El 24 de marzo de 1976 se iniciaba la que fuera la última y más sangrienta dictadura de nuestro país. Tuvo una génesis, complicidades. Todo está grabado en la memoria.
La junta militar se hizo del poder destituyendo a Isabel Martínez de Perón, viuda del general que junto al PJ y secundada por el siniestro López Rega, se encontraba al frente de un gobierno que hacía agua por todos lados. La situación económica era angustiosa y las luchas encabezadas por una gran vanguardia obrera y estudiantil se multiplicaban por todo el país. Ni el PJ ni la principal fuerza de oposición burguesa le encontraban salida a la crisis política y económica. En un mundo convulsionado el plan capitalista de estabilizar la región había fracasado. La vuelta de Perón no pudo contener el ascenso del clasismo y la izquierda y mucho menos pudieron hacerlo sus sucesores.
El golpe se gesta
La bronca obrera desbordaba al propio PJ y a la CGT y se encontraba en ascenso, al calor de procesos internacionales: el mayo francés, la derrota yanqui en Vietnam, los procesos revolucionarios en Centroamérica y en particular el triunfo de la Revolución Cubana parieron hechos como el Cordobazo. La necesidad de la burguesía por frenar ese ascenso era imperiosa, por eso primero echaron mano de las bandas fascistas como la triple A y la CNU creadas en el seno del peronismo y la burocracia sindical para contener a una vanguardia radicalizada que sobrepasaba a sus direcciones y estaba dispuesta a ir por todo. Estos aparatos represivos que eran contenidos por el mismo Estado luego se adaptarían a la dictadura formando en muchos casos parte de los tristemente célebres “grupos de tareas” de los milicos que torturaron, asesinaron y desaparecieron a miles de luchadores. Pero no les alcanzó con eso y dieron forma a una dictadura sangrienta, apoyada por el imperialismo, los grupos económicos y empresariales y la iglesia. El Partido Justicialista, los radicales, la dirección del PC y el PS fueron cómplices, colaborando directamente con los militares poniendo intendentes y funcionarios y callándose ante el terrorismo de Estado que llevó adelante un genocidio, aniquilando y diezmando a toda una generación de luchadores.
Todas las libertades democráticas fueron suspendidas: se clausuró el Congreso, se intervino la Justicia y los sindicatos, se disolvió la CGT, los centros de estudiantes se prohibieron, se instauró la censura, las listas negras contra artistas y trabajadores, se prohibió a los partidos políticos opositores como el PST, del cual proviene nuestro partido.
Los secuestros, torturas, campos de concentración, violaciones, robos de niñxs, vuelos de la muerte, fusilamientos en “operativos” de las fuerzas conjuntas se volvieron moneda corriente. Miles de luchadores que pudieron escapar de las garras de los genocidas debieron exiliarse o pasar a la clandestinidad.
Un claro objetivo
El objetivo de la dictadura era claro: implantar un modelo económico de saqueo y explotación, para lo cual necesitaban reventar todas las conquistas laborales. La fraudulenta deuda externa se acrecentó y multiplicó al infinito, absorbiendo las deudas privadas de los capitalistas, al servicio de seguir alimentando al monstruo imperialista. Un plan que se repitió a lo largo de América y que incluso coordinó la represión a la resistencia popular a las dictaduras a través del siniestro Plan Cóndor, un sistema de colaboración entre las distintas dictaduras del Cono Sur. Este proceso económico totalmente liberal destruyó la industria nacional, abriendo las importaciones, generando endeudamiento de empresas que luego no pudieron afrontarlo, congelando salarios, liberando el mercado a la especulación financiera, desembocando en un terrible proceso inflacionario hacia el final de la dictadura.
Pero pese a la feroz represión estatal, la resistencia fue creciendo. De nada sirvieron los intentos de la dictadura para lavarse la cara, como la organización del mundial 78, o la guerra de Malvinas, con la que, amparados en un reclamo justo de nuestro pueblo y que expresaba y expresa un profundo sentimiento antiimperialista, pretendieron aglutinar un apoyo popular.
Con los organismos de derechos humanos como las Madres de Plaza de Mayo como punta de lanza y la tenaz lucha de muchos sectores de izquierda fue floreciendo un repudio a la dictadura, que para principios de los ’80 ya tenía la economía en picada, y los reclamos y protestas surgían nuevamente a lo largo y ancho del territorio. Nuevamente la clase obrera comenzó a organizarse hasta que logró sacarse de encima a sus verdugos para finales de 1983.
El proceso que le puso fin a la dictadura fue una verdadera revolución. Nosotros decimos que fue una revolución democrática, que dio por tierra con ese gobierno de genocidas y que siguió avanzando, con una respuesta permanente a todo tipo de represión, una revolución que persiguió el obtener justicia por los crímenes de la dictadura, que conquistó los juicios a los genocidas y sus cómplices civiles, empresariales y eclesiásticos, que hoy los sigue repudiando y que tampoco permite que el Estado avance sobre ningún derecho, ni le deja pasar una represión. Esa misma revolución democrática es la que ha logrado que no exista la opción militar de gobierno para nuestro país, y ha puesto contra las cuerdas el modelo bipartidista de la burguesía, como demostró la rebelión popular del 2001.
Operativo reconciliación
Todos los gobiernos desde el 83, Alfonsín y las leyes del perdón, Menem y los indultos, la Alianza y la “derogación trucha”…. trataron de “cerrar heridas” y reconciliar al pueblo con las instituciones represivas. Aunque la disputa es encarnizada y continúa ahora con Macri, no lo pudieron lograr. La obediencia debida y el punto final fueron cuestionados por la movilización y luego anulados por ley. Luego fue el kirchnerismo quien intentó apropiarse de las banderas de lucha autotitulandose “el gobierno de los derechos humanos”, pero lo cierto es que más allá de algún gesto para la tribuna, como bajar el cuadro de Videla, no impulsó los juicios a los genocidas más allá de las cadenas de mando (muchos de los cuales ya estaban juzgados) y por el contrario puso al frente del Ejercito a Milani, un represor de la dictadura, hoy procesado, o a un carapintada como Berni al frente de Seguridad, además de cooptar a los organismos de DDHH y banalizar la lucha de años convirtiendo los Centros Clandestinos de Detención en “Centros Culturales” para comer asaditos… Cambiemos, con Macri y, otra vez los radicales, ha ido más allá, negando el genocidio, poniendo en duda la cantidad de desaparecidos, un sinceramiento hecho por boca de Gómez Centurión (un carapintada que luego de sus dichos sigue en el mismo lugar) pero que expresa el pensamiento facho de todo el gobierno.
Son 30.000, fue genocidio
Desde el MST damos la pelea por la defensa de los DDHH y el castigo a todos los genocidas y sus cómplices, y vamos por el castigo a las bandas fascistas que actuaron desde mucho antes del 24 de marzo al amparo del Estado. Te invitamos a marchar con nosotros, a organizarte, a tomar en tus manos las banderas de todos los que cayeron luchando por un proyecto revolucionario, por un mundo distinto, un mundo socialista, algo bien distinto a todos los proyectos capitalistas que nos quieren vender. Este 24, a 41 años del golpe genocida vamos junto al Encuentro Memoria, Verdad y Justicia a Plaza de Mayo y en las plazas de todo el país, para gritarle a Macri y a toda la derecha que ¡fueron 30.000 y fue genocidio! Que no queremos más hambre, saqueo y represión ni de Macri ni de ningún gobernador, y que ¡no olvidamos, no perdonamos y no nos reconciliamos!
Juan Bonatto, Secretario de derechos Humanos AJB La Plata