En pocos días se cumplen 13 años de aquel diciembre. Ese hecho histórico tiene su génesis. Nuestra definición marxista es que se trató de una revolución política en Argentina como parte de la dinámica de revolución socialista mundial en el siglo XXI. Esquemáticamente lo explicamos en este artículo y sus consecuencias presentes para la intervención política en la coyuntura.
Desde mediados de la década del ’30, la clase dominante argentina se jugó a vertebrar una democracia burguesa que garantizara estabilidad para poder hacer negocios. Para eso diseñó un mecanismo con dos engranajes: el bipartidismo radical-peronista y las Fuerzas Armadas como variante alternativa de poder.
La UCR y el PJ se alternaron como gerenciadores del capitalismo semicolonial y actuaban en ese rol hasta que el movimiento de masas los desbordaba. Así fue en los ’70, después de los “azos” (Rosariazo, Tucumanazo y Cordobazo) que como ascenso sostenido del movimiento obrero y popular superó la contención del régimen político bipartidista y por lo tanto se impuso como política del imperialismo el golpe genocida del 24 de marzo de 1976. En ese tándem entre los partidos capitalistas y el golpe militar, la salida represiva intervenía físicamente sobre la vanguardia -militantes revolucionarios, delegados de fábrica, estudiantes-, maniataba durante un período la movilización y le daba respiro a los partidos para “rehacerse” y a posteriori con las elecciones reiniciaba el ciclo en una correlación de fuerzas más favorable. Este mecanismo se empezó a cortar en 1982. Después de la derrota de Malvinas y como fruto de una respuesta de masas enorme se produjo una “revolución democrática” en el sentido de un cambio de régimen político –de dictadura fascista a democracia burguesa- forzado por la movilización popular no planificado por los capitalistas. A partir de allí el pueblo hizo una larga e inédita experiencia con el bipartidismo, que durante casi veinte años se alternó en el poder aplicando las mismas políticas antiobreras y proimperialistas. El régimen burgués, imposibilitado de encontrar en un nuevo golpe militar una válvula de escape, tuvo que “quemar” todas sus naves y hundió su último y más preciado resorte: el bipartidismo y la alternancia patronal en el poder.
El estallido popular del 19 y 20 de diciembre del 2001 golpeó de lleno en la línea de flotación de la democracia de los capitalistas y agudizó el proceso de revolución en curso en nuestro país.
El kirchnerismo: un proyecto capitalista en su fase decadente
El cacerolazo masivo del 19 de diciembre eyectó al ministro neoliberal Cavallo, nefasto hilo de continuidad como funcionario de la dictadura, de Menem y de De la Rúa. Pero no era solo un ministro: el 20 de diciembre la imagen de De la Rúa huyendo en helicóptero de la Rosada recorrió el mundo. Después en una semana, hasta el 1° de enero en que la Asamblea Legislativa eligió a Duhalde, pasaron cinco presidentes. Hubo días en los cuales no se sabía quién gobernaba el país. Hubo parálisis también en las Fuerzas Armadas. Con Duhalde se logra un encaminamiento parcial hasta junio de 2002, cuando la clase dominante ensayó la posibilidad de cortar el proceso de movilización y reprimió salvajemente una marcha de desocupados que cortaban el Puente Pueyrredón, matando a Maxi Kosteki y Darío Santillán. La respuesta nacional de repudio hizo que Duhalde tuviera que convocar a elecciones anticipadas. De ese proceso electoral, en crisis con sólo el 22% de los votos y ganando por abandono de Menem, surge Kirchner presidente.
A partir ahí, la historia es otra. Desde el gobierno K se va construyendo hábilmente un doble discurso para adecuarse a la nueva realidad, donde se apela cosméticamente a las banderas de los derechos humanos, el antiimperialismo y se despotrica contra la herencia del menemismo. De ese modo, más la devaluación brutal del 300% y un ciclo de “viento de cola” de la economía mundial, el nuevo gobierno logra de forma transitoria atemperar los elementos de mayor dinamismo del Argentinazo y confundir a un sector que se ilusionó con los cantos de sirena progresistas del nuevo proyecto de gobierno.
Hoy, con la crisis capitalista entrando al país y la decisión del oficialismo de volantear a derecha normalizando relaciones con el capital financiero y profundizar el modelo de saqueo por parte de las corporaciones la fuga de base social hacia la izquierda se desenvuelve como un factor dinámico de la situación. Se vuelve a colocar así como la tarea prioritaria de la etapa construir una fuerza política desde la izquierda que se prepare para representar una nueva mayoría social. Y así llegar a la próxima crisis revolucionaria en condiciones de resolver a favor del pueblo el vacío de poder.
Mariano Rosa