En pocos días, el 21 de agosto, se cumplen 75 años del asesinato criminal de León Trotsky. Un mercenario a sueldo del estalinismo lo último de forma cruel en su casa de México. Con estas páginas queremos traer a debate, no una fría necrológica, sino una reivindicación activa, crítica y no-dogmático del aporte teórico-político y práctico del gran revolucionario ruso. Como Marx y Lenin, es “un muerto que no para de nacer”
Después de años de reacción ideológica contra las ideas revolucionarias, debido al desplome del estalinismo y la caída del Muro de Berlín en 1989, la crisis civilizatoria de la sociedad capitalista que se desenvuelve desde 2008 recoloca la autoridad de la perspectiva anticapitalista y revolucionaria. Marx vuelve a ser consultado y debatido, siempre claro está, el Marx “analista y comentarista”, nunca el Marx organizador militante de fuerza política como la Iº Internacional. Pero también y en particular en Argentina, donde es extendida a miles la militancia del movimiento trotskista, el nombre del otro dirigente de la revolución rusa de 1917 junto a Lenin, también gana fuerza a escala de sectores cada vez más amplios del activismo obrero, estudiantil, feminista o ecologista. Por supuesto, como siempre hay distintas interpretaciones de Trotsky y se lo invoca para justificar posiciones y orientaciones políticas diversas. Por eso, vamos a aportar nuestra visión arrancando por ubicar el personaje en tiempo y espacio.
Años de formación y polémicas en la izquierda revolucionaria
Lev Davidovich Bronstein, su nombre real, se incorporó siendo muy joven a la lucha contra el capitalismo. Siendo casi un adolescente conoció por primera vez la cárcel y el destierro en Siberia, de donde logra fugarse y llegar a Londres. Allí conoce a Lenin y a los principales dirigentes del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso (POSDR). Es en ese momento que empezará a usar el seudónimo de Trotsky, nombre de uno de sus carceleros en Siberia.
En el año 1903, en el marco del II Congreso del POSDR realizado en Londres se produce la ruptura entre bolcheviques (mayoría) y mencheviques (minoría). Trotsky se opone a la concepción leninista de un partido centralizado y conspirativo, de militantes profesionales que sería la marca de fábrica del Partido Bolchevique. Permanece durante algún tiempo con los mencheviques pero luego rompe con ellos y se mantiene al margen de ambas fracciones hasta 1917.
En esos años, Rusia atravesaba importantes convulsiones, agravadas por la derrota en la guerra con Japón (1905) que había aumentado la miseria y las penurias de las masas. La Revolución se aproximaba, y entre los socialistas rusos surgían profundas diferencias.
Interpretando en forma lineal a Marx, habían considerado que la revolución rusa sería una revolución burguesa. Por ser Rusia un país atrasado las tareas fundamentales a resolver por esta revolución parecían similares a las de las grandes revoluciones burguesas de los siglos XVII y XVIII como la inglesa, la francesa o la americana: derrocar el absolutismo; conquistar las libertades y una constitución; liberar los campesinos de los resabios semifeudales; crear un mercado nacional unificado para asegurar el rápido desarrollo del capitalismo industrial, indispensable para preparar la victoria de una revolución socialista futura. De ello se desprendía una política de alianzas entre la burguesía liberal y el movimiento obrero, donde éste sólo debía luchar por objetivos inmediatos (jornada de ocho horas, libertad de organización y de huelga, etc.), y presionar a la burguesía para que completara lo más rápidamente posible la obra de “su” revolución. Esta era la concepción de los mencheviques, y la razón de la ruptura de Trotsky con ellos. Lenin también rechazó esto. Recordó el análisis de Marx de que cuando el proletariado aparece en la escena política, la burguesía por temor a una revolución obrera se desliza hacia el campo de la contrarrevolución. Siguió sosteniendo el análisis de las tareas históricas de la revolución rusa, tales como las habían formulado los marxistas rusos. Pero dedujo del carácter contrarrevolucionario de la burguesía la imposibilidad de realizar estas tareas mediante una alianza entre la burguesía y el proletariado. Sustituyó esta idea por la de una alianza entre el proletariado y el campesinado. Para Lenin esta “dictadura