La semana pasada fue noticia en todos los medios la performance «posporno» que hizo un colectivo ligado a la gestión kirchnerista de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA. Hubo opiniones para todos los gustos. Desde la reivindicación acrítica hasta -lo dominante- la condena moral. Claro, no faltó el doble discurso. Por eso no queríamos dejar de plantear nuestra posición sobre este episodio.
El posporno como corriente de ideas en el campo del feminismo se vincula a los movimientos contestatarios del feminismo radical de fines de los ’60 y ’70 del siglo pasado, en especial en EE.UU. Después, durante la década del ’90 tuvo su pico de auge en España. De manera resumida, se trata de una posición que cuestiona el porno tradicional como un dispositivo patriarcal que reproduce la heteronorma-tividad dominante y plantea otro rol para los sujetos individuales en la pornografía como recurso de disfrute sexual aceptado.
Reivindican a Foucault en su visión sobre los mecanismos de disciplinamiento ligados a «lo normal o anormal» y se proponen irrumpir de forma provocadora para disparar el debate en torno a la sexualidad, los sujetos, las identidades y la pornografía estándar patriarcal. Desde ese punto de vista, es una corriente de ideas contracultural, difusamente antisistémica y antipatriarcal.
¿Qué pasó en Sociales de la UBA?
El grupo que protagonizó la performance forma parte de un espacio conducido por la gestión K de Sociales. Ante el episodio tenemos varias cosas para plantear. Primero, defendemos el pleno derecho de toda expresión artística, ideológica y contracultural a expresarse de forma libre. Rechazamos la crítica reaccionaria de pacatería moral que se espanta de la sexualidad explícita en un espacio público, y no dice una palabra sobre la mercantilización del cuerpo de la mujer cosificado en la TV abierta, por ejemplo.
También queremos ser categóricos: el kirchnerismo que desborda «progresismo» en la Facultad de Sociales alentando intervenciones como ésta, de la puerta hacia afuera, en el país que conduce, el patriarcado está más consolidado que nunca desde un gobierno que les niega a las mujeres el derecho a la plena soberanía sobre sus cuerpos y al aborto, no garantiza presupuesto para combatir los femicidios y la violencia de género ni igualdad real para la comunidad LGBTI. Ni hablar de la separación de la Iglesia del Estado y los casi 6.000 millones de pesos anuales que reciben curas, obispos, seminaristas y colegios privados confesionales. Por eso, digámoslo con todas las letras: progresistas, las pelotas… y los ovarios.
Otro párrafo particular merece la posición de exagerada autorreferencia -cuándo no- del PO, que imputó todo a una «megaconspiración» contra su mesita de militancia, sus volantes y su organización. Desmedido. Aunque es cierto que el grupo performático del posporno silenció toda alusión a las instituciones que ejercen material y simbólicamente el patriarcado en Argentina -empezando por el gobierno nacional- y más bien centró su mensaje crítico hacia la «izquierda» en general.
Más escándalo de forma que transgresión de contenido
Por último, tenemos que decir que este grupo que montó esta actividad merece ser criticado no tanto por la forma en la que lo hizo, como por el contenido político de lo que generó. Entonces, partiendo de defender el derecho pleno a la expresión libre, sí decimos que el escándalo per se, con una orientación política limitada e inconducente, difícilmente logra provocar más que eso: escándalo superficial, pero no debate a fondo y estratégico.
No mencionar a la Iglesia ni a la justicia, no criticar la política de reafirmación patriarcal del conjunto de los partidos tradicionales y en particular del falsamente progresista y clerical kirchnerismo, no contribuye a movilizar masa crítica antima-chista sino a banalizar la discusión. Por eso, total libertad de expresión artística sí. Contenido políticamente light -y finalmente reaccionario- no.
Mariano Rosa