En poco más de dos semanas, el país fue testigo de dos gigantescas demostraciones.
Los sectores medios realizaron un segundo cacerolazo el 8N, superior en cantidad de adherentes y extensión al de septiembre, que también sumó a sectores populares. Sin negar las contradicciones que se mantienen en su interior, ni la intención de políticos de derecha de llevar agua para sus molinos, la multitudinaria movilización planteó muchos reclamos justos. Se habló de inflación, inseguridad, 82% móvil, corrupción, impuesto a las ganancias en los salarios y hasta de la megaminería. Había votantes de Cristina, arrepentidos o desilusionados por vivir una nueva frustración. Quedaba expuesta la fractura de enormes franjas de sectores medios con la política oficial, a la vez que se reclamaba a los principales referentes de la oposición tradicional que tampoco resuelven nada.
Y este martes 20 se realizó el primer paro general conjunto CTA-CGT bajo el gobierno K. La medida tuvo un impacto muy importante en los principales centros urbanos, que amanecieron igual que un domingo. La unidad de acción y el acertado programa para convocar la huelga permitieron incluso que en sectores cuyos dirigentes sindicales apoyan al gobierno los trabajadores igualmente se sumaran a la medida. Hubo cientos de cortes en rutas y accesos clave. Fue una muestra contundente del malestar y rechazo que hay entre los trabajadores a un modelo que, mientras paga la deuda externa y subsidia a las grandes multinacionales, le arrebata partes del salario a millones de trabajadores y mantiene a otros millones en negro, con salarios de miseria o cobrando planes sin perspectivas de trabajo genuino. Fue también una señal para Caló, Yasky y todos los dirigentes aplaudidores de Cristina; una señal que tendrá consecuencias de aquí en adelante.
Ambas expresiones contaron con la simpatía de enormes sectores de la población, completando un panorama de marcado quiebre entre el gobierno y una mayoría popular muy significativa. Desde la Rosada, tratando de ocultar el cachetazo recibido, se intentaron dos políticas. Primero se negó la importancia de estos hechos. Ante el 8N, dijeron que había poca gente y era casi toda adinerada y oligárquica. Y ante la huelga nacional del 20, afirmaron que no fue ni paro, ni piquete y fue sólo porteño. Esto se combinó con el discurso clásico y manipulador del kirchnerismo. Entonces, los que participaron del 8N serían zombis que son llevados por la derecha que promueve un golpe de Estado. «No nos vamos a dejar provocar por aquellos que quieren volver a un régimen ultra-conservador», dijo Cristina. A su vez, los que hicimos el parazo del 20 estaríamos extorsionando al gobierno para conseguir nuestros reclamos corporativos sin importarnois los que menos tienen. «A mí no me van a correr, menos con amenazas», afirmó la presidenta. Ambas frases confirman la gran desorientación que reina en el gobierno luego de estas acciones de masas. A lo sumo toman medidas más bien cosméticas, como la nueva ley de «control» a la Bolsa, mientras siguen sin gravar la renta financiera. CFK y su entorno han definido encerrarse en un relato que ya pocos creen. Mientras más enardecen a su núcleo de seguidores, más se aíslan de la mayoría. Si eso es malo en cualquier cargo de responsabilidad política, puede ser catastrófico si hablamos del gobierno de un país con problemas estructurales sin resolver, en donde millones estamos saliendo a protestar, y los viejos partidos del sistema y la burocracia sindical cada vez pueden contener menos la bronca popular.
Así las cosas, la necesidad de un cambio se extiende entre los de abajo. En los lugares de trabajo, de estudio, en los barrios y la calle, la sensación de que las cosas van mal crece más y más. ¡Encima, De Vido volvió con la re-re!
A la vez, es evidente la falta de una alternativa para poder hacer realidad esas transformaciones. Los referentes como Macri, De la Sota, Scioli perciben esta situación y salen a mostrarse. El jefe de gobierno porteño decide «hacerse cargo» del subte; el gobernador cordobés le reclama por Ganancias a la ministra Débora Giorgi; el bonaerense se muestra con Moyano. Son las posibles apuestas para construir un recambio del sistema, que canalice el descontento sin afectar los negocios capitalistas. A ese lote pretende sumarse la UCR, buscando una ‘nueva alianza’ con Binner y el FAP. Ninguna solución puede esperarse de un proyecto así, que ya sufrimos y vimos cómo termina…
El actual momento político coloca con fuerza dos tareas El relato K ya no convencepara los que peleamos por cambios de fondo en el país. En primer lugar, hay que llegar con las conclusiones del parazo del 20 a todos los trabajadores, a los barrios populares y a la juventud. Aprovechar para fortalecer los procesos de organización y las batallas contra la burocracia sindical, como venimos haciendo en la sanidad, ferroviarios, las elecciones de Suteba y ahora con la Federación Nacional Docente de la CTA. Y junto con esto, hay que fortalecer una alternativa política que se plante en la lucha por un programa transformador. Tal es el camino que venimos transitando con Pino Solanas, Alejandro Bodart, Vilma Ripoll y demás referentes en todo el país. En este rumbo apostamos a confluir con Unidad Popular, Buenos Aires para Todos y demás compañeros con quienes construimos la CTA que encabeza Micheli. Al servicio de estos objetivos haremos un gran acto del Movimiento Proyecto Sur el viernes 30. Invitamos a todos y todas a sumar su presencia para hacer crecer una esperanza de cambio para los de abajo.