Sus declaraciones y actos no están fundados en errores o desconocimiento. Mauricio, que es Macri, va contra lo que años de lucha del pueblo argentino dejan grabado a fuego: tenían un plan no hubo errores, no hubo excesos, son todos asesinos los milicos del proceso.
¿Cuáles son sus intenciones? El gobierno de Mauricio Macri despliega una política coherente y sin rodeos en relación a las fuerzas de seguridad, en especial hacia las fuerzas armadas. Detrás de los desfiles y las bandas musicales, de las cenas y los guiños de todo tipo, se esconde la necesidad de toda minoría de contar con fuerzas armadas eficientes y leales al momento de aplicar sus políticas a las grandes mayorías.
Primero fue Loperfido quien puso en duda la cantidad de compañeros desaparecidos en la dictadura, sus palabras le costaron el puesto, pero así actúa este gobierno, ensaya sus políticas yendo hasta el final para luego retroceder o rectificar si es necesario.
Cuando el jefe de gabinete Marcos Peña, se refiere al genocida Etchecolatz como «una persona mayor» para justificar su prisión domiciliaria o Macri relativiza el número de desaparecidos y habla de «Guerra sucia» al mismo tiempo que vuelven los desfiles militares (genocidas y falcon verde incluidos) y el Presidente comparte la mesa con los altos mandos prometiéndoles protagonismo y rehabilitación social, solo un iluso puede pensar que estamos frente a una serie de eventos desafortunados.
Ser una «persona mayor» no le impidió a Miguel Etchecolatz ordenar el segundo secuestro de Jorge Julio Lopez, testigo clave en la causa que terminó costándole la cárcel, en ese juicio, como en otros se demostraron las aberraciones de las que fueron capaces estos asesinos para imponer a sangre y fuego su plan económico. La «Guerra sucia» de la que habla Macri no fue tal, sino un plan sistemático de exterminio de los sectores sociales que se oponían activamente a la imposición de un plan económico. Las consecuencias las seguimos pagando.
Las explicaciones de Mauricio… y sus «olvidos»
No hubo guerra porque no había dos ejércitos, ni dos Estados, lo que hubo fue aniquilamiento, firmado incluso por el gobierno «democrático» Isabel Perón quien además de abrirle las puertas al golpe dio vía libre a las bandas paramilitares como la AAA. Hubo una violación masiva de derechos humanos dirigida y aplicada desde el Estado.
Cuando un gobierno pone en duda cuestiones tan importantes, tan caras al pueblo argentino, tan presentes a pesar de que pasen los años, es porque su objetivo es desmontar una conciencia democrática profunda que le pone límites para avanzar, vaya casualidad, nuevamente con un plan económico anti popular, anti obrero y al servicio de las corporaciones y el imperialismo.
Con una revolución democrática en 1982 y con sucesivas peleas durante todos estos años, millones hemos dejado en claro que entendemos estos conceptos que le parecen «poco importantes» al presidente, millones dejamos en claro que entendimos que se trató de un plan, que para llevarlo adelante forzaron al exilio, encarcelaron, torturaron y asesinaron a miles de trabajadores y estudiantes y a partir de entender estos temas, entendimos que los responsables debían ser juzgados y condenados y movilizados lo logramos en gran medida, pero aún falta.
Memoria, verdad y justicia no se negocian
A la política consciente y sistemática del gobierno para desmontar la memoria y reconciliarnos con los verdugos hay que enfrentarla redoblando la pelea por verdad y justicia. A los militares que comandaron el genocidio pero también a quienes fueron los autores intelectuales, los empresarios, burócratas sindicales y políticos que avalaron, todos tienen que ser juzgados y condenados. Al mismo tiempo sin dudas hay que promover una medida especial para que todos aquellos vinculados a violaciones de los derechos humanos no tengan ningún privilegio especial, ni recortes en la condena, ni prisión domiciliaria, ni consideraciones de ningún tipo. No solo para grabar a fuego que los crímenes de lesa humanidad son «imperdonables», sino porque además, no son «pobres abuelitos» sino comandantes del peor capítulo de nuestra historia y siempre que pueden reivindican su rol de carniceros prometiendo volver a jugarlo si es que tuvieran la oportunidad. No dejemos que la tengan.
Martín Carcione