La semiinsurrección del 19 y 20 de diciembre de 2001, que tumbó al gobierno de la Alianza que encabezaba el radical De la Rúa, marcó a fuego nuestra historia reciente. Por sus lecciones y por la actualidad de las tareas pendientes.
Cuando el helicóptero levantó vuelo de la Rosada ese 20 de diciembre, la revolución había concretado su primer logro. Fue el triunfo de un pueblo movilizado contra los que aplicaban un plan neoliberal de saqueo por orden del FMI, primero el menemismo y luego la “progresista” Alianza UCR-Frepaso.
Fue una verdadera revolución popular, precedida de innumerables luchas a lo largo y ancho del país contra los planes de ajuste de Cavallo, que tenía como antecedente inmediato un paro general el 13 de diciembre y una ola de saqueos en las barriadas pobres.
El “corralito” creado con la excusa de evitar una fuga de capitales, que las grandes empresas y bancos ya habían realizado, les impedía a los pequeños ahorristas retirar sus depósitos. Eso sumó sectores de la clase media al descontento generalizado.
La chispa la encendió el propio gobierno, cuando decretó el estado de sitio. Miles y miles salimos ese 19 a las calles. En Capital nos movilizamos a la Rosada con un objetivo claro: echar a De la Rua. Cavallo renunció primero, pero la gente quería terminar con todo el gobierno. Y el 20, tras una verdadera batalla entre los manifestantes y las fuerzas represivas, lo logramos.
Otra vez la movilización tiraba a un presidente. No era nuevo: ya en el ’82 la gente había tirado a Galtieri, luego de la traición en Malvinas, hiriendo de muerte a la dictadura militar. El Rosariazo, las marchas y saqueos, generados por la hiperinflación, obligaron a Alfonsín a dejar el poder antes de tiempo. Pero en aquel entonces el régimen democrático-burgués tenía un recambio que amortiguó la crisis: el presidente electo Carlos Menem.
La caída de De la Rúa hizo que todo el régimen político saltara por los aires. Se liquidó la alternancia bipartidista histórica entre el PJ y la UCR (a los milicos ya los habia dejado fuera de pista la revolución democrática del ’82 y desde entonces son repudiados por la mayoría del pueblo).
Todas las instituciones quedaron en jaque: el presidente, el Congreso, la Corte. Hicieron falta cinco presidentes para cerrar el vacío de poder que abrió el estallido revolucionario. Tras la caída de De la Rúa, una nueva insurrección hizo renunciar al improvisado presidente Rodríguez Saá tras unos pocos días de mandato. La Asamblea Legislativa designó a Duhalde, que fue recibido en Capital con una movilización de 50.000 personas al grito de “yo no te voté”, exigiendo elecciones. El “que se vayan todos, que no quede ni uno solo”, “sin radicales, ni peronistas vamo’ a vivir mejor” o “adonde está, que no se ve, esa traidora CGT” fueron los cantos de guerra de un pueblo que colmaba las calles de Buenos Aires y de las principales ciudades del país.
Como en toda crisis grave, se pusieron al desnudo las falencias o las traiciones de aquellas corrientes que fueron protagonistas. La tradicional burocracia sindical nuevamente boicoteó la movilización, la insurrección espontánea la pasó por arriba y sólo llamaron al paro general cuando la gente era dueña de las calles, buscando desmovilizarla. Dirigentes de ATE y CTA llamaban a retirarse de las calles y dedicarse a una «consulta popular» sobre la pobreza. La dirección piquetera de D’Elía y la CCC levantaban la marcha a Plaza de Mayo prevista para el 20.
Otros sectores hacían hincapié en las peleas por arriba y se negaban a reconocer la revolución en curso con la excusa de que un nuevo gobierno del PJ asumía el poder. O cuando estaba planteada la disyuntiva sobre quién debía dirigir el país, el PO por ejemplo sólo planteaba una Asamblea Constituyente democratizante pero sin ninguna propuesta concreta de gobierno. En cambio desde el MST propusimos la única alternativa confiable, enfrentada con todo lo viejo: elegir presidente y vice a los dos únicos diputados de izquierda, Zamora-Walsh o Walsh-Zamora.
El doble poder o poder popular en las calles que cuestionaba las decisiones del débil gobierno tuvo importantes expresiones organizativas en las asambleas vecinales en todo el país y en la Interbarrial de Parque Centenario, así como en el surgimiento de un masivo movimiento piquetero, las fábricas recuperadas y las nuevas direcciones sindicales y estudiantiles. Los trabajadores participaron en las marchas, asambleas barriales y empresas recuperadas. Pero por la traición de la burocracia, los sindicatos estuvieron ausentes como tales durante la rebelión y después de ella, lo que marcó una de sus grandes debilidades.
Del Argentinazo al kirchnerismo y el futuro de la revolución argentina
El Argentinazo fue una gran revolución contra todo el régimen político de esta democracia para ricos, sus partidos e instituciones, que en el transcurso de la lucha tomó un programa anticapitalista. Así se expresó en la lucha contra los bancos, frente a las empresas que cerraban o el reclamo contra el pago de la deuda externa. Surgió como una semiinsurrección espontánea, sin dirección y se fue dotando de organizaciones que expresaban el poder de la movilización popular.
La izquierda creció en forma notoria al calor de su intervención en la rebelión, pero de conjunto fue incapaz de unirse y de dotar al movimiento de una dirección política para poder derrotar a las variantes capitalistas. Ese déficit le dio aire político a Duhalde y la burguesía para ensayar una salida a la crisis en los marcos del sistema.
Previa conquista de miles de planes sociales y subsidios para calmar un poco la bronca popular, esa salida fue el kirchnerismo. Néstor Kirchner supo «leer» que acá ya no se podía gobernar como antes del 2001. Por eso provocó cambios en la Corte y asumió banderas de los derechos humanos. Ocupando un espacio de centroizquierda, construyó todo un relato sobre el proyecto nacional y popular. Aprovechó también el «viento de cola» de los altos precios de las agroexportaciones. Y contó con la inestimable colaboración de la burocracia sindical, de la fuerte baja salarial por la devaluación y la pesificación asimétrica, y así logró estabilizar la situación y atenuar el Argentinazo.
Los Kirchner recompusieron un poco la institución presidencial. No lograron devolverle prestigio al Congreso, los partidos y la justicia. Menos aún a la burocracia sindical o al aparato represivo. Eso sí: reciclaron tras su nuevo sello del FPV a los viejos caudillos del PJ. Cooptaron a organizaciones y dirigentes sociales, como las Madres y muchos otros.
Sobre el final de su década “desaprovechada”, de pago de la deuda externa y de medias tintas, la crisis capitalista internacional entró al país y los obligó a ajustar. Entonces mostraron su verdadero rostro: socios menores de las corporaciones y grandes beneficiarios de la corrupción.
Así, el FPV provocó un fuerte descontento social y su fracaso terminó abriéndole el camino al triunfo electoral de Macri. Es más: como «opositores», junto a Massa y al PJ le votaron varias leyes clave al gobierno macrista, incluido el Presupuesto nacional 2017 de ajuste. Por eso su disgregación continúa, lo que reabre un amplio espacio sindical y político para la izquierda.
La crisis actual está “descongelando” los elementos latentes que dejó el Argentinazo. La izquierda está ante una gran oportunidad y, para aprovecharla, no caben oportunismos ni sectarismos.
Gustavo Giménez