Con el inicio del 2016 la Bolsa china caía, como lo ha venido haciendo a menudo en los últimos tiempos.
El 4 de enero la baja fue mayor al 7% y, automáticamente, se interrumpió la compra-venta de acciones para evitar una mayor volatilidad.
La Bolsa obra como un termómetro: cuando marca alta temperatura, indica que una enfermedad importante está atacando el organismo económico de la nación.
China no anda bien y esto sucede desde hace varios años, en especial desde la crisis mundial de 2008. El crecimiento del PBI no pasa del 7% y tiende a descender aún más. Pekín ya no vende como antes y las medidas de contención no resultan. La inyección de miles de millones de yuanes no logra recuperar al enfermo. La burocracia china ha perdido el rumbo.
Esto no es casual. Luego de la rebelión de Tiananmen de 1989, el PC Chino con Deng Xiao Ping a la cabeza decidieron doblar la apuesta y aceleraron la restauración capitalista. Creyeron que más mercado y privatización traerían mayor bienestar. Sin embargo, esa determinación implicaba enterrar cada vez más la presencia del Estado y la planificación socialista.
Paso a paso, China fundó una sociedad capitalista de especiales características pero que respondía a un sistema que para desarrollarse debe vivir de la destrucción y la competencia, de los ciclos de altas y bajas en la producción. La última etapa fue la de intentar abrirse paso con métodos imperiales para disputar poder con las grandes potencias, yendo a buscar materias primas, combustibles, minería y tierras a Asia, África y América Latina.
El jugar en primera implica tener equipo de primera y cumplir con las reglas de juego. En un mundo globalizado no se puede pretender jugar a las escondidas, entrando y saliendo. Si hay epidemia, hay contagio. Las lacras del capitalismo, especulación, desempleo, baja de la tasa de ganancia, sobreproducción, terminan contaminando a los protagonistas. Es un sistema, no una moda que se adopta y se deja cuando menos conviene.
Bolsa y especulación
La Bolsa china, como todas las bolsas, ha dejado de servir a la industria procurándole capitales: se han transformado en antros de juego y especulación donde lo que interesa no es la producción sino cuánto cotiza una acción, una moneda o un bono y cuánto deja al cabo de su cambio. Se crean burbujas, globos etéreos, inflados por los brokers -agentes de bolsa- y sociedades de participación. La última «timba» es la inmobiliaria, la misma que desató la crisis de 2008: rápidas ganancias, aunque dejen el tendal. China no es ajena a esto, ante la baja de la tasa de ganancia y la sobreproducción industrial que la aquejan. Como en EE.UU., han tentado a sectores de clase media, campesinos y hasta obreros a adquirir acciones, haciéndoles «cortar el cupón» -como decía Marx- para obtener alguna migaja del banquete de los ricos y los «príncipes rojos» (1).
La Bolsa china se creó para privatizar las empresas del Estado, dividiendo sus capitales en acciones y vendiéndolas a los trabajadores o empresas extranjeras. Así se fue creando el mercado bursátil, al que se agregaron con el tiempo el capital privado nacional y extranjero: Shangai, Shenzhen y Hong Kong son las bolsas más grandes.
En la especulación han entrado incluso provincias y municipalidades, que mediante sus burocracias locales se dedican sobre todo al negocio de la construcción. La facilidad para esos sectores de acceder a créditos bancarios a bajo interés les permite dedicar muchos fondos a la especulación antes que a la producción. De ese modo, China participa de la misma lacra capitalista que EE.UU., que también ha tratado de recuperarse mediante el crédito barato, pero la especulación lo ha desviado en la misma forma que antes hicieron en la crisis de 2008, preparando un nuevo estallido en cualquier momento.
Hacia mayores conflictos
China está alimentando una gran conmoción política y económica al haberse alineado con el capitalismo internacional. A los problemas estructurales apuntados, le están agregando una gran crisis social. Nunca como ahora la clase trabajadora china luchó por su salario, su ocupación y sus condiciones de vida. Las empresas industriales del Estado están devastadas y sucumben frente a la competencia de las privadas.
La clase obrera se ve cada vez más desamparada, huérfana de los derechos que se ganó con la revolución. El campesinado pobre está siendo despojado de sus tierras y emigra a las ciudades, en donde se transforma en proletariado informal con sobreexplotación, salarios bajos, inseguridad y falta de vivienda, soldados de un ejército de desocupación creciente.
Cada vez hay más huelgas y rebeliones y una gran lucha por la organización sindical en contra de la burocracia gremial stalinista. Últimamente han logrado triunfos significativos, ante los cuales el régimen ha retrocedido. Falta una organización política que se base en las mejores tradiciones revolucionarias y democráticas del pueblo chino. Entonces ya no serán solo estudiantes los que enfrenten, sino el proletariado al frente de los campesinos y la clase media, pobres, por una nueva Revolución China.
Héctor Palacios
(1) La aristocracia gobernante del PC Chino.