MST - Movimiento Socialista de los Trabajadores Lunes 27 de Agosto, actualizado hace 4 hs.

Centenario de la Revolución Rusa | 3ª Nota. La revolución de febrero de 1917

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En conmemoración del centenario de la Revolución Rusa, continuamos publicando una serie de artículos para resaltar sus principales hechos, debates y enseñanzas. Esta tercera entrega abarca la revolución de febrero que derrocó al zarismo.

El primer paro internacional de la historia lo han convocado las mujeres. Va a sacudir el mundo este 8 de Marzo, Día Internacional de la Mujer Trabajadora. En la misma fecha, cien años atrás, estalló la Revolución Rusa. No casualmente, fueron las mujeres las que prendieron la mecha, también en esa ocasión.

La antesala de la revolución

La primera revolución rusa fue derrotada por la represión zarista en 1905 y sobrevino un largo período de reacción y persecución. Pero la monarquía no resolvió ninguno de los problemas que habían desencadenado la revuelta. Incluso se volvió atrás con las reformas que había concedido y que podrían haber descomprimido la tensión social. El zar no cumplió con la promesa de otorgar una constitución y, aunque permitió elecciones para elegir una Duma -parlamento consultivo-, la disolvió cada vez que no le agradaron sus resoluciones.
El período de reacción comenzó a descongelarse en 1911, con un resurgimiento de la lucha obrera. Un boom económico aumentó la fuerza de trabajo industrial de 1,8 millones en 1910 a 2,5 millones en 1914. La relativa escasez de mano de obra, combinada con las miserables condiciones de trabajo, ayudaron a encender la disposición de lucha de los trabajadores. En 1910 hubo 222 huelgas que involucraron a 46.000 trabajadores. El año siguiente se duplicaron las cifras. En 1912 el gobierno reprimió una huelga en Siberia matando a 172 mineros y, en respuesta, más de 500.000 de trabajadores fueron al paro en toda Rusia. Las huelgas aumentaron exponencialmente hasta 1914, y su carácter político fue cada vez más pronunciado.

La Guerra Mundial

La Primera Guerra Mundial fue un terrible subproducto del capitalismo. La cara “progresiva” y “civilizadora” de la revolución industrial se derrumbó, revelando la decadencia y barbarie del imperialismo. El debut histórico de las armas industriales en la guerra de trincheras fue abominable. En la batalla de Verdún, por ejemplo, se disparó un promedio de 100 obuses por minuto durante cinco meses, murió un millón de soldados y al final las líneas de batalla estaban casi en el mismo sitio.
La guerra exacerbó todas las contradicciones sociales del imperio ruso. Enfrentados a la superioridad industrial de Alemaria, los generales rusos tiraron con lo que más tenían: millones y millones de soldados campesinos, de los cuales murieron dos millones y medio. La guerra también provocó un colapso de la economía rusa. La inflación se disparó y un desabastecimiento de las necesidades más elementales golpeó a las ciudades. Esperar largas horas en colas para comprar pan a precios «controlados» se transformó en rutina diaria para millones, y el abastecimiento de pan se tornó un punto neurálgico del humor social. En el campo, la partida de millones de hombres hacia el frente de guerra y las requisas del gobierno zarista para alimentar al ejército hundieron en la desesperación al campesinado pobre. Las demandas centrales de la Revolución Rusa, “paz, pan y tierra”, surgieron directamente de la guerra mundial.

Un nuevo despertar

Al inicio de la guerra, la propaganda nacionalista oficial caló profundo en la conciencia de las masas obreras y campesinas. El ascenso huelguístico se enfrió y primó el «sacrificio patriótico» para garantizar la producción para el esfuerzo bélico. Pero aquella máxima marxista de que “la experiencia determina la conciencia” resultó inexorable. Con el mismo ritmo destructivo que la guerra deterioró sus condiciones de vida, los trabajadores y campesinos se volvieron contra la guerra y contra el gobierno.
El año 1917 comenzó con una serie de huelgas y manifestaciones en conmemoración del Domingo Sangriento -la masacre que había detonado la revolución de 1905. El proceso de movilización se extendió, exigiendo controles de precios, aumentos salariales y otras demandas. Hacia febrero la tensión social, especialmente en la capital rusa, Petrogrado, estaba al límite.
Un informe policial advierte que la clase obrera está “al borde de la desesperación, la más mínima explosión, por más trivial que sea su pretexto, provocaría una revuelta incontrolable. La imposibilidad de comprar bienes, la frustración de esperar en colas, la mortalidad que crece por las pobres condiciones de vida, el frío y la humedad por la falta de carbón, han creado una situación en la que la mayoría de los trabajadores están predispuestos a participar en los salvajes excesos de los saqueos.”
Los revolucionarios se habían reconstituido y recuperado de los años de reacción, al mismo rítmo que las masas habían retomado las calles y las huelgas. Pero incluso los bolcheviques más radicales buscaban evitar una confrontación directa con el poder. No veían condiciones lo suficientemente maduras para una acción radical masiva, y temían otro 1905. Las trabajadoras textiles de Petrogrado opinaron distinto.

Las mujeres encienden la mecha

“El 23 de febrero (8 de marzo en nuestro calendario) era el Día Internacional de la Mujer. Los círculos socialdemócratas habían planificado reuniones, discursos, volantes. A nadie se le hubiera ocurrido que ese sería el primer día de la revolución. Ni una organización llamó a realizar huelgas ese día.” (León Trotsky, Historia de la Revolución Rusa)
De hecho Kayurov, dirigente bolchevique del distrito Vyborg -la región de Petrogrado que concentraba las mayores fábricas y barrios obreros de la ciudad- intentó disuadir a las obreras textiles que, sin embargo, pararon y marcharon exigiendo pan. A regañadientes, Kayurov y los bolcheviques de Vyborg se sumaron. Para esa noche 90.000 obreros estaban en huelga. Al día siguiente, la mitad de los trabajadores de Petrogrado pararon. “La consigna ‘pan’ quedó rápidamente ahogada por otras consignas más ruidosas: ‘abajo la autocracia!’, ‘abajo la guerra’.” (ídem)
Lo que siguió fue una aguda desintegración de las fuerzas represivas del gobierno zarista. Un militante bolchevique describió una escena -de tantas parecidas- en la que una multitud llegó a un cordón de soldados que pretendía frenar el paso de la marcha:
“Las puntas de las bayonetas se apoyaban sobre los pechos de la primera linea de manifestantes. Atrás se escuchaban canciones revolucionarias, adelante había confusión. Mujeres con lágrimas en sus ojos le gritaban a los soldados: ‘camaradas, levanten sus bayonetas, súmense a nosotros’. Los soldados se conmovían, se miraban entre ellos. Luego una bayoneta se levanta lentamente por encima de los hombros de los manifestantes. Hay un aplauso estruenduoso. La muchedumbre triunfante recibe a sus hermanos de capa gris. Los soldados se mesclan libremente con los manifestantes.” (Lionel Kochan, Rusia en Revolución)
El gobierno sacó a reprimir a su tropa de elite, la caballería cosaca. Pero estos también se negaron a dispararle a las multitudes. Sin romper sus filas permitían que la gente pasara entre las patas de sus caballos, fingiendo no darse cuenta.
El 27 de febrero un batallón de reserva estacionado en Petrogrado se amotinó, mató a su comandante y se sumó a las manifestaciones obreras y populares. Tres días después la guarnición de Petrogrado entera -170.000 soldados- se había amotinado. A los pocos días, el 2 de marzo, abdicó el zar.

Federico Moreno