democrática de los obreros y campesinos” se daría sobre la base de una economía todavía capitalista y en el marco de un Estado todavía burgués. Pero añadía que esto sólo podía lograrse con un partido disciplinado y compuesto por militantes como los bolcheviques. Este fue sin duda su monumental aporte. Trotsky se opuso a esta concepción: señaló la incapacidad del campesinado para constituirse en una fuerza política autónoma, ya que este acepta siempre, en último análisis, la dirección burguesa o la dirección proletaria. Por lo tanto, la suerte de la revolución depende de la capacidad de los obreros para hacerse con la hegemonía política en el seno del movimiento campesino, estableciendo la alianza entre obreros y campesinos bajo su dirección. En otras palabras: la revolución rusa sólo podía triunfar y realizar sus tareas revolucionarias si los trabajadores conquistaban el poder político y establecían un Estado obrero, apoyándose en su alianza con los trabajadores del campo. La teoría de la revolución permanente proclama por tanto que, debido a vínculos que atan a la burguesía llamada “nacional” o “liberal” en los países subdesarrollados al imperialismo extranjero por una parte, y a las antiguas clases poseedoras por la otra, las tareas de la revolución democrático-burguesa (revolución agraria, independencia nacional, libertades democráticas, unidad nacional) sólo pueden realizarse mediante la instauración de un gobierno de los trabajadores, apoyado en el campesinado trabajador. Pero Trotsky no le daba mayor importancia al problema de la construcción del partido que pudiera dirigir a las masas a la revolución, y confiaba en una pronta unificación de los bolcheviques y los mencheviques.
Lenin y Trotsky: revolución mundial y partido
Después de catorce años de lucha fraccional, de acercamientos y distancias, Trotsky cambia su posición. Dos revoluciones serán necesarias para que saque la conclusión de que sin organización revolucionaria, la insurrección espontánea de las masas jamás podría tomar y consolidar el poder. Una nueva revolución estalla en Rusia en febrero de 1917 y en abril, Lenin, tras su llegada del exilio, hace pública su posición a favor de una República de soviets de diputados obreros y campesinos en todo el país, de abajo hacia arriba. Tal planteo, expuesto en sus “Tesis de Abril” se correspondía íntegramente con la teoría de la revolución permanente de Trotsky.
Poco tiempo después se entrevista con Lenin y manifiesta su renuncia a lograr una unión entre mencheviques y bolcheviques. Sin embargo Trotsky no ingresa automáticamente en el Partido sino que funda la interdistrital de Petrogrado, junto a varios líderes de la época, como Joffe, Riazanov, Lunacharsky, Pokrovsky, quienes no integraban grupos bolcheviques ni mencheviques. Pero esta situación no durará mucho, y comprendiendo la importancia del partido para el triunfo de la revolución el VI Congreso del Partido Bolchevique será el marco para la fusión con el grupo de los interdistritos.
Lo imposible se había hecho realidad, Trotsky se había hecho bolchevique. Lenin diría el 14 de noviembre de 1917 refiriéndose a él: “Hace mucho que Trotsky comprendió que era imposible una unión con los mencheviques y, desde entonces, no ha habido otro mejor bolchevique que él”. Se producía así la fusión de los dos grandes dirigentes. La concepción de la revolución permanente como revolución mundial de Trotsky y la concepción del partido de Lenin llegaban a una síntesis. La conquista del poder político y económico por obreros y campesinos era una realidad.
El poder y la guerra civil: creador y conductor del Ejército Rojo
Había pasado poco más de un mes desde que los obreros tomaron el poder en Rusia en 1917, cuando la joven revolución sufrió el primer ataque imperialista. El 12 de diciembre de 1917 tropas inglesas y francesas ocuparon el puerto Murmansk en el norte de Rusia. Era el comienzo de lo que sería la invasión de 14 ejércitos imperialistas para derrotar la revolución socialista, y el inicio de una guerra civil que duró tres años.
Desde 1918 hasta 1921 la Rusia soviética sufrió los embates de los ejércitos extranjeros aliados a las fuerzas contrarrevolucionarias rusas. Tropas alemanas, inglesas, francesas, japonesas, checoslovacas, polacas, etc. intentaron a toda costa derrotar la revolución y evitar que se propagara al resto de Europa.
