Evo Morales y Daniel Scioli protagonizaron un nuevo capítulo de la campaña presidencial K. El operativo “izquierdizar a Daniel” incluyó frases rimbombantes, fútbol y la confirmación de que un ciclo se termina a nivel continental y, en su final, los actores se visten de revolucionarios para interpretar su tragicómico papel. Sin embargo, el capítulo final de esta historia aún no ha sido escrito.
Los pueblos de Latinoamérica vienen protagonizando capítulos heroicos en la última década. Después de enfrentar dictaduras, derrotar al neoliberalismo y enterrar el ALCA, empujaron hasta los límites a una camada de gobernantes que tuvo y tiene la difícil tarea de “cabalgar” las expectativas de transformación social mientras que reconstruye un escenario propicio para el desarrollo del capitalismo en el siglo XXI.
Cualquiera que pretenda analizar esas contradicciones desde la lógica de la psicología individual de los dirigentes, sus deseos o intenciones, sin comprender el rol fundamental de la lucha de clases en este camino, está condenado, sin dudas, a apreciaciones unilaterales.
Luego de un primer período de ofensiva y presión del movimiento de masas hacia transformaciones revolucionarias, la casta gobernante pretende utilizar su prestigio (o heredarlo en el caso de Scioli) para una nueva etapa de ajuste. La abundancia económica de los primeros tiempos se disipa y el extractivismo se muestra a los ojos del mundo con su verdadera cara de saqueo, entrega y contaminación.
El colmo de la farsa fueron las palabras de Evo Morales sobre Scioli: “revolucionario de la patria grande” llamó al ex motonauta menemista, en la misma ciudad donde la gente muere ahogada cuando llueve copiosamente, donde los maestros demoran meses en cobrar o los pibes son asesinados por su maldita policía. Tragedias y farsas.
Mojitos con Fidel, hostias con Francisco
Las palabras de Evo fueron más allá de los elogios desmesurados y mentirosos hacia Scioli: estuvieron cargadas de profundos conceptos. Según Morales, el propio Fidel le había explicado en uno de sus encuentros que la revolución armada era cosa del pasado y ahora la revolución se hacía con los votos.
Es un hecho de la realidad que los procesos electorales han sido los protagonistas en los últimos años, pero sin lugar a dudas lo que esconde esta frase y alimenta la intención de perpetuidad, control burocrático y avance contra las libertades democráticas en todo el continente es un profundo temor a la participación activa del movimiento de masas en el gobierno de sus propios destinos. Estos “revolucionarios de los votos” prefieren, como siempre, a los trabajadores, los jóvenes y las mujeres sólo votando de vez en cuando y no participando activamente en las decisiones y movilizaciones.
No se trata de armas versus votos. Lo que esta en debate es si las fuerzas organizadas de los trabajadores y los pueblos pueden expresarse, ya que de por sí constituyen el motor de cualquier revolución que aspire a ir verdaderamente hasta el final.
Tal vez por esto Morales impulsa en su propio país un proyecto de reelección, al tiempo que junto a su vice Garcia Linera han lanzado una ofensiva contra los sectores populares que critican los megaproyectos extractivos y defienden su independencia frente al poder.
Sin dudas esta idea de revolución le sienta muy bien al Papa Francisco, que se pasea por todo el continente bendiciendo la amistad de los “revolucionarios” cubanos con Estados Unidos.
Final abierto
Pero, ¿por qué necesita Scioli que lo pinten de revolucionario a él, que nunca lo fue? ¿Por qué este autodenominado discípulo de Menem necesita mostrarse como de izquierda? ¿Será que los pueblos siguen aspirando a la transformación?
Para enfrentar a Macri y Massa, Scioli necesita adueñarse de un legado que no es de él, fortalecer la idea de que la elección es entre proyectos diferentes cuando en realidad priman las coincidencias. Hasta que desde la izquierda revolucionaria y el verdadero progresismo logremos poner en pie una alternativa que talle en esa disputa, los trabajadores y los pueblos seguirán pegando con lo que consideran más adecuado para defender sus conquistas. Trabajar sin descanso en la construcción de esa alternativa es la tarea de estos tiempos, cuestionando las farsas con el duro martillo de la crítica, defendiendo la participación activa de los trabajadores, sus derechos democráticos, su merecido lugar de protagonistas y no espectadores en los cambios sociales.
A lo mejor, si somos capaces de superar el sectarismo de la vieja izquierda y ponemos en pie una verdadera coalición que potencie esta perspectiva, los nuevos capítulos de esta historia nos encuentren como protagonistas y no como actores de reparto.
Martín Carcione