El fútbol luego de Grondona. Todo Pasa

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La muerte de Julio Grondona, máximo dirigente del fútbol argentino y segundo de la FIFA, ha ocupado en los últimos días un importante espacio en la prensa. Durante sus 35 años de gestión, “Don” Julio fue un jugador privilegiado en la mercantilización del deporte más lindo del mundo y su utilización política por parte de todos los gobiernos, fundamentalmente el actual. La pelota no se mancha ¿o sí? 

Es poco probable que exista alguna actividad que motive más sentimientos que el fútbol en tantos y tan variados países del mundo. En el nuestro, sin dudas, los sentimientos están magnificados. Cuando la pelota atraviesa la línea de cal, de un lado o del otro de la cancha, el pecho estalla y la alegría o la bronca, hace desearle los peores castigos de dios al rival de turno o pedir la bendición del Messias futbolero de esa temporada, por más que seamos perfectos ateos.
Los pibes corren detrás de una pelota deshilachada en los potreros llenos de piedras y sueñan con ser Maradona, Messi o como el Kun o Carlitos Tévez. Algunos más grandes no perdemos la oportunidad de dedicarle una hora semanal, intentando maravillas que vemos por la tele y festejando a los gritos algún gol después de eludir en cámara lenta al gordito número 2 contrario.
Sin ser el primero, Don julio supo canalizar toda esa pasión y transformarla en dinero, y ese dinero transformarlo en poder. Y como todo en el capitalismo, el potrero se transformó en la primera inversión para un negocio millonario.

Un negocio redondo

El fútbol se ha transformado en un lugar de especulación y una burbuja donde se pagan millones por un jugador. Pero, fundamentalmente, donde se ganan millones de dólares promocionando marcas, los partidos “amistosos”, el merchandising, las apuestas y, en los márgenes del negocio, crecen las barras, que se encargan de los estacionamientos, los bufetes y la reventa de entradas de los clubes, y de romper la cabeza por unos mangos a los que ordenen quienes pongan el dinero, una especie de escuadrones para-estatales al servicio de los partidos tradicionales y los burócratas sindicales.
Muchos de estos llevan en sus puestos tantos años como los que duró don Julio en el suyo.
En los últimos años, mientras avanzaba la decadencia del “modelo K”, el Estado se transformó en socio de esa ecuación tenenebrosa.
Con los partidos “gratis”, legalizó como política de estado el modelo Grondona de organización del fútbol. En los entretiempos nos enteramos de las bondades del modelo, mientras los “relatores militantes” nos dan los últimos tips nacionales y populares, todo por unos cuantos millones del presupuesto.

Todo pasa

Julio Grondona murió, el corazón le dijo basta. Sin embargo el negocio continúa, y otros intérpretes moverán los hilos. La disputa por el sillón de la calle Viamonte ya corrió de la prensa a la sucesión de Sabella.
El capitalismo ha capturado al fútbol, lo ha transformado en un negocio, le puso precio y desde ese mismo momento lo ha vuelto en contra de todos nosotros. Porque hay muchos Messi en los potreros, no calzan las grandes marcas, ni venden nada para la tele, y a lo mejor, antes de que alguien los “descubra” los alcanza una bala de la policía o de algún narco, en alguna calle, de algún barrio, de alguna ciudad.
Recuperar el fútbol es democratizarlo para que sean los socios de los clubes los que tomen las decisiones, es desmontar la idea de que un pibe se puede comprar o vender. Recuperar el fútbol es terminar con su mercantilización realizando auditorías en todos los clubes con comisiones independientes formadas por los socios y trabajadores, castigando duramente los casos de corrupción. Recuperar el fútbol es apostar a usarlo como arma de inclusión masiva, invirtiendo para que no sea uno en un millón el que se salva. Recuperar el fútbol es transformar las relaciones sociales, para que la pasión no se utilice para justificar a los matones a sueldo de los viejos políticos y burócratas sindicales. Recuperar el futbol es ir contra el capitalismo.

Martín Carcione

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