Para enfrentar esta agresión el poder soviético apeló a la movilización de los obreros y campesinos de Rusia. En Enero de 1918, un decreto dispone la creación del Ejército Socialista “…desde abajo, en base al principio de elección de los oficiales y del mutuo respeto y la disciplina entre camaradas”. En marzo de 1918, Trotsky es designado Comisario del Pueblo (ministro) para la Guerra, donde se abocó a la tarea de organizar, bajo el fuego enemigo, el Ejército Rojo. El triunfo de la Guerra Civil encuentra a Trotsky en lo más alto de su prestigio y también en el punto más alto de su colaboración política en equipo con Lenin. Sin embargo, el saldo de la sangrienta y costosísima guerra civil, la enfermedad de Lenin y los cambios en la composición del partido, anticipaban la dura etapa por venir: la lucha contra la burocratización en el seno del partido y la degeneración ideológica del mismo.
La Internacional y el exilio
Una de las conquistas más grandes de aquellos años revolucionarios fue la creación de la III Internacional. Para Trotsky y Lenin la suerte de la revolución rusa dependía de la revolución europea, en particular de la revolución alemana. Trotsky solicitó a la dirección del partido, ya dominada por la troika (Stalin, Kamenev y Zinoviev) trasladarse a Alemania para reforzar la dirección muy debilitada por el asesinato de Rosa Luxemburgo y Karl Liebneck y se lo impidieron.
La derrota de la insurrección alemana de 1923 terminó de sellar la suerte de la revolución rusa y europea, afianzó la burocracia thermidoriana en Rusia, que a su vez liquidaría la potencia revolucionaria de la III.
Trotsky en el exilio, siguió batallando en dos frentes, contra la opresión burocrática en la URSS y la Internacional, por mantener aún en el periodo más reaccionario y de avance de la contrarrevolución mundial, las tradiciones de Octubre. Esa durísima pelea política lo llevó a fundar, contra lo que opinaron muchos de sus contemporáneos, la IV Internacional en el año 1938. Si hoy el marxismo sigue vivo y las nuevas generaciones discuten sus lecciones frente a la enorme crisis capitalista, es justamente por estas últimas batallas que dio Trotsky.
Contra la burocracia, el partido único y el dogmatismo
Durante años el estalinismo utilizó toda la fuerza de sus recursos materiales para tergiversar las tesis políticas del trotskismo y difamar a su inspirador. Muerto el estalinismo como aparato siniestro contra las revoluciones en el mundo, los dispositivos ideológicos del sistema presentan la caricatura de un trotskismo testimonial, dogmático, monolítico y con algo de reaccionario romanticismo, en el sentido de utopía irrealizable. Ni el trotskismo original, ni la versión actualizada que defendemos tienen que ver con los rasgos que intencionadamente se le imputan.
En 1917, el Partido Bolchevique, que poco después se convirtió en el Partido Comunista, estableció el primer y único Estado obrero democrático del mundo. Estaba basado en los cuatro principios definidos por Lenin: todos los funcionarios debían ser elegidos y estar sujetos a revocabilidad en cualquier momento, no debían cobrar más que el salario medio de un trabajador cualificado, no debía haber un ejército permanente sino un pueblo armado, y no debía haber burocracia, sino rotación de responsabilidad para tareas administrativas a cargo de toda la sociedad. El régimen de Lenin estaba basado en la más amplia democracia obrera. Una verdadera democracia directa ejercida por el pueblo a través de los Soviets obreros, de soldados y de campesinos.
A pesar de los años de la Primera Guerra Mundial, de la guerra civil y del hambre, este naciente Estado obrero sobrevivió. Pero el atraso económico de Rusia y la derrota de las revoluciones en Estados más industrializados lo habían dejado aislado y débil. Una capa de granjeros ricos, funcionarios y arribistas ganaron posiciones más y más importantes en el Partido Comunista. Stalin, uno de sus dirigentes menores durante la revolución, se había convertido en el secretario general del partido. Utilizando su posición en el aparato del partido, proveyó de ubicaciones y prebendas a todo oportunista que estuviera dispuesto a apoyarlo políticamente. Durante los siguientes años, la totalidad del aparato, tanto del partido como del Estado, fue purgado de cualquier oposición. Trotsky describió este período como Thermidor, similar al período de reacción que siguió a la Revolución Francesa de 1789. Una contrarrevolución se estaba produciendo.
