Cuando en 1948 Ben Gurión declaró unilateralmente la formación del Estado de Israel, apoyado en la resolución de la ONU de 1947 que consagraba la partición de Palestina en dos estados, entregándole a los judíos más de la mitad del territorio en el cual eran una minoría, concluyó la primera etapa de un proyecto, que con la excusa de devolverle la “tierra prometida” al torturado pueblo judío, que en la Segunda Guerra Mundial fue masacrado por los nazis, se convertiría en un enclave imperial racista y genocida.
Así la creación del nuevo estado fue preparada desde décadas anteriores en las que el Imperio Británico en combinación con la dirección del sionismo, promovió una importante inmigración de judíos europeos que desalojaron a sangre y fuego, a los pueblos árabes que habitaban la región. La inmigración judía en Palestina, era utilizada por los ingleses, al servicio de su batalla contra el Imperio Otomano, y contaba con la complacencia de los jeques árabes de la zona, como es el caso de Faisal Husain, que firmó en 1919 con el dirigente sionista Jaim Weizmann, un tratado que les reconoce el derecho para la inmigración masiva a Palestina.
Luego la derrota de la revuelta árabe palestina de 1936 y 1937 a manos de ingleses y sionistas preparó las condiciones para que se creara en 1948 el Estado de Israel. Las milicias sionistas devastaron 400 aldeas árabes, expulsando casi un millón de palestinos de sus tierras, lo que provocó el exilio de dos tercios de la población nativa, y la ocupación del 78% del territorio, borrando del mapa a Palestina. La diáspora palestina cuenta en la actualidad con 7 millones de refugiados en el extranjero, en particular en los países vecinos.
Dos décadas después, en el año 1967 en ocasión de la guerra de los seis días, nuevamente 200.000 palestinos son desplazados y obligados a concentrarse en la franja de Gaza y la Cisjordania. Sobre las fronteras trazadas por este conflicto, la dirección de Al Fatah, del legendario Yasser Arafat, abandonando su reclamo histórico, acepta negociar con el gobierno de EEUU y el gobierno israelí, la formación de dos estados, que fueron consagrados por los llamados “acuerdos de Oslo” de 1993.
La realidad es que el estado sionista no solo no cumplió estos acuerdos, sino que ha agredido permanentemente al pueblo palestino, ocupando sus tierras en forma ilegal en las colonias de Cisjordania, o directamente masacrando a la población civil, como recientemente en la operación Margen Protector en la Franja de Gaza.
Netanyahu y el gabinete más racista de la historia de Israel
Las últimas elecciones, lejos de favorecer a los partidos “progresistas”, dejaron en el poder al ala más racista y anti árabe de la dirección sionista. La mayoría de sus ministros defienden expresamente las masacres de palestinos, destacándose entre ellos la ministra de Justicia, Ayelet Shaked, que es la diputada que cuando las imágenes de los niños destrozados por el bombardeo conmovían al mundo, declaró que “todo el pueblo palestino es el enemigo” y pidió la muerte de las madres palestinas para impedir que den a luz a “pequeñas serpientes”.
Este gabinete a tenido “roces” con la política de Obama de negociación con Irán, en un momento en que el imperialismo necesita nuevos acuerdos ante su creciente debilidad en el conflicto de Medio Oriente. Los roces no deben llamarnos a engaño, el Estado de Israel es una parte esencial del operativo imperial en Medio Oriente y si alguna duda cabe de esto, el gobierno norteamericano acaba de aprobar una nueva venta de armas a Israel por 1.900 millones de dólares.
No hay ninguna posibilidad de que se concrete la política de los dos estados. El actual estado de Israel fue construido como un enclave para enfrentar a la revolución árabe, esa es su esencia. Solo volverá la paz a la región, y permitirá convivir pacíficamente al pueblo palestino con los judíos que legítimamente la quieran habitar, con un estado diferente. Un estado que liquide la maquinaria bélica genocida, sus instituciones racistas y confesionales, que libere a los presos palestinos, permita volver a los exiliados y les devuelva las tierras usurpadas, restituyendo plenamente sus derechos. Y que enfrentando los intereses de las potencias imperiales, construya una Palestina libre, laica y no racista.
Gustavo Giménez