No hay palabras lo bastante fuertes para decir cuánto nos repugna la ola de barbarie sin nombre que ha ensangrentado París. Masacre, baño de sangre, locura destructiva… El pseudo “Estado Islámico” reivindica esta masacre. A esta altura no es ni terrorismo ni un acto de guerra, sino una matanza cobarde contra los trabajadores y los pueblos del mundo entero con fines totalmente contrarrevolucionarios.
Como sabemos, ese supuesto Estado es utilizado por los regímenes de tipo feudal (Qatar, Arabia Saudita), el carnicero Erdogan y otros Estados “amigos” de los “grandes de este mundo” (entre ellos Hollande). El ex jefe de la seguridad de la DGSE, Alain Chouet, así lo constataba: “Estamos aliados con los que desde hace treinta años esponsorean al fenómeno jihadista”. (1)
Más allá del dolor que nos afecta, vuelve siempre la misma pregunta: ¿a quién le sirve este crimen? ¿Contra quién se va a volver? ¿Contra las potencias imperialistas? En absoluto… La matanza es utilizada para cerrar las fronteras y suspender mediante el estado de urgencia todas las libertades democráticas de reunión y manifestación por un período indeterminado (2). El gobierno va a volver el cuchillo de estas masacres contra todos nosotros, la población trabajadora y los pueblos que luchan por su supervivencia.
Sin esperar la última ráfaga, los políticos llaman a la unión nacional que pretende vernos a “todos detrás del gobierno y el jefe de Estado”. Y los medios rivalizan en títulos shock. “Es la guerra”, dice la tapa del Parisien.
¿Unidad nacional? ¡No con nosotros! Ninguna unidad con este gobierno que vende armas a Estados bárbaros y dictaduras abyectas, que interviene militarmente y bombardea en Siria (como intervino en Libia bajo Sarkozy). No con quienes aprovecharán el estado de urgencia para acelerar sus reformas arteras contra el código laboral y la protección social y para atacar a los inmigrantes, refugiados y musulmanes.
Hoy como ayer la opción no es entre los bárbaros imperialistas “civilizados” y los bárbaros salvajes que las operaciones políticas y militares de los primeros han engendrado.
El cierre de fronteras significa que los refugiados pagarán por segunda vez por las intrigas bárbaras de las que fueron blanco, así como lo fueron del carnicero Al Assad. Lo mismo los refugiados y las familias de los trabajadores y estudiantes extranjeros que viven en Francia. La supuesta lucha antiterrorista de la que se jactan Valls y Hollande es sólo un sucio pretexto para disciplinar a todo el mundo y pisotear los derechos básicos. Las matanzas monstruosas son el resultado de la política exterior del imperialismo francés. Solo la unidad de los trabajadores y los pueblos podrá ponerle fin.
La Comuna (Francia), 14/11/15
1. Diario L’Humanité, 3/7/15.
2. Aplican una ley de 1955, actualizada durante la guerra con Argelia.