las amenazas del gobernador Uriburu, que había sentenciado que había llegado para «cortarle la cabeza a la víbora marxista que anidaba en Córdoba». Y entonces se produjo el Vivorazo.
Pero el proyecto burgués para el país, que incluía la vuelta de Perón, no podía tolerar esa amenaza de sustitución de una dirección burocrática y venal por una nueva dirección, que como el clasismo, amenazaba con convertirse en un sindicalismo revolucionario. Por eso se producen las ocupaciones policiales de las fábricas, el despido masivo de más de 500 trabajadores, la ilegalización del SiTraC y el SiTraM, abriendo paso al golpe policial en la provincia impulsado por Perón ya en su última presidencia, conocido como el Navarrazo en 1974.
La vuelta de Perón, abrió un gran debate en la vanguardia obrera. Debate en el que un sector del clasismo paso la prueba. Hubo algunos que no quisieron dar la batalla política contra el peronismo, mientras otros como el Petizo Páez, continuó la disputa en el terreno político integrando la fórmula presidencial del PST que en septiembre del 73 enfrentó en soledad por parte de la izquierda a un peronismo que al contrario de lo que esperaban los trabajadores y el pueblo que habían conquistado su vuelta al poder, traería ataques al nivel de vida y a la Triple A. Años después al salir de la cárcel en que lo había metido Isabel Perón, Páez podrá afirmar que, para alcanzar la independencia política de las patronales de la clase obrera no alcanzaba solo con la lucha, era necesario además un partido revolucionario con influencia de masas dispuesto a ir hasta el final.