Cuarenta y ocho años después de su muerte, la cara del Che es una imagen tan reconocible como los logos de Windows o Facebook. A diferencia de éstos, no simboliza grandes empresas capitalistas, sino la propia idea de la revolución contra ese sistema.
A pesar de ser reproducido masivamente en todo tipo de parafernalia comercial, el rostro del Che preserva su contenido transgresor. Por eso flamea en las revoluciones de la Primavera Árabe, en marchas de estudiantes y huelgas obreras de Grecia hasta México, y donde sea que existan luchas contra la injusticia.
Para muchos, es el primer referente al que miramos cuando comenzamos a rebelarnos. Guevara se ganó ese lugar en la historia.
Internacionalista
El Che era partidario de la expansión internacional de la revolución cubana, y sostenía que sólo se derrotaría al imperialismo si se generalizaba la revolución a escala mundial.
Esto lo enfrentó con la política de «coexistencia pacífica» que aplicaba la URSS y que terminó por adoptar el gobierno de Fidel Castro.
Consecuente con su inter-nacionalismo, en 1965 escribió su famosa carta de despedida a Fidel en la que renuncia a sus cargos y anuncia su partida a «nuevos campos de batalla» para «luchar contra el imperialismo donde quiera que esté».
El mismo año, antes de sumergirse en la lucha armada en el Congo, afirmaba: «No hay fronteras en esta lucha a muerte, no podemos permanecer indiferentes a lo que ocurre en cualquier parte del mundo, una victoria de cualquier país sobre el imperialismo es una victoria nuestra, así como la derrota de una nación cualquiera es una derrota para todos. El ejercicio del internacio-nalismo proletario no es sólo un deber de los pueblos que luchan por un futuro mejor, además es una necesidad insoslayable.»
Un debate estratégico
La revolución cubana provocó un cimbronazo en el mundo. Miles de trabajadores y jóvenes buscaron seguir el camino del Che y Fidel. El llamado revolucionario e internacionalista de Guevara fue un aliciente para este despertar de voluntades. Sin embargo, la estrategia que propuso era equivocada y le costó muy caro a toda una generación de revolucionarios.
El «foquismo» del Che concebía a la guerrilla armada como único camino posible a la revolución. Relegaba a un aspecto secundario, incluso prescindible, la movilización de masas indispensable para que triunfe cualquier proceso revolucionario.
En Cuba el movimiento obrero estaba movilizado contra el régimen de Batista y apoyó masivamente a la guerrilla. La insurrección urbana fue decisiva para el triunfo de la revolución, pero Guevara no sacó la misma conclusión. En Bolivia, sin el apoyo de las masas, los movimientos guerrilleros fracasaron, derrota que le costó la vida al propio Che.
Sin embargo, miles de militantes adoptaron la estrategia guerrillera, con trágicas consecuencias en muchos países en los que las masas no apoyaron esas tentativas. Fue el caso de la Argentina de los años 70, cuando se desarrollaba un potente proceso de movilización en el movimiento obrero desde el Cordobazo de 1969.
Aislados de ese movimiento de masas, los guerrilleros fueron liquidados por el ejército incluso antes del golpe de estado genocida de 1976.
Nuestra corriente polemizó con el guerrillerismo, sosteniendo que los revolucionarios debían concentrar sus esfuerzos en disputar la dirección del movimiento de masas, convencidos que esa sería la clave fundamental para el triunfo.
Socialismo con democracia
Otro déficit de la visión revolucionaria del Che es la escasa o nula importancia que le daba al partido revolucionario y la democracia obrera.
En el régimen de partido-ejército guerrillero no hay discusión colectiva y todas las decisiones las toman los comandantes. Esta lógica se trasladó al régimen estatal una vez en el poder. Las instancias democráticas en Cuba son formalidades y las decisiones reales las toman un reducido círculo de burócratas.
Este modelo de revolución «desde arriba» le impuso un rol pasivo a las masas. La resultante desmovilización colaboró con el estancamiento y eventual retroceso del proceso revolucionario en Cuba, hasta la restauración capitalista en curso hoy.
Nosotros sostenemos como Marx que la revolución es la autoemancipación de los trabajadores. Es decir, no se puede construir el socialismo sin democracia y el protagonismo de las masas.
El legado del Che
El marxismo revolucionario, contrario a su tergiversación stalinista, no construye ídolos de sus próceres, ni dogmas de sus ideas. La política revolucionaria se elabora sacando conclusiones de los aciertos y también de los errores del pasado.
Los revolucionarios de hoy tenemos nuestra tarea facilitada por estar subidos sobre los hombros de gigantes. Lo que los hace tan grandes, sin embargo, es que supieron no sólo continuar la obra de sus predecesores, sino también cuestionarla.
El Che es uno de nuestros gigantes. Su convicción revolucionaria y su internacionalismo forman parte de nuestro arsenal. Pero también tenemos que saber analizar críticamente el conjunto de sus ideas para no repetir los errores cometidos.
Federico Moreno