Tras el triunfo de la Revolución China en 1949, el maoísmo se convirtió en una corriente de peso en la izquierda mundial y sus planteos aún influyen debates actuales. Polemizamos con uno de sus conceptos centrales.
En febrero de 1957 el presidente de la joven República Popular China pronunció el discurso en el que esbozó los lineamientos de su teoría de las contradicciones sociales, uno de los pilares del ideario maoísta, que por esos tiempos comenzaba a expandir su influencia entre los movimientos obreros y populares del mundo.
El año anterior, la Unión Soviética había aplastado la revolución húngara y dos años después del discurso triunfaba la revolución cubana con métodos guerrilleros inspirados en los que alentaba Mao. Miles de militantes jóvenes comenzaban a ver en el maoísmo una alternativa revolucionaria al burocratismo stalinista de la URSS.
Sin embargo, la doctrina de Mao no difiere en lo esencial del stalinismo. Comparte su visión nacionalista de la construcción del socialismo en un sólo país, contra el internacionalismo marxista, y su estructura de partido monolítico y Estado totalitario. También compartió su estrategia de coexistencia pacífica con el imperialismo y la resultante política de colaboración de clases entre patrones y trabajadores.
La teoría de las contradicciones buscaba justificar esa política colaboracionista. Para hacerlo, reemplazó la concepción marxista de la división en clases, con las categorías maleables de “pueblo” y “enemigo del pueblo”.
En aquel discurso, Mao explicó: “El concepto de ‘pueblo’ tiene diferente contenido en diversos países y en distintos períodos de la historia de cada país. (En China) en el período de la Guerra de Liberación, los enemigos del pueblo eran los imperialistas norteamericanos y sus lacayos (…) el pueblo lo constituían todas las clases, capas y grupos sociales que luchaban contra estos enemigos.”
Luego plantea que en los países oprimidos por el imperialismo la contradicción social principal ya no es la que existe da entre capitalistas y trabajadores, sino la del “pueblo” contra el enemigo imperialista. Y que las contradicciones que se dan entre la burguesía nacional y los trabajadores que explota son secundarias, se dan “en el seno del pueblo” y se subordinan de manera absoluta a la contradicción principal.
Es una versión más filosófica de la política stalinista del frente popular, que llamaba a los revolucionarios a unirse con sectores “progresistas” de la burguesía contra la burguesía reaccionaria.
Ambas versiones plantean una estrategia de revolución por etapas en los países oprimidos por el imperialismo. La primera etapa sería una revolución del “pueblo” (trabajadores y burguesía nacional) contra el imperialismo, y se daría dentro del marco del capitalismo. Las contradicciones secundarias, que existen “en el seno del pueblo”, serían problemas de una posterior etapa en un futuro indeterminado.
El problema de la teoría maoísta es que la burguesía es una clase mundial, que aunque tenga disputas y conflictos internos, comparte un interés material inexorable: el de explotar a su enemigo permanente, la clase trabajadora. Las burguesías nacionales de paises oprimidos no tienen ningún interés revolucionario ni antimperialista consecuente porque están subordinadas al imperialismo y lucran como socios menores de éste en el saqueo de los países atrasados.
Las teorías que establecen que la principal división en la sociedad, la principal contradicción, es entre campos “progresistas” y “reaccionarios”, con burgueses y trabajadores en ambos campos, llevan hoy a algunos sectores de izquierda a apoyar equivocadamente a gobiernos reaccionarios como los de Rusia o China, o a dictadores genocidas como Assad en Siria, porque estos se ubicarían supuestamente en el campo contrario al imperialismo yanki.
En Argentina, la búsqueda de inexistentes sectores progresistas de la burguesía nacional ha llevado a partidos stalinistas como el PC a apoyar los golpes militares de 1955 y 1976 e integrar el FPV en la última década; y a partidos maoístas como el PCR a apoyar al gobierno de Isabel Perón y López Rega e integrar el Frejupo que llevó a Menem a la presidencia.
En las antípodas de la colaboración de clases, el marxismo revolucionario es clasista, anticapitalista e internacionalista. Como escribió el fundador de nuestra corriente Nahuel Moreno: “Esto no significa que el marxismo ignore la existencia de roces entre los distintos sectores de la burguesía (…) Pero eso significa que se deben aprovechar esos choques, jamás apoyar políticamente a un frente de colaboración de clases que pueda surgir de los mismos”.
Federico Moreno