En el mes de agosto del 2008, junto a Alejandro Bodart acompañamos al aeropuerto de Ezeiza a nuestra querida compañera Celia Hart Santamaría. Jamás pensamos que esa sería la última vez que la íbamos a ver con vida. Había estado toda una semana con nosotros compartiendo el Congreso del MST y se dirigía a Panamá, donde la esperaban compañeros de la izquierda panameña para un evento. Previo a subir al avión tomamos un largo café, con la pasión de siempre nos seguía contando los próximos pasos y le dábamos forma a las dos tareas que pensábamos compartir: la campaña por la libertad de los 5 presos cubanos en EEUU y un viaje nuestro a Cuba para los meses siguientes.
Con una enorme sonrisa se subió a su avión, nunca más la vimos. Después de su viaje a Panamá, a los pocos días moría junto a su hermano Abel en una carretera de Cuba, cuando su auto se estrelló contra un árbol. La noticia nos conmovió hasta lo más hondo. Con ella se nos iba no sólo una amiga y gran compañera, se terminaba la vida de una gran revolucionaria cubana, la que tuvo la valentía de levantar en su país las ideas de León Trotsky. Ese solo hecho la enaltece. Por eso y por su militancia cotidiana y comprometida con la revolución socialista hoy le rendimos un nuevo homenaje.
De la revolución cubana al rescate de León Trotsky
Para quienes poco o nada saben de Celia, les cuento que fue hija de revolucionarios cubanos protagonistas de la revolución del 59. Su madre, Haidee Santa-maría, fue una de las grandes mujeres revolucionarias del ejército rebelde y parte del asalto al Moncada. Su padre, Armando Hart, también cuadro de la revolución, fue el primer ministro de cultura y se convirtió con el tiempo en una importante voz de la intelectualidad cubana. De esa familia y esa rica formación se nutrió Celia, quien como parte de su profunda formación académica y política pasó un período en la ex Alemania oriental. Allí comenzó a escuchar de un tal Trotsky y desde entonces, nunca más se alejó de ese nombre. Por el contrario se fue aferrando con el paso del tiempo cada vez más a su legado.
Celia, que como toda revolucionaria cubana admiraba al Che, fue descubriendo a Trotsky y haciendo confluir sus legados en la búsqueda por intentar que la revolución avance. Pese a las presiones que sufría nada la detuvo, por propagar con enorme convicción sus renovadas y trotskizantes ideas fue separada un tiempo del Partido Comunista cubano y cada tanto ponía nervioso a más de uno. La autoridad moral de su familia y la suya propia, como inquebrantable defensora de la revolución cubana, le daba una cobertura y blindaje de hierro frente a falsedades e intentos de callarla. Como dice una vieja frase «la verdad es revolucionaria» y ella no hizo más que decir en voz alta, en los lugares más dispares del mundo, una enorme verdad: había que rescatar a Trotsky y ponerlo en el lugar que le correspondía después de décadas de falsedad stalinista. Para que su historia y sus enseñanzas, despojadas de calumnias y también de dogmatismo sectario, estuvieran a disposición de las nuevas generaciones de revolucionarios. Y ella se animó a hacerlo, por convicción y con una gran cuota de coraje.
Al nivel que ella pudo, logró sacar a la luz los temas que creía. Se acercó en sus últimos años de vida a la revolución bolivariana, alegrándose de sus conquistas y llorando de dolor ante sus vicios burocráticos. Allí fue donde la conocí, cuando nos acompañó en distintas actividades junto a los compañeros de Marea Socialista de Venezuela, Alejandro Bodart, Pedro Fuentes y otros compañeros que durante el 2007 y 2008 comenzábamos a construir un nuevo reagrupamiento internacional de los revolucionarios que ella, feliz y conscientemente, se había decidido a protagonizar. Un fatal 7 de setiembre terminó ese proyecto común. Su pérdida la sentimos aún hoy, aunque nadie nos quita la alegría de haber compartido un tiempo con ella ni de seguir hoy reivindicando sus ideas, las que sentimos como nuestras.
Con su ejemplo, seguimos abriendo caminos internacionalistas
La revolución, ese sueño que peleamos por realizar, necesita actividad concreta y proyectos estratégicos. Y esos proyectos no se dan sólo en el marco de un país sino en todo el planeta. De ahí el internacionalismo que Trotsky supo protagonizar y que Celia retomó con entusiasmo. Para esa tarea se animó a poner su valioso grano de arena. Hoy desde el MST, con su recuerdo y con nuestra historia a cuestas lo seguimos haciendo. Reconstruyendo lazos históricos con los compañeros de la IV internacional con quienes estamos transitando un proceso de confluencia y trabajando con dirigentes de países latinos, algunos de nuestra corriente histórica morenista y otros de diversas experiencias, en el marco de un proyecto común. Así mantenemos activa una tarea tan necesaria que ella también supo valorar.
Desde este lugar, hoy recordamos a Celia Hart. Vaya nuestro respeto y homenaje a una revolucionaria íntegra que repartía alegría y compromiso militante. Y hacemos nuestras, las palabras que escribía en Revista de América, publicación que en 2008 editamos junto a ella: «Cambiemos todo lo que deba ser cambiado en Cuba, para que no cambie lo que no puede ser cambiado, a no ser muertos. La profundización socialista de la revolución, sin usar las armas melladas del capitalismo, y un inclaudicable interna-cionalismo son el camino. El futuro interminable de la revolución más linda está allí, sabiendo por qué fracasaron las demás y elevando al hombre a la condición del hacedor de su historia y no de su vulgar engranaje». Querida Celia: ¡Hasta el socialismo, siempre!
Sergio García