El Mediterráneo, fosa común del horror. La peor cara de la crisis capitalista

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1.727 inmigrantes muertos ahogados en lo que va del año, al naufragar sus precarias embarcaciones, contra 56 en el mismo período del año anterior. Barcazas que se dan vuelta con 900 personas apiladas una sobre otra en cubierta, en las bodegas, cuando la desesperación de la gente ante un buque de rescate, hace perder estabilidad al barco contenedor. Pocos sobrevivientes y muchas personas ahogándose en el Mediterráneo al que los llevó la desesperación.
Una verdadera crisis humanitaria que crece en volumen e intensidad día a día. Las Naciones Unidas tienen registrados a 6.104.000 refugiados de los conflictos de Siria, Eritrea, Somalia, Irak, Mali y Nigeria. A los que debemos sumarles los libios que huyen de un país cruzado por guerras intestinas entre distintos clanes y con un crecimiento exponencial del ISIS. Muchos de ellos apenas sobreviven en los campos de refugiados de los países vecinos.
Una enorme red de tráfico humano, que aprovechándose de la crisis humanitaria, recauda de “esta nueva esclavitud” alrededor de 34.000 millones de euros al año, cobrándole tarifas de más de 1.000 dólares a aquellos desesperados que cruzan a pie desiertos y cientos de kilómetros, para subirse a una embarcación en condiciones deplorables, en Libia, y cruzar en la esperanza de reiniciar una nueva vida en Europa.
Y frente a la muerte masiva de inmigrantes en el mar… ¿Cuál ha sido la actitud humanitaria de los gobernantes de la Unión Europea? Cuidar sus fronteras, cerrarlas aún más. Aumentar de 3 millones de euros a 10, el presupuesto para que sus buques patrullen la costa europea en las operaciones “Tritón” y “Poseidón”. Y preparar operaciones militares para destruir los barcos del tráfico humano…”para que no se ahogue más gente” o sea, para que se mueran en manos de esclavistas, milicianos del ISIS o directamente por hambre e inanición.
Nada de acercarse a las costas libias, donde se producen la mayoría de los naufragios, como hacían antes los italianos con su operación “Mare Nostrum”, que logró salvar el año pasado a 150.000 refugiados y que luego se anuló por que era “muy costosa”. La generosidad de los gobernantes europeos se extiende hasta aceptar un cupo de 5.000 refugiados, una cifra irrisoria frente a tremenda catástrofe humana. Completando las medidas represivas, que de ninguna manera van a parar los intentos desesperados de los refugiados y a los que más van a beneficiar son a los traficantes de carne humana.
Una Europa cruzada por la xenofobia que alientan sus clases dominantes, para descargar la responsabilidad de la falta de trabajo, en aquellos sectores de la inmigración que siempre hicieron los trabajos más explotados y penosos. Una dirigencia europea responsable de las crisis y guerras civiles que sus aliados locales han desatado tanto en África como en el Cercano Oriente. Responsable del desastre humanitario que los intereses de sus multinacionales han dejado en los territorios que tradicionalmente han controlado. Un continente con 500 millones de almas y la segunda economía del mundo, que ha acogido a solo 40.000 refugiados en estos años.
No hay otra salida inmediata que abrir las fronteras. Permitir entrar legalmente a los inmigrantes. Es la única forma de desmantelar las redes de tráfico ilegal que tantas vidas cuestan al intentar cruzar el mar. Y a la vez que el imperialismo europeo y yanqui saquen sus tentáculos de África y el Cercano Oriente y le permitan a esos pueblos decidir soberanamente su destino, y transitar un camino hacia la autodeterminación que los va a obligar a romper con este “monstruo” en el que se ha convertido el capitalismo en plena decadencia.
Junto a los pueblos árabes y africanos, son los trabajadores europeos, luchando contra el veneno de la xenofobia, los que pueden frenar tanto horror y ganar esta batalla. La lucha contra esta barbarie moderna, contra esta nueva cara del fascismo, nos debe unir a todos los que no estamos dispuestos a que gane la barbarie.

Gustavo Gimenez

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