La década desaprovechada
En el aniversario de la Revolución de Mayo se montó el festejo de los 10 años de kirchnerismo en el poder. «La década ganada», fue la consigna elegida por los escribas y publicistas oficiales, más tarde ratificada por el discurso presidencial. La plaza se llenó con la receta de siempre: el aparato de los gobernadores y los intendentes del conurbano se combinaron con artistas de gran convocatoria. A partir de allí, el multimedios oficial se empeñó en falsificar el tamaño del acto, llegando a cifras que dejaron de ser exageradas para convertirse en ridículas.
Pero vayamos al balance de estos diez años, que es lo que está en debate. Corría el 2003 y tras la renuncia de Menem al ballotage, un desconocido Néstor Kirchner, asumía el gobierno del país con el 22% de los votos. Salía un Duhalde arrinconado tras el asesinato de Kosteki y Santillán.
El país aún vivía la efervescencia político-social emanada de la explosión del 19 y 20 de diciembre.de 2001. Se buscaba un cambio total. Por eso, alguien que apoyó las privatizaciones de los ´90 y jamás tuvo participación en la lucha contra los genocidas, se presentó como iniciador de una gesta de liberación.
Néstor comprendió mejor que ningún otro caudillo del sistema que para sostenerse y tratar de normalizar el funcionamiento capitalista del país había que aparecer a tono con las ansias de cambio reinantes. Y para hacerlo desarrolló un discurso engañoso, que a veces acompañó con medidas cosméticas y otras sólo utilizó para justificarse, que se mantiene hasta hoy y es una de las marcas de origen del kirchnerismo.
En el tema económico, incluso opositores de variado pelaje coinciden en hablar en tono positivo de los primeros años de Néstor. Si bien varios indicadores mejoraron en aquellos tiempos sería una ingenuidad no ver que eso tiene origen en la megadevaluación de Duhalde, que llegó al 300% y arrebató una masa enorme de dinero a los de abajo, para financiar a los empresarios y bancos. También cuentan la suspensión del pago de la deuda y el reparto de dos millones de planes sociales, impuestas por la insurrección de 2001. Todo esto, sumado a los precios altos de las materias primas, fueron el impulso para un modelo de capitalismo extractivista, que logró un «rebote» importante y luego un crecimiento económico. Siempre estuvimos signados por la realidad económica internacional y por las necesidades de un gobierno que hacía negocios con sus capitalistas amigos, pero tenía que responder a los reclamos de abajo para sostenerse en pie.
Cuando el «viento de cola» comenzó a reducirse aparecieron los techos salariales y hubo grandes conflictos para conseguir aumentos. Desgastado, el presidente desistió de reelegirse y postuló a su esposa. Cristina asumió llamando al pacto social, apoyándose en el viejo PJ y parte de la UCR, adecuando su discurso al objetivo de hacer un país amigable a los capitalistas. Pero los vencimientos de la deuda complicaban las cosas y se intentó una jugada que marcaría el futuro K: la resolución 125, que aumentaba las retenciones a los productores del campo, perjudicando sobre todo a medianos y pequeños, que fue derrotada por una reacción enorme, centrada en el interior del país, teniendo su expresión posterior en las elecciones legislativas de 2009. El gobierno buscó recuperarse radicalizando el discurso, con iniciativas presentadas como anti-corporaciones y con la profundización del modelo de saqueo. Así, mientras se nacionalizaban las AFJPs para que el Anses financie las iniciativas del gobierno; florecían los emprendimientos de la Barrick Gold, Monsanto, Panamerican Energy, etc. Fue el momento de la llamada «Ley de Medios», que inició la ruptura y disputa con el grupo Clarín, a quien Néstor había extendido las licencias años antes.
Las tensiones siguieron aumentando. Una patota de la burocracia sindical asesinaba a Mariano Ferreyra. También se dividía la CTA. En las provincias era insoportable una coparticipación que concentra los recursos en el estado nacional. Las peleas en el PJ y la CGT complicaban la segunda candidatura de Néstor. Todo terminó siendo un cóctel explosivo que forzó la abrupta desaparición física del principal cuadro del kirchnerismo, produciendo un debilitamiento decisivo en ese proyecto político.
El salvavidas llegó, otra vez, desde afuera. Los multimillonarios rescates estatales a los bancos de EE.UU y Europa contuvieron la crisis en los países centrales, dándole a Latinoamérica una sensación de estabilidad, que fue aprovechada por Cristina y casi todos los gobernantes de Argentina para asegurarse la continuidad en las elecciones de 2011.
Así llegamos a la parte final del ciclo K. Al poco tiempo del anuncio de la quita de subsidios al transporte ocurrió la masacre de Once, mostrando que los trenes que destruyó la privatización siguen igual. Se aprobó una semi-nacionalización de YPF, pero todo terminó en negocios con Chevron y otras multinacionales. Se defendió con palos la megaminería. Murieron hermanos qom por vivir en un pedacito de tierra ambicionada por terratenientes amigos del gobierno. Se inició el cepo al dólar y aparecieron los aumentos en cuotas, por debajo de la inflación Todo anunciado en larguísimas cadenas nacionales que pintan un país de fantasía, generando un quiebre con amplios sectores. Por eso se dieron tres cacerolazos masivos y una serie de paros cuyo pico fue el 20N.
Hoy, con la kirchnerización de la justicia, los escándalos de corrupción y el blanqueo de capitales a los grandes evasores, transitamos la decadencia del proyecto gobernante. Pasaron 10 años, miles de millones entraron al país y los problemas estructurales no se resolvieron.
No será la derecha ni las falsas opciones las que resuelvan la partida a favor del pueblo, sino la defensa y construcción incansable de un proyecto coherente, unitario y de cambio. Los que por sectarismos o egoísmos equivocados, obstruyan esa perspectiva, terminarán siendo funcionales a los gobiernos y grupos de poder.
El MST está firme en este camino y apuesta a que se pueda avanzar en la construcción de un proyecto auténticamente emancipador.