El INDEK tuvo en estos días que reconocer un importante aumento en la desocupación. Según sus datos 132.000 argentinos engrosaron la cifra de los desocupados en el último trimestre. Y otros 80.000 habrían dejado de buscar trabajo. La situación más grave, como no puede ocultar la estadística oficial, se da en el Gran Buenos Aires. Estadísticas más confiables señalan que desde comienzos de año son al menos 400.000 los puestos de trabajo que se han perdido y que, como el gobierno dibuja las cifras desfigurando la real tasa de actividad, lejos de su mentiroso 7,5 % la desocupación real rondaría el 12%.
Los números son escalofriantes, la cifra real rondaría los 2.262.000 argentinos sin trabajo, a la que debemos sumarle, tomando la cifra oficial, nada menos que 1,7 millones subempleados que trabajan menos de 35 horas semanales. Categoría que también aumentó, ya que no solo hay menos empleo, sino también bajó la calidad del mismo y hay más trabajadores precarizados. Suman 4 millones en total los trabajadores con problemas de empleo.
Ya no pueden ocultar la catarata de despidos, suspensiones, la falta de changas en la construcción o la industria textil, y blanquean una pequeña parte del problema. Pero a renglón seguido le restan importancia. Para Capitanich estas cifras son insignificantes si se toma como referencia el 2001. En su provincia, Chaco la cifra oficial de desocupación es del 0,2 % (sic). Para Kicillof el problema es la crisis mundial y que en Europa están mucho peor que acá. En definitiva andamos bastante bien. Sin palabras…
El aumento de la desocupación y el empleo precario golpean tanto a los trabajadores menos calificados como a
aquellos con un grado mayor de preparación, y si bien los jóvenes siguen siendo los más perjudicados, los «ni ni» (no trabajan ni estudian) son más de un millón y medio en el país, ahora aparece una franja de trabajadores con pocos años para jubilarse, que no va a conseguir empleo regular y que ha perdido toda cobertura social, registrándose casos en que los nuevos desocupados quedan al borde de la indigencia.
Si a la falta de trabajo le sumamos la inflación récord, que castiga con el aumento incesante en los precios de los alimentos a los sectores más vulnerables, encontramos las razones del crecimiento importante de los índices de pobreza. Ya pasó la línea de pobreza un 31% de la población, o sea 13 millones de argentinos. Y a esta calamidad social hay que sumarle
el aumento de la concentración económica en pocas manos y la creciente desigualdad. Hoy el 1% más rico de la población se lleva el 16,75 % de la riqueza del país, siendo la Argentina uno de los lugares más desiguales del mundo. La participación de los asalariados en la renta nacional bajó a la mitad desde 1974 a la fecha.
Este es el modelo «del amor» de Cristina, si tomamos su última campaña publicitaría. En realidad el amor de la presidenta parece estar orientado a Chevron y las multinacionales petroleras a las que le acaba de regalar la ley de hidrocarburos más entreguista de la historia del país, o a los banqueros y buitres internacionales por los que se desvive en pagarles «soberamente» la fraudulenta deuda externa, o a los monopolios de la alimentación que en el país de la comida, hambrean con sus precios a nuestro pueblo.
Y en este modelo no se diferencian en nada los «lideres» de la oposición. Sus matices discursivos no pasan de una pose electoral. Todos reivindican
las «inversiones» en Vaca Muerta, se pelean por quién paga primero a los buitres y en las provincias o intendencias que gobiernan aplican el mismo modelo de ajuste y desocupación que el gobierno nacional. Compiten con Cristina sobre cómo ajustar aún más al conjunto de la población trabajadora y seguir entregando el país a las multinacionales.
En ninguno de sus programas figura la necesidad de suspender en forma inmediata el pago de la deuda y lanzar una reforma impositiva progresiva que grave la renta financiera y las grandes fortunas, para con esos fondos relanzar la obra pública y desarrollar la industria estratégica del país, y así terminar con la desocupación. Al contrario, prefieren que se cierren fábricas como EMFER, y seguirle comprando trenes a los chinos, liquidando el trabajo argentino y fomentando nuestra matriz de país dependiente, exportador de materias primas.
Entre tantas mentiras, el ministro de economía Axel Kicillof tuvo que reconocer que los puestos de trabajo perdidos en los últimos tiempos no se van a recuperar hasta ¡2018! Lástima tener un país tan rico en recursos naturales y humanos y escuchar al ministro semejante condena. Como nunca, millones están abiertos a escuchar una alternativa distinta a los viejos partidos y dirigentes patronales de la Argentina. Por eso, desde el MST/Nueva Izquierda estamos instalando nuestra propuesta en todo el país.