Con alta repercusión, en un reciente reportaje el Papa Francisco declaró: “No podemos seguir insistiendo sólo en cuestiones referentes al aborto, al matrimonio homosexual o al uso de anticonceptivos. Tenemos que encontrar un nuevo equilibrio, porque de otra manera el edificio moral de la Iglesia corre el peligro de caer como un castillo de naipes.”
Tales palabras contrastan con el tono medieval de los anteriores Papas. Es que el máximo dirigente mundial de la Iglesia Católica busca adecuarse a los nuevos tiempos y al avance generalizado de las luchas por los derechos de género.
Pero si se lee bien, el Papa no ha cambiado sus posturas tradicionales. Lo que propone es no insistir “sólo” en las cuestiones polémicas, sino en abordar otras para “equilibrar” y que no peligre el “edificio moral” de la institución católica.
El principal problema es que, más allá de las palabras, en los hechos la cúpula de la Iglesia hizo y sigue haciendo todo lo posible por evitar la educación sexual, el matrimonio igualitario, el derecho al aborto y demás reclamos del movimiento de mujeres y la diversidad sexual. Es el viejo truco de cambiar algo en las formas para que nada cambie de fondo.
Separar la Iglesia del Estado
Junto a seguir luchando por la ley de aborto, la emergencia en violencia de género, la educación sexual en todos los niveles y la inclusión social de la diversidad sexual, una reivindicación pendiente es la laicidad del Estado.
Este año, Cristina, Macri, Scioli y los demás gobernadores destinan casi 5.000 millones de pesos a pagar los sueldos de obispos, curas y seminaristas, y a subsidiar las escuelas religiosas y privadas.
Con respeto por las creencias religiosas así no las compartamos, nos oponemos a seguir bancando con fondos públicos a una institución retrógrada como la Iglesia Católica, sostén ideológico del capitalismo y de los prejuicios anticientíficos contra la igualdad. Defendemos la educación laica, la anulación de los subsidios a la Iglesia y su total separación del Estado.
P. V.