Aún estamos en los primeros días tras las elecciones del 11 de agosto. Sus consecuencias recién se empiezan a manifestar y se harán más claras a medida que el tiempo vaya transcurriendo, incluso después de las elecciones generales de octubre. Pero, de antemano podemos anticipar que serán profundas.
Porque los resultados han dejado al descubierto -más allá de la ubicación de los demás actores políticos, que abordamos en otras páginas de esta edición- un tema de importancia central para el país. Se ha iniciado el fin del ciclo del kirchnerismo como gobierno. Y esto merece la mayor de las atenciones. Los primeros discursos de la presidenta, de los hombres del gobernador y algunos intendentes del conurbano bonaerense muestran una gran dificultad para asumir lo que ha pasado, y a la vez confirman que ha sido un golpe grande.
El proyecto kirchnerista llegó al poder con la misión de sacar el país de las llamas del 19 y 20 de diciembre de 2001 y volver a colocarlo en una situación más estable, que garantice el funcionamiento del sistema. Duhalde ordenó las piezas en el PJ para que se ungiera un presidente de ese palo. No por casualidad el lema del gobierno de Néstor fue «un país en serio». Pero además de esto el proyecto del gobierno, tomó una decisión que lo haría diferente a sus antecesores y comenzó a utilizar un discurso que buscaba emparentarse con las banderas de los movimientos sociales, de trabajadores y la izquierda, y también con el proceso latinoamericano. Desde los primeros años hasta hoy, esta cuestión tuvo gran destaque en la política oficial. Quienes no somos parte del proyecto que gobierna siempre criticamos este «doble discurso» por entenderlo como un maquillaje para ocultar los trazos reales de un modelo que no compartimos. Desde adentro se sostuvo que el kirchnerismo era la expresión local de los cambios ocurridos en nuestro continente.
Aunque hubo un importante sector que mantuvo su independencia, el kirchnerismo pudo incorporar a sus filas a organizaciones sociales, gremiales, estudiantiles, de derechos humanos, intelectuales, etc., que creyeron que éste era un proyecto de transformación importante del país. Incluso electoralmente, logró apoyo de sectores que no se referencian en las viejas estructuras.
Una situación económica relativamente estable -salvo en 2008/2009 cuando también tuvo malos resultados en las urnas-, más el apoyo de la estructura política y sindical del PJ, y la conformación de ese núcleo que algunos llaman el «kirchnerismo social» le permitieron al gobierno sostenerse como un actor protagónico. A su vez, la evidente falta de proyecto alternativo por parte de los Macri, De la Sota, De Narváez, Alfonsín, Cobos, y demás variantes opositoras del sistema, también reforzaron la idea de que «el gobierno tiene muchos problemas pero es lo mejor que podemos tener. Los que tiene enfrente, son de terror.» Todas estas cosas estuvieron detrás de la clara victoria oficialista del 2011. Pero apenas comenzaron a saltar los problemas estructurales del país, el tablero se comenzó a mover. Esos movimientos desembocan en estos resultados electorales y casi con seguridad en los que se verán en octubre, que pueden tener un signo aún más marcado.
Incluso es posible que comencemos a ver los ya conocidos abandonos de barco por parte de intendentes, gobernadores, dirigentes de la CGT oficialista y en otros espacios, ahondando las deficiencias en la estructura del poder kirchnerista.
No debe desconocerse que se están montando alternativas de recambio que no significan ninguna salida para el pueblo. La posibilidad de que Scioli sea el heredero de Cristina ó se imponga un Massa apadrinando al PJ opositor, incluso la reedición de una Alianza, ahora con el acuerdo PS-UCR más Carrió, Pino y otros son las ofertas que se están levantando desde el poder. Cualquiera de ellas significa que ninguno de los grandes problemas del país se va a solucionar.
Como muestran los resultados que han obtenido las fuerzas ubicadas a la izquierda de todas estas opciones, la nueva situación en la que comenzamos a movernos, presentan un mayor campo de acción para la lucha de los trabajadores y para las propuestas de cambio. Pero también coloca un debate clave para todos los que apostamos por un país al servicio de los trabajadores y el pueblo. El de que alternativa política hace falta. No se trata de una discusión secundaria, sino de la más importante de las cuestiones que tenemos que resolver.
Hay quienes sostienen que esto debe hacerse sólo con la unión de un sector de la izquierda. Otros que dicen que debe protagonizarla el progresismo o movimientos sociales. Estas visiones impidieron que se pueda avanzar en propuestas unitarias en las elecciones pasadas y serán una traba para que surja una fuerza grande, que pueda disputar no sólo bancas, sino el poder.
Desde el MST vamos a aprovechar los meses de campaña hasta octubre para fortalecer en todo el país nuestras propuestas de una izquierda tricolor, que ponga toda su fuerza al servicio de una alternativa política abierta a todos los que quieran sumarse, para que de este fin de ciclo emerja una posibilidad de cambio positivo.