Privilegios materiales, usurpación política y degeneración ideológica
En la década del 30 del siglo pasado, Stalin concentró poder absoluto. Toda la burocracia estaba bajo su directo control. Sin embargo, la sola existencia del bolchevismo como expresión del programa y la tradición revolucionaria encarnada en Trotsky, era para el estalinismo una amenaza enorme. En realidad, toda la “vieja guardia bolche” era una amenaza para Stalin. Frente a esto, se embarcó en los “juicios de Moscú”, como impostura montado completamente, tratando de borrar cualquier oposición. Lenin había desarrollado en “El Estado y la Revolución” que con el avance de la revolución socialista y la derrota del imperio, el estado como destacamento armado iba a tender a desaparecer. Sin embargo el enorme enfrentamiento del joven estado soviético contra las fuerzas combinadas de la contrarevolución mundial obligó a reforzar el estado revolucionario. Pasada la guerra civil Stalin y la camarilla burocratica aprovecharon esto para impedir el resurgimiento de la democracia soviética, convirtiendo a los Soviets en cascaras vacías dominadas por la camarilla estalinista. El desenlace de la Segunda Guerra Mundial potenció un fortalecimiento mayor de la burocracia. Sus privilegios materiales crecieron: altos salarios, villas de vacaciones, buenos coches, tiendas especiales, escuelas especiales para sus hijos… Conforme el despilfarro y la corrupción alcanzaban niveles casi zaristas, la burocracia pasó de ser un freno relativo al desarrollo económico, en una economía que todavía se expandía más rápido que en cualquier otro país, a un freno absoluto. Sin ningún control de las masas, y con todo el poder concentrado en la cima de la máquina burocrática, la economía empezó a crecer muy lentamente y luego se estancó.
Este régimen de privilegios se sostenía en base a la liquidación de la democracia obrera en el país, en el partido y la consolidación de un aparato policial siniestro como guardia pretoriana de la burocracia usurpadora. Para la justificación ideológica de esta contrarrevolución, el estalinismo construye dos estafas: socialismo en un solo país y coexistencia pacífica con el imperialismo después de la Segunda Guerra Mundial.
La defensa del proyecto para hacer la revolución: más vigente que nunca
La lucha del trotskismo a partir de entonces es la defensa del programa anticapitalista y socialista; la revolución mundial y la construcción de organizaciones militantes centralizadas para actuar en la lucha política y de clases, pero profundamente democráticas a la hora de deliberar y decidir colectivamente a su interior. Estos pilares son los que justifican históricamente al trotskismo como corriente política. Hoy esa defensa es clave en un mundo capitalista en crisis. Contra las modas ideológicas y el dogmatismo, la clave es asumir el marxismo como método de interpretación abierto de la realidad particular y concreta del siglo XXI. Lenin y Trotsky fueron profundamente anti-dogmáticos y por eso hicieron el experimento extraordinario de la revolución. Si se hubieran ajustada al “manual de procedimientos” de Marx, no hubieran luchado por la toma del poder, ya que el autor del Manifiesto Comunista planteaba que la revolución solamente podía empezar en los países capitalistas más avanzados, no en Rusia, semi-feudal y con 90 % de campesinos pobres. Actualizaron el marxismo con audacia y mentalidad abierta al ensayo y error. Lucharon contra el oportunismo, pero mucho más contra el sectarismo estéril, autoproclamatorio y negador de las variantes tácticas más diversas para contribuir a la movilización autoorganizada de las masas y la construcción de partido revolucionario. Fue Trotsky el que recomendó probar tácticas de entrismo en organizaciones reformistas o unidades circunstanciales –hasta con el propio estalinismo. Nunca tuvieron ni él, ni mucho menos Lenin, visión de capilla encerrada sobre sí misma. En esto, y en la lucha por construir grandes organizaciones con influencia masiva en el movimiento obrero y popular, nuestra corriente política siempre intentó responder sin ataduras escolásticas y dogmáticas a la cambiante realidad de la lucha de clases. Así, hoy a escala mundial y en Argentina, la crisis sistémica del capital, de sus regímenes y partidos, plantea el desafío para la izquierda de buscar los caminos tácticos hacia la condición de alternativa de masas. Nuestra posición es que más que nunca es clave confluir tácticamente en coaliciones unitarias de izquierda, en base a programas antiimperialistas y anticapitalistas, con libertad de tendencias a su interior y mecanismos democráticos para la lucha de ideas para procesar diferencias y matices. Así y solo así, es posible hacer de esta oportunidad histórica para la izquierda revolucionaria un salto adelante en su construcción como fuerza política de masas. En Argentina vamos a seguir luchando paciente y tenazmente por esta orientación.
Mariano Rosa