Hace apenas 3 días falleció. Un cáncer lo venció físicamente. Pero eso es apenas una anécdota para engordar las necrológicas. Decir que fue un actor enorme que protagonizó como nadie más de 40 películas y «la más taquillera de la historia del cine nacional Nazareno Cruz y el lobo, de Favio (1975)», o que hizo Shakespeare, Lorca, Miller, Tennessee Williams, Ibsen, Abelardo Castillo, Eugene O’Neill o Samuel Becket en el teatro…en fin. Fue un grande de la escena. Pero en mi condición de actor quería aportar y recuperar otra arista de Alfredo: su ética personal, referencia para muchos de nosotros.
Con los actores siempre, con el establishment del espectáculo nunca
Esta semana me tocó presentar a mis alumnos de teatro alguna semblanza sobre Alcón. Y creo que lo más destacado –y así se los señalé- es rescatar la ubicación ética profesional que siempre priorizó la defensa colectiva de los derechos del conjunto de los actores. Alfredo ya en los 70´era un actor prestigioso y aunque fue de los primeros destinatarios de las amenazas de muerte de la Triple A –de Perón, Isabel y López Rega- se jugó por muchos jóvenes actores militantes y no se amilanó con la dictadura. Ya con Alfonsín en la década del 80´ siempre bancó cada iniciativa que impulsamos en defensa de reivindicaciones sindicales de los trabajadores de la cultura. Incluso lo recuerdo y todavía hoy me emociona verlo llegar con la columna del sindicato de actores a la Plaza de Mayo el 1° de Mayo de 1990 en la convocatoria de la llamada «Plaza del No» contra el plan de privati-zaciones del menemismo. Siempre abierto y predispuesto para los nuevos actores. Siempre compañero. Siempre Alfredo. Por eso, apoyo con toda mi energía el proyecto del diputado Alejandro Bodart para que el Complejo Teatral de Buenos Aires lleve su nombre. Merecido homenaje
El arte y la función social: un matrimonio indisoluble
Quería rematar este artículo escrito a los apurones pero que expresa lo esencial de lo que pienso recordando un extracto de un monólogo de Alfredo que decía: «La función social es inherente al arte. La búsqueda de la belleza es la búsqueda de la justicia. No puede haber belleza si no hay justicia. La hay, pero a pesar de la injusticia. Uno dice, «¿cómo podés ponerte a escribir un poema mientras está pasando lo de Haití, por ejemplo?». El arte tiene que hacerte afinar el alma, te hace tener más nostalgia de un mundo donde el otro sea tan importante para vos como vos mismo, y donde la injusticia sea vergonzosa, donde te dé vergüenza estar haciendo teatro, saber que después salís y vas a cenar, sabiendo que hay personas que no tienen para comer (…) Hay un texto de Eduardo Galeano que se llama «La función del arte», que dice que un niño no conocía el mar y un día le pide a su padre que lo lleve a conocerlo y éste lo lleva. Antes de llegar a la playa tienen que pasar unos médanos y de pronto ante los ojos del chico aparece aquella inmensidad, con aquellas olas enormes a lo lejos y pequeñas en las orillas, los sonidos, los olores, todo ese mundo en movimiento. Entonces el chico le dice al padre: «Papá, ayúdame a mirar». Esa es tal vez la función del arte, ayudar a mirar». Aplausos, de pie.
Antonio Célico, actor y director. Rector de la Escuela Metropolitana de Arte Dramático