Desde el 30 de noviembre próximo se celebra en la capital de Francia la Convención de la ONU sobre Cambio Climático. Todo indica que se prepara un nuevo fiasco sin ningún acuerdo serio para frenar la peligrosísima dinámica climática actual.
A mediados de 2014 circuló un informe de dos equipos de especialistas en glaciares antárticos que daban cuenta del avance en el derretimiento del casquete polar. El deshielo irreversible proyecta un aumento para el próximo siglo y medio de cerca de tres metros del nivel de los mares. Para dimensionar las consecuencias de ese factor recordemos que millones de personas en Egipto, Bangladesh, China, India, Londres, Nueva York, San Francisco y endecenas de ciudades y países viven a menos de un metro de altitud. Uno de los más destacados integrantes del GIECC (Grupo Intergubernamental de Expertos en Cambio Climático) dependiente de la ONU, Anders Levermann, señaló que existe una correlación probable entre el aumento de la temperatura media del planeta y el aumento del nivel oceánico según la cual a cada grado Celsius de calentamiento corresponde 1,3 metros de aumento del nivel marítimo. Esa relación es inquietante, ya que a los ritmos actuales es coherente esperar no menos de 6ºC de aumento de la temperatura para el año 2100. Allí estaríamos ante el llamado punto de no-retorno.
Vade retro Malthus: la humanidad no, el problema es el sistema
Malthus fue un religioso anglicano del siglo XVIII. Escribió “Ensayo sobre el principio de la población” donde explicaba que la gente se multiplica más rápido que la capacidad de producir alimentos. Por lo tanto había que adoptar medidas de control de natalidad. Este autor inspiró racismos, xenofobias y culpabilizaciones reaccionarias y estigmatizantes de todo tipo. Malthus tiene sus seguidores hoy. James Lovelock, en su conocido ensayo “Gaia” plantea que el planeta estaría “enfermo de humanidad”. Obviamente, las mujeres como “responsables procreadoras” serían las principales causantes de ese contagio. Nefasto. Indudablemente hace falta encarar un plan de transición demográfica, que arranca con la despenalización del aborto y condiciones sociales dignas. Sin embargo, el problema de que “sobre” y se tire casi el 50 % más de la comida necesaria para alimentar a toda la humanidad, no es culpa de que “seamos muchos y muchas”. Tampoco es por eso que el sistema alimentario sea ridículamente kilométrico y petrodependiente; que la publicidad no pare de multiplicar necesidades artificiales para alentar el sobreconsumo; que los estados dilapiden recursos en armas y seguridad militar; ni que se apele al fracking, el agronegocio o la desmesurada y caótica cementación contaminante. Nada de eso es porque “sobre gente”. La causa es otra, sistémica, privada, minoritaria, de clase y profundamente antipopular.
Capitalismo loco: hacer lo mismo y esperar resultados distintos
El sistema capitalista es incompatible en su condición actual con el medioambiente. Las curvas de crecimiento geométrico de todas las variables de tensión socioambiental –deshielo, pérdida de biodiversidad, acidificación de los mares, desertificación, etc- son manifestación concreta de la naturaleza intrínseca de un sistema bulímico: siempre demandando más y más ganancia, beneficio, sobreproducción y sobreconsumo. La explicación es muy sencilla: cada propietario capitalista privado necesita siempre reducir costos, reemplazar personas por máquinas para aumentar la productividad de valores de cambio –cosas para ser vendidas- y realizar así su ganancia en el mercado una vez que el valor es consumido. No puede el capitalista sustraerse de esta dinámica imperativa. Quebraría inexorablemente. Por eso, el capitalismo es productivista desenfrenado. Así necesita apropiarse de más y más recursos y mercantilizar todo. Sin pausa. Por eso, las soluciones “verdes” del capitalismo son una utopía reaccionaria y una estafa ideológica. La compraventa de “derechos de contaminar”, los mercados de carbono o la autoconsciencia “ecológica” del capital son simplemente un imposible. La salida es sustituir este sistema reorganizando globalmente la producción, distribución y consumo sobre un nuevo parámetro: la generación de valores de uso socialmente necesarios –y democráticamente determinados por la mayoría trabajadora- reduciendo la producción y el consumo artificiales. No hay obstáculos técnicos para avanzar en esa transición.
Hacer posible lo necesario: una sociedad anticapitalista, antipatriarcal y ecosocialista
Con este panorama la clave es asumir que no estamos frente a una lucha “ecológica”, sino social, sistémica, política y de clases. Se trata de cómo salvar el mundo de los trabajadores y trabajadoras, de la juventud, el campesinado y todos los sectores populares del desastre en masa al que conduce el capitalismo. Es fundamental combinar varias medidas estratégicas en simultáneo: reducción de la producción inútil –publicidad, armas, etc.-; transición energética hacia energías renovables y limpias; reducción drástica de la jornada laboral con igual salario y democratización política general con mecanismos de deliberación colectiva mayoritaria y decisión vinculante para la planificación de la producción, distribución y consumo. Obviamente estas medidas se inscriben en un proyecto emancipador del capital, el patriarcado y la depredación ambiental, e implica expropiar a los contaminadores y asumir el conjunto de los resortes fundamentales de la economía en manos del 99% que trabaja. Para eso hacen falta masa crítica movilizada y autoorganizada, y una potente organización militante, miles y miles de voluntades libremente asociadas para la defensa ideológica y física de ese programa y de esas ideas.
Mariano Rosa